Ana
Hoy por la mañana, mientras ordenaba la sala y Sofía terminaba su tarea en la mesa, me llamó emocionada. Con su letra redonda y cuidada, había estado escribiendo su carta a Papá Noel. Dejé lo que estaba haciendo y me senté junto a ella, observando cómo doblaba cuidadosamente el papel.
—Mamá, ¿quieres saber qué pedí? —me dijo con una sonrisa gigante, esa que siempre ilumina toda la casa.
—Claro, mi amor, dime —respondí, disfrutando de su alegría.
Entonces, con la inocencia propia de sus 9 años, me miró directamente a los ojos y dijo.
—Quiero conocer a mi papá. Ese es mi deseo de Navidad.
El mundo se detuvo por un instante. Sentí un nudo formarse en mi garganta, uno tan apretado que apenas podía respirar. Mi sonrisa se desvaneció, aunque intenté que no lo notara.
Sofía continuó hablando, llena de esperanza.
—Siempre me has dicho que Papá Noel cumple los deseos más importantes. Entonces pensé que tal vez él puede ayudarme a conocerlo.
No supe qué decir. Durante todos estos años, me convencí de que protegerla de esa parte de su historia era lo correcto. Pensé que no necesitaría saber de él, que mi amor sería suficiente. Pero ahí estaba mi hija, deseando algo que nunca le di: la oportunidad de conocer a su papá.
La abracé fuerte, dejando que mi silencio hablara por mí mientras sus palabras resonaban en mi cabeza. Ese deseo, simple y profundo, me recordó que hay cosas que una madre no puede decidir por siempre. Y en ese momento, entendí que quizás era hora de enfrentar aquello que había evitado por tanto tiempo.
Ella continuó con sus tareas y dejó la carta al lado del árbol de Navidad. Este año me sorprendió como nunca: primero aparece David, y ahora esto.
Terminé mis pendientes y llevé a Sofía a clases de ballet.
De camino a la fábrica, pensaba en todo lo sucedido. Pero sobre todo en David, en cómo terminó lo nuestro.
No tenía él derecho de aparecer justo ahora. No podía pensar con claridad. Todo mi mundo perfecto se estaba desmoronando a mis pies. La verdad estaba por salir a la luz y eso me daba miedo. Nunca le temí a nada. Todo lo que había construido para mi familia —la cual es solo mía— no podía él llegar y destruirla.
Con el corazón hecho un nudo, fui a casa de Mauricio, mi gran amigo, quien además es tarotista.
Estacioné la camioneta y llegué sin avisar. Al verme, se sorprendió y me señaló que lo esperara, ya que estaba ocupado con una clienta.
Mientras esperaba que él se desocupara, me puse a leer un libro que allí había sobre plantas. No tenía ganas de nada, puesto que lo que leía no lo entendía porque leía de manera mecánica, sin estar atenta al contenido.
Pasada media hora, se desocupó mi amigo, quien salió a despedir a su clienta. A su regreso, se sentó al lado mío y tomó mi mano.
—¿Qué pasó, Ana? —Lo miré un momento y el silencio fue sepulcral por un minuto.
—No sé por dónde empezar —mis manos empezaron a sudar y no sabía qué hacer. En ese momento, sentía que mi mundo se desmoronaba.
—Por el principio, amor —me miró con ternura y me abracé a él—. Si tienes que llorar, hazlo, pero saca eso de adentro, porque sea lo que sea, te está matando.
Él me conocía tan bien, pero aun así no sabía que mi malestar era por David, el papá biológico de Sofía. Sé que cuando se lo diga, entenderá aún más mi angustia.
—Volvió. Él regresó. Nunca pensé que él nos buscaría o encontraría —le dije con mucha angustia.
—Calma, cariño, por favor. Te va a hacer mal —se levantó y fue por un vaso de agua y me lo entregó. Me alivió un poco y respiré.
—David, el papá de Sofía, está de vuelta. Fue casualidad y odio que el universo me haga esto.
—Cariño, nadie te hace nada. No puedes evitar lo inevitable. Siempre fuiste consciente de que Sofi tenía un papá y que en algún momento regresaría. Ahora no luches contra eso, ya que es su identidad y ambos merecen saber la verdad.
—¿Y si pierdo a Sofi? —La angustia fue peor. No veía mi vida si no estaba al lado de mi hija.
—¿Estás segura que es eso? Porque tu hija te ama... ¿o es que nunca olvidaste el amor de David?
No respondí, ya que no podía hacerlo, ni siquiera pensarlo, ya que la herida de su traición seguía intacta.