̶—Majestad, aquí tiene su té.
El silencio es lo que me recibe como ya es costumbre, no me espero otra cosa. La delicada cerámica se siente tibia entre mis manos, pero eso no me hace retroceder ante mi labor. La coloco con delicadeza sobre la mesa asegurándome de que mi presencia sea completamente ignorada, porque debo ser invisible.
He olvidado, ya no sé quién soy, mi sombra es el reflejo de lo que soy en verdad… nada. Ese es mi castigo, lo sé. Me acostumbré a olvidar, es como puedo vivir.
Estar ausente pero tener la vida frente a tus ojos. ¿Qué harías? ¿Vivir por instinto o huir? No sé cuál hacer, porque ya no represento nada. Creo que hasta olvidé como llorar. ¿Qué tan cruel puede ser la vida?
¿Dónde está el consuelo?
¿Dónde se esconde la felicidad que robo?
Ya no hay nada que romper en mi alma. Ni siquiera sintiendo su presencia a mi lado, esa luz que me envolvía, que me abrazaba, ahora huyo de ella. Porque temo robarle la luz, pero no puedo huir de lo que soy ahora, la sombra tras sus pasos.
¿Es mi tortura?
Ya no se diferenciar entre mi propio castigo y la tortura que la vida me impone.
Hasta he olvidado la belleza de mirar. Ya no sé deslumbrarme con nada, mis ojos se clavan en el suelo. Todo lo hago por temor. Hasta mis recuerdos felices han volado llevándose con ellos lo que alguna vez yo pude haber sido.
¿Qué tan hiriente puede lucir tu vida? Yo tengo esa respuesta. Huir sin descanso para proteger la felicidad de la persona a la que tanto amas, pero ahora le sirves en silencio.
Así me quedo ahora, en silencio, esperando otra labor y con la cabeza gacha. Mi alma pecadora sigue anhelando egoístamente. Anhelo que diga mi nombre una vez más, mirar sus ojos. Por eso merezco mi castigo y mí día a día es un claro recordatorio de ello. Estoy sufriendo poco.
Sería inaudito decir que estoy sirviendo al último descendiente del Califato omeya. Pero más hilarante es afirmar que es cierto. Meslim ibn al-Walid ibn´Abd al-Malik, príncipe de 30 años, hijo del duodécimo califa al trono en el año 744 hasta su muerte en ese mismo año, Gazid ibn al-Walid ibn’Abd al-Malik.
El príncipe Meslim no fue declarado heredero al trono porque luego de su nacimiento ya habían designado como sucesor a su tío Ibrahim, hermano de su padre.
Por eso el príncipe ha vivido en la restricción de esta jaula de oro, y sin poder evitarlo me recuerda a alguien que vivía de la misma manera que él. Tal vez, aunque yo intente evitarlo, no dejo de pensar en que entiendo a la perfección como debe de sentirse.
Viviendo entre las más deslumbrantes bellezas pero con la amarga soledad siendo tú amiga.
Nunca lo he visto, no sé de qué color son sus ojos. Su cabello negro es como el de su padre, solo porque he visto algunos cabellos en la tela de su ropa. Pero me he privado de verlo aun cuando sin verlo sé que se trata de él, porque como su sirvienta no debo alzar la cabeza ante su presencia, pero por sobre todas las cosas no me merezco ese derecho de mirarlo.
La melodía del rio es eterna, pero mi tiempo a su lado no lo es. Ahora debo irme de la impetuosa habitación como la dulce brisa, con el silencio bailando a mí alrededor.
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Me he acostumbrado tanto al silencio que existe a mi alrededor que incluso no puedo escuchar los pasos de las personas cuando se acercan. Incluso me cuesta diferencia sus voces. Pero hay una… una voz que es la única que me llama aun cuando no se a quien le pertenece.
A la única persona que recuerdo es a mi tutor, mi maestro de quien no conozco el nombre. Pero fue con quien único yo hablé durante mi niñez y más allá, hasta que murió.
Recuerdo su voz, ¿será por qué lo veía todos los días? Creo que en verdad es por la triste realidad de que no hablaba con nadie más. Pero de igual forma, recuerdo a la perfección todo lo que me enseñó, sin olvidar ningun detalle.
En especial uno que me llamó la atención…
La familia…
Me habló de la familia, de lo que significaba una familia. Un padre, una madre, dos seres, dos personas que le entregaban mucho amor a su hijo. Soy hijo de alguien ¿verdad? Pero no sé quiénes son esos desconocidos. Mi madre murió en mi nacimiento, y mi padre… solo se su nombre, ni siquiera sé cómo lucía antes de su muerte.
¿Quién diría que lo vería por primera vez durante los ritos fúnebres? Fue de esa forma, y ni siquiera puedo decir que sentí dolor alguno, no sentí nada.
También está la familia del palacio. Personas que no tienen nada que ver conmigo, pero somos del mismo clan, eso significa que somos familia. Eso creo. En realidad desconozco eso porque mi tutor no me explicó eso con profundidad, solo la historia de nuestro clan.
Algo que repitió muchas veces, es que el Califato omeya es el segundo de los cuatro grandes califatos establecidos tras la muerte de Mahoma. Provenimos de un poderoso linaje árabe, en donde se adquirió el nombre por uno de nuestros antepasados, Umayya. Pero nuestra gran dinastía comienza con Mu’awiya I y yo soy el último de sus descendientes, pero que no se sienta en el trono.