Mansión Höller en Santiago de Surco, Lima, Perú, durante la reunión de Marion con los participantes del programa de Formación para la Excelencia del Instituto de Diseño de Modas Höller.
La respuesta de Stefan conmovió a sus cuñados porque notaron la melancolía en sus palabras.
Stefan miró a sus cuñados, y con una expresión cansada, como si estuviera derrotado, decidió exponer sus sentimientos a Ravi y Haldir.
»Tenía cuatrocientos cincuenta y dos años cuando mi familia decidió ir a la Tierra Bendecida. Los elfos somos realmente inmortales, intocables para la muerte, siempre y cuando nos nutramos de la magia élfica por mil años ininterrumpidos, por lo cual debíamos irnos sí o sí. Todos mostraban gran entusiasmo, menos yo. Siempre hubo algo en mí que hacía que me quedara en el bosque y no buscara salir de él, así que no estaba animado en irme de ahí.
»Cuando llegó el momento de partir, le dije a mi padre que no iría con ellos. Él no entendía qué había en este mundo para que yo deseara quedarme, ya que lo único que encontraría sería la mortalidad. En ese momento no conocía mi destino, por lo que no podía refutar a mi padre convincentemente. Al final solo le dije que no quería ser inmortal. Vi el dolor en sus ojos cuando terminé de hablar, y como no podía argumentar mi decisión di media vuelta y me alejé del muelle en donde estaba encallado el barco que los llevaría hacia la inmortalidad.
»Los siguientes quinientos años estuve solo. No se me hacía fácil mezclarme con los humanos, ya que con el tiempo ellos morían y yo continuaba mi vida. Así que me quedé viviendo solo en una cabaña en el interior del bosque. Estaba tan adentro de él que no volví a ver humanos, solo me topaba con hadas, uno que otro felino y licántropos.
»Los años pasaban y la muerte no llegaba. Según la tradición de mi pueblo debí morir unos doscientos años después de que mi familia partiera, ya que al no nutrirme de la magia élfica perdería mi inmortalidad. Sin embargo, por alguna razón seguía vivo.
»Mi monotonía y soledad llegaron a su fin en un ocaso hace veintisiete años. Estaba terminando con las labores del día cuando algo me dijo que debía ir hacia el lado oeste del bosque. Sabía que no podía ir muy al oeste porque, con el paso del tiempo, los humanos habían ganado terreno al bosque, pero no podía dejar de moverme hacia no sabía dónde. En eso la vi. Caminaba de un lado a otro, como buscando algo. Noté que era una licántropa, pero no entendía qué hacía en el bosque en su forma humana. Me acerqué más, y sentí como un calor emanaba de mi pecho, de mi corazón. Al principio creí que había llegado el momento en que la inmortalidad me abandonaba, pero cuando escuché su aullido, me di cuenta que lo que sentía era atracción hacia ella.
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hombre lobo alpha y luna, huerfana hija de la divinidad, sobrenaturales entre los humanos
Editado: 22.12.2023