Daveth
¿Cómo se suponía que debía sentirme después de lo que había pasado con Ignis? Debería haberme dado igual sus palabras. Debería haber aceptado el fin de lo que quisiera que tuviéramos y haber mirado hacia otro lado. Pero no podía hacer eso, no cuando no podía sacarme de la cabeza qué era Ignis para mí.
Me lo llevaba preguntando durante todo el trayecto. No sabía qué había pasado con mi abuelo para que de repente ella saliera corriendo. No podía dejar de visualizar sus ojos naranjas, cuyo fuego había sido apagado por las lágrimas. Ignis se había roto en mil pedazos delante de mí. Y no era la primera vez.
Divisé su cabellera roja a lo lejos. No podía dejar de mirarla mientras me preguntaba qué había sido lo que la había llevado a decirme todo eso, o por qué demonios me sentía tan apagado. ¿De ahora en adelante no iba a hacer más que evitarme?
¿A qué habíamos estado jugando entonces? Lo que había empezado entre nosotros se alejaba mucho del sentimiento de dolor que Ignis reflejó en sus ojos. Lo nuestro empezó como un juego de tira y afloja. Un juego de ver quién odiaba más a quién. De saber quién podría caer rendido antes frente al otro. Porque si algo había sido imposible de disimular entre nosotros había sido la tensión sexual.
—Daveth, ¿adónde vas?
Miré a Jasir sobre mi hombro. No me había dado cuenta de que habíamos parado para descansar unos minutos. Frunció el ceño, con sus ojos todavía sobre los míos cuando desmontó.
—¿En qué llevas pensando todo el camino?
—En nada —me limité a decir.
Lo escuché suspirar. Jasir sabía que cuando me cerraba en banda era difícil tratar conmigo. Nos ocupamos de dar algo de beber y comer a los animales. Jasir no se despegó de mí.
—¿Puedes dejar de mirarme de reojo todo el rato como si temieras que me diera un arranque de locura o algo por el estilo? —Chasqueé la lengua, molesto.
Tensó sus hombros y miró al frente al instante.
—Yo no he hecho eso.
—Por supuesto que lo haces. —Suspiré. Acaricié distraídamente el lomo de Níger mientras observaba a mi mejor amigo—. Eres demasiado molesto cuando estás preocupado por algo.
—Fingiré no haber escuchado que soy molesto —comentó cual niño enfadado.
Rodé los ojos. Jasir tomó una profunda bocanada cuando, con voz segura, dijo:
—Lo solucionaremos. Darel es un hombre fuerte.
Si Jasir supiera que lo que me había tenido tan distraído durante el viaje no había sido mi abuelo, sino una mujer jodidamente irritante, entonces no me habría mirado de la misma forma.
Busqué a mi abuelo con la mirada, que se hallaba tumbado en el suelo, molestando a mi padre. En realidad su estado no había empeorado mucho más desde ayer. Aunque su fiebre había cesado, su tos no había desaparecido. Tampoco había vuelto a lograr ponerse en pie.
—Sigue siendo el mismo, ¿eh? —Jasir había aparecido a mi lado. Me dio un golpecito con su codo.
Sonreí de medio lado. Pese a lo que Ignis nos había contado sobre una de las suyas y lo que mi abuelo había dicho sobre sus pocos días de vida, la esperanza que albergaba en mi interior silenciaba los comentarios de ambos. Sabía que mi fe me terminaría destruyendo.
—¿Vamos con las chicas?
Su pregunta hizo que mirara directamente al grupo de Yelisa. Con ellas se encontraban Ignis y Arlet. No pasé por alto la expresión seria y distante de Ignis. Por mucho que pareciera querer participar en la conversación o sonreír, nada de eso era real. ¿Sentiría el mismo vacío que yo en el pecho?
—¿Daveth? —Jasir sacudió su mano delante de mi rostro—. ¿Vamos?
Pestañeé un par de veces.
—Claro. Ve tú primero, voy a ver primero cómo está mi abuelo.
—De acuerdo. —Sonrió antes de marchar.
Probablemente Jasir me regañaría más tarde por haberle mentido y no haber ido con ellos, pero me daba igual. Ignis había dejado muy claro que no me quería cerca. Había insistido en que cada uno siguiera su camino. Y para qué mentir, me sentía tan patético y tan mal que estar cerca de ella no era una opción.
Me acerqué al lugar donde se habían reunido mi padre, mi tío y mi abuelo. En silencio me senté junto a mi abuelo. Estaba casi seguro de que, cuando dejaron de hablar, los tres me miraron con gesto dudoso.
Miré a Jasir y a las chicas. Parecían estar pasándoselo bien. Todos excepto Ignis. Se notaba a leguas que quería estar sola y en silencio. Yo, sin embargo, quería y necesitaba estar con ella. Aunque fuese también en silencio.
Solté un gruñido por lo bajo y cerré los ojos. Me sentía patético pensando de ese modo, y más después de que Ignis me apartara de ella. Me sentía como la mierda.
Me tapé la cara con las dos manos.
—¿Y a ti qué te pasa? —Escuché decir a mi tío.
Separé mis dedos lo suficiente como para poder ver con mi ojo derecho a mi tío.
—¿Qué? —cuestioné con tono áspero.
Formó una mueca.
—Pareces una alma en pena —añadió mi abuelo.
Dejé mi rostro al descubierto y analicé a los tres hombres que me miraban. Por sus expresiones, debía verme asquerosamente mal.
—¿Tan mal me veo?
Mi padre asintió. Taric formó una mueca. Mi abuelo frunció el ceño, como si quisiera descubrir qué me tenía así.
—¿No has dormido bien? —preguntó papá con tono preocupado.
—No es eso —murmuré.
—¿Tienes hambre? —habló mi tío—. Yo cuando tenía tu edad me ponía de muy mal humor si tenía hambre.
—¿En serio? —Papá lo miró de reojo—. Siempre tienes hambre.
—Y siempre tengo a mi estómago satisfecho. —Pasó su brazo por los hombros de papá—. Por eso siempre estoy de tan buen humor. ¿Veis esta sonrisa? —Señaló su boca curvada—. Esto es producto de un estómago siempre lleno.
—Sí, sí —Papá rodó los ojos. Le dio un par de palmaditas en el abdomen a mi tío antes de zafarse de su agarre—. Lo que tú digas.