La Hija de Jesús: El comienzo de un camino

22

—Buenos días, señorita Sara.

—Buenos días, Padre—le respondo como es habitual, con una suave sonrisa en mis labios.

Él me mira por un largo rato en silencio y yo le devuelvo la mirada sin saber la razón de la ausencia de palabras. Pero yo misma me sorprendo cuando me devuelve la sonrisa y camina a mi lado como es habitual. No hablamos mucho, por no decir nada hasta que Taniel se cruza con nosotros como ya es costumbre.

—Sabía que se trataba de su comida, huele delicioso.

Agradezco en silencio y el resto del tiempo que me encuentro con ellos no digo ninguna palabra. Solo contesto lo que me preguntan, pero no empiezo ninguna conversación. El hermano Taniel se retiró porque tenía que cumplir otras tareas y yo le doy la espalda a Khazhak mientras recojo las cosas que había traído.

—Sara—me volteo a verlo dejando de hacer todo—¿Ocurre algo?

Trago nerviosa y recriminándome por no haber podido guardar lo que en verdad siento. Pensé que la experiencia de los años me había enseñado a ser buena a la hora de esconder mis sentimientos, porque llevo muchos años haciéndome creer que sería algo sencillo. Pero veo que me sigo engañando, aun así no quise revelar nada.

—No ocurre nada Padre.

Él niega con una sonrisa tierna en sus labios y de repente me acaricia la cabeza—Te conozco desde que naciste pequeña Sara—dice despacio y yo solo puedo perderme en su mirada.

—Se cuándo algo atormenta tu corazón.

Me sentí como esa pequeña niña que él mencionaba. La que se escapaba para hablar horas con él de cualquier cosa. La que se refugiaba en su abrazo cuando mi padre descargaba su frustración conmigo solo porque no era hombre. 

Sentí un ligero quiebre en mí, en todo lo que soy, en la barrera que yo misma había impuesto para protegerme. Él era la única persona que podía lograr eso, quebrar mi alma para luego componerla y hacerla sentir renovada, todo con un simple roce.

Bajé la mirada pero inmediatamente la vuelvo a alzar para mirarlo a los ojos—Deseo confesarme Padre.

Un rato después los dos estábamos bajo la sombra de un árbol que estaba al lado del huerto, se encontraba en el punto más alto de la montaña. Por lo que la vista hacia el horizonte realmente era demasiado hermosa, más aún con el día bailando sobre nosotros más fuerte que nunca. 

Tenía un efecto tranquilizador, junto a la sensación cálida de su presencia a mi lado, era lo que necesitaba ahora mismo.

Este lugar a pesar de que muchas personas lo conocían era nuestro lugar especial, solo nuestro. Porque aquí era en donde pasábamos más tiempo hablando que en ningun otro. Y a pesar de todas sus sabias palabras nunca me quebré ni lloré frente a él, no como siento que lo haré en estos momentos.

Él estaba en silencio a mi lado y sé que estaba esperando pacientemente que yo me atreviera a hablar. Miré las manos sobre el delantal rojo bordado con hilo negro y dorado con modelos distintos de diversas flores por toda la tela. Hoy no tuve que ir a trabajar por eso decidí ponerme un vestido blanco con las mangas hasta el codo con una chaqueta negra sin mangas y el delantal. 

A diferencia de muchas veces dejé mi cabellera negra libre al viento, dejando que llegara un poco más debajo de mi cadera. Por eso también esperé a que él día se alzara un poco más para poder venir a la iglesia.

Cerré mis manos con fuerza y tragué el nudo de mi garganta—Me siento abrumada—comencé diciendo—no tengo miedo a lo que me enfrento, el trabajo no me da miedo, pero siento que todo ha cambiado en mí, y de eso si tengo miedo.

—¿Tienes miedo de ti?

No lo miro aunque soy consciente de que sus ojos están puestos sobre mí, en cambio, yo solo pierdo mi mirada en el horizonte que me abre sus brazos para recibir mi corazón y mente, en donde en el interior de las dos se desata una tormenta que amenaza con destrozar mi realidad, y destrozarme a mí en el proceso.

Una sonrisa nostálgica cruza por mis labios cuando la razón de mi terror llega a mi mente. Nunca los recuerdos se habían agrupado tanto como estos años lo han hecho, y todos me echan en cara lo que temo, no reconocerme a mí misma.

—Tengo miedo de la persona que pueda descubrir cuando la busque—mi corazón se sinceró antes de que mi mente detuviera las palabras.

—La vida es un camino lleno de descubrimientos—solo me dice eso.

—Pero, ¿tiene algun sentido tener miedo de uno mismo?

Se queda en silencio buscándole respuesta a mi pregunta. Y siendo sincera no sé si pueda encontrarla cuando yo llevo años luchando por encontrar una en vano.

̶—Tener miedo es parte del cambio, nunca conocemos la realidad de nuestros sentimientos aun cuando ella se postre ante nosotros—sigo sin atreverme a mirarlo, solo lo escucho—somos ciegos porque huimos del dolor. Pero reconocer el miedo es saber que estas sufriendo, y al aceptarlo es más fácil dejarlo.

No quería mirarlo no me atrevía. Mi mirada estaba postrada al frente pero la nada era lo que observaba. Hasta que esa misma nada se fue nublando poco a poco, ahí comprendí, que, como nunca había hecho, estaba llorando. 

Las lágrimas rodaban por mis mejillas como hace años no hacía. Estaba soltando toda la tormenta de mi interior con interminables ríos de lágrimas. 




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