Capítulo 3
Allí estaba mirando esa hermosura con un vestido playero floral venir hacia mi, bueno hacia mi y mi futuro suegro. Otra vez quedando como un bobo, tildado y no pudiendo sacarle los ojos de encima. Si algún día soñé con una mujer para mí, seguro se veía como ella, se nota a la legua que es una mujer, de esas con todas las letras. Antes no era el momento, ni el lugar, pero ahora, ahora comienza nuestra historia.
El día que la vi por primera vez, sentí que la conexión era mutua, pero la vi tan preocupada por su padre que lo único que quería hacer era abrazarla y darle tranquilidad. Luego, en las dos revisiones posteriores al alta de su papá, estaba más nervioso por verla que por lo que debía decir. Su padre estaba muy bien. La primera vez, la seguía viendo preocupada, la segunda vez, ya estaba más relajada hasta conocí su sonrisa, asistió con todos sus hermanos y obviamente su padre. Que hermosa familia, de esas que uno se siente parte, aunque apenas los conozca.
Mi esposa, enfermera de terapia intensiva que hasta ese momento, aún después de ser desahuciada, seguía trabajando, en tareas muy leves, administrativas. Me contó cómo había visto solo amor para ese padre de parte de sus hijos en esas cuarenta y ocho horas en terapia y que así se sentía ella, amada. Un mes después ella falleció, acompañada de nosotros tres. De su familia ya no quedaba nadie. Ella había querido trabajar hasta lo último decia: “quiero sentirme útil hasta el final y los chicos no pueden faltar a su actividades por mi, sino cuando ya no esté, no van a querer ir”. Así era ella, nos organizaba la vida a todos.
Y yo asumí que lo que había sentido al ver a Julieta era solo porque estaba pasando un momento tan difícil en mi vida, me quedaba sin mi amiga y compañera y sin la madre de mis hijos. Pero ahora, un año y medio después, siento exactamente lo mismo. Es distinto a lo que sentí con mi esposa, con ella no fue amor a primera vista, fue amor de esos que se dan con el tiempo, compañera de trabajo y de hecho me cargaba siempre porque tuvo que soportar tres novias mías, hasta que de a poco comenzó ese sentimiento y ninguno de los dos quería escapar. Así estuvimos diecisiete años felizmente casados, hasta que hace un año la perdí. Justo en esos días me crucé con la hermosa Julieta. Pero, obviamente, como mencioné, adjudique esos sentimientos al dolor y la desolación de saber que pronto estaría solo, aunque lo que más me angustiaba es saber que mis hijos se quedarían sin madre. Pero de injusticias está lleno este mundo, como la de que Cecilia deje de existir y lo peor la impotencia de que uno cómo médico no puede hacer nada para ayudarla.
Durante este tiempo sin ella, como le prometí a mi amada esposa, lo dediqué a mis hijos, el trabajo y sus actividades. Vino mi hermana desde nuestra ciudad natal a unos mil kilómetros. Ella me ayuda con mis hijos, es docente, así que consiguió trabajo en la escuela de mis hijos y está con ellos por las mañanas y los lleva a sus actividades mientras generalmente yo estoy en cirugía. No suelo hacer consultorio salvo el seguimiento de mis pacientes. Por lo que terminó cirugía y salgo al gimnasio o a pasar tiempo con mis hijos o retirarlos de la escuela. Este finde largo planeamos pasar el finde a 200 km de casa, sin siquiera imaginarme que volvería a ver a Julieta. De hecho pensé que jamás volvería a verla.
La veo acercarse con temor o vergüenza, no logro descifrar su expresión pero sé que es porque tengo el mismo efecto que ella tiene en mí.
—Hola Doctor ¿cómo está usted? —estira la mano para saludarme como lo hizo en el consultorio.
—Aquí soy solo Juan Ignacio, no estamos en el consultorio —digo serio pero con tono amistoso mientras un rubor tiñe su hermoso rostro— ¿podemos tutearnos?
—Sí, cla… claro, disculpe —escondió su mano y yo levanté una ceja, seguía sin tutearme— perdón, quise decir discúlpame —en eso, dió un paso indeciso hacía mí y aproveché para dar otro hacía ella agaché la cabeza y nos dimos un beso en la mejilla— Julieta, por si lo olvidó, seguramente tenés muchos pacientes y seguro mucha familia involucrada para que lo recuerdes.
—Lo recordaba, hay pacientes y familia que nunca se olvidan —y puse mí mejor sonrisa— ¿no pescas?
—Solo con el mojarrero, pero ayer no picaba nada, hoy no probé.
—Es mejor con el reel.
—Nunca aprendí a tirarlo —dijo un tanto avergonzada cómo si fuera algo obligatorio para poder entrar al camping.
—Ay hija, nunca lo pediste sinó te enseñaba —interrumpió Enzo quién miraba la escena a escaso metro y medio de nosotros y que estoy segura ella también había olvidado que se encontraba ahí— ahora con la mano así no creo que pueda, ¿tal vez vos le podes enseñar?
—Seguro —mi futuro suegro me estaba ayudando y por lo que noté me guiñó el ojo muy disimuladamente— también le voy a enseñar a mis hijos.
—Papá el doctor seguramente va a estar muy ocupado con sus hijos, no lo voy a hacer trabajar, pero puedo observar y si tengo dudas le consulto.
—Creo que puedo explicar a mis hijos y a vos —entonces se acercó una mujer hacia mí me abrazó y me dió las gracias por traerla, mí hermosa Julieta le sonrió a la mujer, le dijo buenos días, me miró sería y automáticamente pidió el equipo de mate a su padre, él le señaló dónde estaba y yo quedé analizando la secuencia mientras veía a Julieta alejarse por dónde había venido.