El llanto de Paloma era un sonido silencioso, un torrente de lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Estaba tan sumida en su dolor que no oyó el susurro de los neumáticos sobre la gravilla, ni los pasos sigilosos en la terraza de madera.
—Alessia... —la voz de Demetrius fue apenas un susurro.
Ella se sobresaltó, levantando un rostro empapado en lágrimas. Él avanzó lentamente, sus manos levantadas en un gesto de rendición.
—En el coche... me di cuenta —dijo, su voz ronca de emoción—. Dije que no podía lastimarla a ella. Pero me di cuenta de que vivir sin ti es una herida peor. Una sentencia de muerte en vida. Si no me caso... ¿me prometes que no me apartarás de tu vida?
La esperanza floreció en el pecho de Paloma.
—No te apartaré —susurró.
Él cerró la distancia y, con una delicadeza infinita, le secó las lágrimas. Y la besó. Fue un beso de una ternura sobrecogedora, una promesa. La tomó en brazos y la llevó adentro, a un dormitorio que él nunca había visto, un territorio nuevo para empezar de cero.
Hicieron el amor mientras la noche caía sobre el lago, y esta vez fue diferente. No hubo juegos, no hubo máscaras. Solo dos almas rotas encontrando consuelo. Él le susurró que la amaba, una y otra vez. Y ella, por primera vez, se lo dijo también, la verdad saliendo de sus labios en un susurro tembloroso:
—Yo también te amo.
*****
En la suite presidencial del hotel más lujoso de Ciudad de Reyes, Sabina era la viva imagen de una novia radiante. Su vestido de novia, una creación de miles de dólares, colgaba como un espectro glorioso. Maquilladores y peluqueros revoloteaban a su alrededor, dándole los toques finales. Era el día de su coronación.
A las diez de la mañana, su sonrisa era radiante, pero por dentro, una ansiedad fría comenzaba a crecer. No había sabido nada de Demetrius desde su extraña llamada la noche anterior. Su teléfono estaba apagado.
—¿Ha hablado con el señor Romano? —le preguntó a su asistente.
—Su jefe de seguridad dice que tuvo un imprevisto, pero que estará aquí a tiempo, señora del Río.
A las once, los primeros invitados importantes empezaban a llegar al lugar de la ceremonia. El teléfono de Demetrius seguía apagado. La sonrisa de Sabina se volvió una mueca tensa.
A las doce, la hora de la boda, él no estaba. El organizador, pálido como un fantasma, entró en la suite.
—Señora del Río... los invitados... la prensa está empezando a hacer preguntas.
El jefe de campaña de Demetrius irrumpió en la habitación, su rostro desencajado.
—No lo encontramos. Nadie sabe dónde está. Es como si se lo hubiera tragado la tierra.
Fue entonces cuando el teléfono del asistente sonó. Era una alerta de noticias. El joven miró la pantalla, y su rostro perdió todo color. Sin decir palabra, le tendió la tableta a Sabina.
El titular era una bomba atómica: "ESCÁNDALO: DEMETRIUS ROMANO ABANDONA A SU PROMETIDA EL DÍA DE SU BODA".
El mundo de Sabina se hizo añicos. El silencio en la suite fue absoluto. El personal la miraba con una mezcla de piedad y miedo. Ella miró su propio reflejo en el espejo. La novia perfecta, radiante, humillada ante el mundo entero.
La tristeza duró un segundo. Luego, fue reemplazada por algo mucho más antiguo y poderoso. La rabia. Con una calma aterradora, se levantó. Caminó hacia un jarrón de cristal lleno de rosas blancas y lo estrelló contra el suelo. El sonido del cristal rompiéndose fue el único sonido de su corazón roto.
—¡FUERA! —gritó a todo el mundo—. ¡TODOS FUERA, AHORA!
Cuando estuvo sola, en medio de las ruinas de su día perfecto, se miró en un trozo de espejo roto. La novia abandonada había desaparecido. En su lugar, había renacido la reina guerrera. Y su guerra, acababa de empezar.
*****
Se despertaron a la mañana siguiente, con el sol de mediodía entrando a raudales por la ventana. Estaban enredados, sus cuerpos aún unidos, el mundo exterior un recuerdo lejano e irrelevante. Demetrius la miró dormir, la expresión de paz en su rostro, y sintió una oleada de amor tan abrumadora que casi le dolió el pecho. Era el día de su boda. Y nunca se había sentido más seguro de una decisión.
Pero el mundo exterior no esperaría para siempre.
El teléfono de Demetrius, que había dejado en el salón, empezó a vibrar. Y a vibrar. Y a vibrar. Una cacofonía insistente que finalmente los sacó de su burbuja.
—Será mejor que vea qué catástrofe ha ocurrido —dijo él con un suspiro, separándose de ella a regañadientes.
Cuando volvió, su rostro estaba pálido. Tenía miles de mensajes, docenas de llamadas perdidas. De Mendoza. De su jefe de campaña. De su madre. Y, por supuesto, de Sabina. Le tendió el teléfono a Paloma. La pantalla mostraba los titulares de los principales periódicos de Solaria.
"EL CANDIDATO ROMANO DESAPARECE A HORAS DE SU BODA"
"ESCÁNDALO POLÍTICO: DEMETRIUS ROMANO DEJA PLANTADA A LA FILÁNTROPA SABINA DEL RÍO"