Ignis
Allí estaba Elyas, el hermano de Ania. Sus ojos me analizaron con curiosidad, como si supiera lo que estaba pensando y estuviera esperando a que explotara delante de sus narices. Este Elyas, el que yo había conocido, era unos cuantos años mayor que el del último recuerdo.
—Sabía que mi hermana no me pondría las cosas fáciles. —Sonrió con la rabia centelleando en sus ojos—. Incluso muerta me es un estorbo.
Mis ojos se abrieron todavía más, con sorpresa.
—¿Muerta?
Su sonrisa se ensanchó, saboreando mi confusión ante un hecho que no me esperaba. Sabía que esos recuerdos no los había soñado, y por la secuencias que seguían, supuse que alguien me estaba queriendo decir algo. Elyas me lo terminó de confirmar, pero nunca pensé que Ania estuviese muerta.
—Entiendo —murmuró—. Todavía no has llegado a esa parte, ¿no?
Elyas no me contestó, sino que se dio la vuelta y comenzó a alejarse de mí. Por mucho que yo intentara avanzar para seguirlo, mis pies no se levantaron del suelo, estaba congelada en el sitio. Pronto comencé a desesperarme, pues todo a mi alrededor volvió a fundirse en una oscuridad que daba la sensación de querer devorarme.
Parecía haber transcurrido una eternidad cuando, de repente, pasé a estar en una gigantesca biblioteca que ya conocía. Estaba sentada sobre una mesa, con las piernas colgando. Elyas apareció de uno de los tantos pasillos conformados por hileras de estanterías y se acercó a mí con un libro en mano. Con elegancia, se sentó sobre la silla que quedaba frente a mí, casi sin dejar distancia entre nuestros cuerpos.
Clavó la mirada en las páginas del libro como si no hubiese sido él quien me había llevado hasta allí. Como si no supiese que él quería algo de mí. Intenté mover mis manos, pero permanecían clavadas en la madera de la mesa. La sensación era horrorosa, como si me tuviera encadenada ante él. Gruñí con frustración.
—¿Qué quieres de mí?
Elyas no respondió, continuó con su lectura. Comencé a desesperarme.
—Si vas a volver a insistir para que me una a ti, ya puedes terminar con todo esto.
—Si te insistí fue porque quería ser benevolente contigo y darte la oportunidad de hacer las cosas por las buenas —con expresión fría cerró el libro de golpe y alzó su mirada hacia mí—, pero voy a tener que recurrir a hacerlo por las malas.
—Digas lo que digas y hagas lo que hagas no conseguirás nada de mí.
—¿Crees que tienes elección, Ignis? Tus deseos no tienen importancia, no significan nada.
Se acomodó contra el respaldo de su asiento y giró el libro para que observara su portada, una simple de color gris con un título plateado: “La teoría de los mundos”. Lo supe sin tener que pensar mucho.
—Eso es de Khyan.
Los nudillos de la mano con la que sujetaba el libro se volvieron blancos ante la mención de su hermano menor.
—Así que también te lo ha presentado a él.
Pensar que aquel niño hubiese pasado por la misma mala suerte que su hermana hizo hervir mi sangre.
—¿Él también está muerto?
—Te noto preocupada. —Fingió estar confundido—. Yo que tú no lo estaría tanto sabiendo que por culpa de mi hermano tú tienes lo que más anhelo ahora mismo.
Con una sonrisa pretenciosa dio dos golpecitos a la tapa dura del libro.
—Khyan consiguió lo que más deseaba en la vida: abandonó nuestro mundo.
Recordaba perfectamente que, efectivamente, Khyan buscaba irse de su mundo, y que invitó a su hermana y Gevan a abandonarlo junto a él, los tres juntos. Tenía demasiadas preguntas que hacer, pero al parecer Elyas estaba de mejor humor que otras veces, y empezó a hablar.
—Todos los príncipes teníamos una oportunidad en la vida de pedir un don a los dioses, que en ocasiones se nos era transmitido, y en otras no. Khyan suplicó poder salir de nuestro mundo, y nuestros dioses aceptaron su petición. —Ladeó la cabeza, observándome con un brillo oscuro—. ¿Adivinas a qué mundo fue a parar?
No necesité darle muchas vueltas: Khyan fue a mi mundo.
—Tengo entendido que gracias a él se ha ido conformando con el paso de décadas un poderoso aquelarre de brujas. —Chasqueó la lengua—. Odio ese término.
—Y déjame adivinar, yo formo parte de ese aquelarre.
Asintió levemente.
—Y todas las demás brujas de las que me deshice también —dijo observando de forma distraída el libro—. Por eso pude tirar de vuestras almas hacia este mundo con tanta facilidad, porque sois sangre de mi sangre, descendientes de mi hermano.
Eso me hizo pensar en lo que tanto había temido: en mi supuesta muerte. Mis pensamientos debieron de ser evidentes, porque una malvada curiosidad pasó a reflejarse en su ojos cuando se apoyó del respaldo de su silla y se acercó un poco a mi cuerpo.
—Detecto tu miedo.
Apreté mis labios.
—Tus suposiciones son correctas. —Esbozó una sonrisa perversa—. Moriste hace tres años, pero yo te concedí una segunda oportunidad. ¿No me convierte eso en el dueño de tu vida?
Desde el tono de su voz hasta esa sonrisa llena de satisfacción me hicieron arder llena de rabia. Estaba claro que Elyas disfrutaba de mi miedo y de mi confusión, de la falta de mis recuerdos y de la necesidad de saber quién fui en el pasado. Para él era como un juego, le divertía porque sabía que él llevaba la delantera.
De repente una fuerza invisible estampó mi espalda contra la superficie de la mesa. Con el pánico abriéndose paso por todo mi cuerpo, intenté moverme, pero de nada me servía.
—En nuestro último encuentro me clavaste un cuchillo en el cuello, ¿te acuerdas? —Allí estaba esa ira contenida. No iba a olvidarse fácilmente de cómo me escapé de él—. Es mi deber enseñarte qué cosas se te están permitidas hacer, y qué cosas no.
Elyas apareció por un lateral de la mesa con una pequeña daga en la mano. ¿Aunque lo que pasara allí no fuera real conseguiría hacerme algún daño?