Daveth se encaminó hacia el ayuntamiento junto con Yelisa. Volver a tener a esa joven tan cerca le hizo avivar sentimientos que creía enterrados, y recuerdos, muchos recuerdos. Había buenos, unos que recordaba alegres, unos a los que deseaba volver pero, sobre todo, había malos. Había dolor.
Según le había dicho ella, Yannick había ido a buscar a la chica de los cabellos rojos para una nueva reunión. Debían planear lo que harían los próximos días.
Dawen, el padre de Yelisa, fue el primero en llegar después de ellos. En cuanto se adentró en la sala, sus ojos chocaron con los de Daveth, y el odio que mostraron fue el suficiente para hacer enfadar al joven.
—Yelisa —saludó casi a regañadientes.
—Hola —se limitó a decir ella.
Dawen se acercó a uno de los muebles que decoraban la sala donde se hallaba una jarra llena de vino.
—Por cierto....Daveth.
El joven tensó su mandíbula. La forma con la que pronunció su nombre no le gustó en absoluto, estaba llena de veneno. Se preparó.
—Limítate a escuchar y no a hablar.
—¿Perdona?
—Tu intervención de ayer —explicó—. Intenta no poner a la gente en tu contra.
—Sólo hice lo que creí necesario.
—Ya, pues no lo era. Sólo di lo que ellos quieren escuchar.
—¿Con eso te refieres a que les de la razón? ¿A que diga que Yelisa no sirve para nada? ¿Que no debería tener el puesto que merece? ¿A eso?
Los ojos de Dawen chispearon.
—Qué sabrás tú de ella. Eres un maldito chico problemático y rebelde que lo único que causa es...
—¡Basta! —exclamó harta Yelisa, mirando a ambos varones—. ¿Podéis dejar de discutir como malditos críos? Se supone que sois adultos.
Aquello bastó para que Daveth se diese media vuelta y se alejase lo más posible de Dawen. Se apoyó en la pared de brazos cruzados y esperó a que los demás llegaran. No tardaron mucho.
—¡Pero bueno! —la voz gruesa de Taric sonó desde la entrada de la sala—. ¡Se nota un poco de tensión aquí dentro!
—Taric, no creo que sea un buen momento —comentó la única mujer en la sala.
—Ya veo —el rubio se acercó a Dawen y le arrebató la jarra de vino que todavía poseía de las manos—. ¿Cómo vamos, Dawen?
—Bien —respondió entre dientes.
—¿Bien o muy bien?
—Bien a secas —casi gruñó—. ¿Puedes cerrar el pico por unos cinco minutos?
Daveth dirigió su mirada hacia el dúo, encontrándose con la de su tío, quien no abandonaba su sonrisa de diversión. A veces Daveth se preguntaba cómo era posible que su tío se lo tomara todo a cachondeo, o si en realidad lo hacía para calmar el ambiente.
—¿Qué demonios le pasa a este? —inquirió en un susurro, acercándose a su sobrino.
—Se han vuelto a pelear —respondió Yelisa por lo bajo.
Daveth le dedicó una mala mirada.
—Gracias por responder a algo que no te han preguntado.
—Oye, no la tomes conmigo. Es con mi padre con quien te has vuelto a pelear.
A Yelisa no le faltaba razón, por lo que Daveth cerró la boca. Le molestaba que Dawen tuviese la suficiente repercusión en él como para hacerle enfadar tanto. O quizá eran los recuerdos. La culpabilidad.
Para cuando el ambiente se logró calmar un poco, Yannick y la chica de cabellos rojos atravesaron el umbral de la puerta. Los presentes al instante se tensaron y se apartaron un poco. Ella ni siquiera se paró a observarlos, sólo siguió al líder del sector tres hacia el mapa de parte de Judyk que se hallaba sobre la mesa.
—Debemos planear lo que vamos a hacer en los próximos días, no podemos improvisar sobre la marcha —comenzó diciendo Yannick—. Somos apenas cuatro gatos de cada sector, lo ideal sería visitar cada ciudad y hacernos un pequeño ejército.
—¿Un ejercito para qué? —preguntó Yelisa, arrugando el ceño.
—Tampoco eso, sino voluntarios que nos ayuden a...
—¿Voluntarios? —Dawen soltó una risa amarga—. Pareces nuevo en esto, Yannick.
—¿Qué problema hay en lo que acabo de decir?
—Venga ya. ¿Voluntarios? Ese término no existe.
—Que tú tengas a mitad de tu ciudad esclavizada no es culpa mía.
Aquello dio de lleno en el ego de Dawen.
—Eso no es verdad.
Pero Yannick ya había apartado la mirada de él. No quería más discusiones.
—La idea de Yannick me parece bien —habló Yelisa.
—Y a mí —Taric asintió—. Podríamos rastrear los alrededores de todas las ciudades.
—Y aumentar la seguridad de las murallas —pensó la única mujer humana presente—. E imponer una serie de reglas, el toque de queda que pensó Daveth estaría bien. Que los niños sobre todo no salgan de la ciudad.
—Me parece buena idea —asintió Yannick—. ¿Qué dices tú, Dawen?
El susodicho sólo hizo un ruido gutural para mostrar su visto bueno. Sin embargo, para cuando los presentes pensaron que el plan ya estaba hecho, la peculiar voz de aquel ser habló:
—¿Y ya está? ¿Eso es todo? —su mirada se paseó por cada uno de los presentes—. ¿Incrementar la guardia? ¿Poner nuevas medidas de seguridad? ¿Buscar voluntarios?
—¿Qué más quieres, bruja? —preguntó Dawen de forma venenosa. Daveth lo observó como si hubiese perdido totalmente la cabeza al hablarle así a ella.
—Padre —siseó Yelisa.
—No —la chica de los ojos naranjas alzó la mano, a lo que la otra mujer se calló—, está bien. No ha dicho nada que no sea verdad. Sin embargo, ese tono venenoso con el que has pronunciado mi naturaleza me ha molestado, humano.
Dawen tuvo que sellar sus labios ante el mismo tono que utilizó la chica.
—Si creéis que con ese plan vais a encontrar a los niños o vais a evitar nuevas desapariciones estáis muy equivocados.
—¿Y qué ideas puedes aportar tú que nos puedan servir de ayuda?
—Vuestras ideas sólo os servirán en la ciudad, y de una manera poco eficiente. Lo que planeo yo —se acercó a la mesa, agarró el mapa y señaló con su dedo índice una parte del mapa que todos ellos temían— es atravesar el bosque.