Nene se acomodó en el agua caliente y cerró los ojos. Ni en sus peores pesadillas hubiera pensado que Owari caería. Todo esto era una locura y sus ideas de reclamar la provincia, se habían ido al traste. Observo la luna entre los barrotes de la ventana y se incorporó. Esta era grande y brillante como se veían en el castillo de Kiyosu. El viento movió las ramas de un sauce y vio los papelillos de los deseos. Era tanabata, la fiesta de las estrellas.
La noche de Tanabata, Nobunaga siempre organizaba una velada con teatro Noh y luego, daba un banquete. El calor del verano, obligaba a celebrarlo en uno de los fosos del castillo. Además, era una de las pocas ocasiones en las que se permitía que tanto hombres como mujeres, estuvieran juntos disfrutando del espectáculo.
Nene estaba sentada en una de las tribunas con su padre y Hideyoshi. La joven intentaba distraerse con algo, pero Nobunaga carraspeaba para que volviera a centrarse en la explicación que el general estaba dando sobre los trajes de los actores. La joven buscaba entre el gentío a sus amigos para pedir auxilio. Diviso a Tsuneoki, que hablaba con la hija de un general. Cuando sus miradas se cruzaron, el joven no pudo reprimir una sonrisa y después de despedirse de la chica, se acercó hasta ellos. Sin embargo, no interrumpió a Hideyoshi, para frustración de Nene.
La joven se levantó y pasó como una exhalación al lado de los hombres. Hideyoshi movió la cabeza con desaprobación. Nobunaga soltó una carcajada al mirar al general.
– Creo, amigo mío, que no todos tienen nuestro gusto por el teatro Noh. Tsuneoki, acompáñala.
El joven saludo y salió tras ella. La joven había accedido a una de las torres laterales y la encontró cerca de una ventana. Esa noche corría una ligera brisa que llevaba el ruido de la ciudad. Tsuneoki se acercó a ella, pero no dijo nada.
Tsuneoki asintió, pero fue llamado por un general de Nobunaga. La joven le dijo que fuera y que lo esperaría allí. Ella fue a cambiarse. El kimono que llevaba, tenía demasiadas capas y le incomodaba demasiado. Un sencillo yukata sería más cómodo para lo que ella quería. Al regresar, era Ranmaru quien la estaba esperando. La hija pequeña del general tenía que volver a casa y ese hombre, le había confiado la tarea a Tsuneoki, el cual no había podido negarse.
Ranmaru siguió a la joven hasta una puerta lateral de la muralla. Cuando estaba a punto de abrirla, el joven la aparto y negó con la cabeza
Ranmaru suspiro y le pidió que esperara un momento. Salió corriendo por un lateral y a los pocos minutos regreso con una katana a la cintura.
Sin ser vistos llegaron al centro de la ciudad, donde los farolillos iluminaban las calles y los pequeños puestos daban ambiente festivo. Ranmaru se adentró por callejones repletos de gente, y así consiguió esquivar a las patrullas. Nene iba a su lado, agarrada a la mano del joven para no perderse. Llegaron a la orilla del rio, donde comenzaría el espectáculo.
El primer estallido anuncio los fuegos y ella se giró emocionada. Ranmaru la miraba atónito, preguntándose si era consciente de lo que acababa de decir. Estaba seguro de que no, pero se puso a su lado y sonrió.