La Invitación

Diez [Cato]

Tenía encima problemas mucho más grandes y relevantes, pero verdaderamente apenas había espacio en mi cabeza para nada que no fuera la alarmante cantidad de veces que había tomado la mano de Rory sin que fuera estrictamente necesario, y el largo rato que la dejaba allí sin que sintiera necesidad de retirarla. Además, el muy tonto me miraba todo el tiempo cuando creía que no lo veía y tenía que resistir la tentación de sonreírle. Si Dalia me hubiera visto hacerlo, se habría burlado de mí hasta que el Bosque se quedase sin follaje. Simplemente no podía permitírmelo.

Incluso con la advertencia que me había hecho mi prima y las consecuencias que tendría que afrontar una vez recuperásemos la piedra, a Iria y a Jax y cerráramos los portales, no cabía en mí el sentirme abrumado. Solo podía pensar en pasar más tiempo con el humano, que a mi pesar, me caía cada vez mejor y se me hacía, de a poco, atractivo… Tuve que sacudirme el pensamiento rápidamente; no tenía ninguna intención de que saliera a relucir en mi expresión. En vez de eso, me obligué a concentrarme en las instrucciones de Dalia y el reducido grupo de amigas a quienes había confiado mi situación. Usando la piedra que quedaba, ambas conchas y la esencia de Iria y Jax que se guardaba en los recuerdos de Rory, tendríamos que abrir un tri-portal que al mismo tiempo nos llevase donde las mujeres a la vez que engañase a Áine para entrar nuevamente al Bosque, donde ellas lo estarían esperando para reducirlo y destruir definitivamente ambas piedras. Por descontado, ese sería su único aporte, dado que no querían ni oír hablar de pisar el Reino Humano, pero su magia sería más que suficiente y no me quedaba otra opción que darles las gracias.

—Ni lo menciones —dijo Dalia cuando lo hice, pero era más un ‘de verdad, no volveremos a hablar de esto nunca cuando todo termine’ que un ‘por nada’.

—Solo hay un pequeño detalle —dijo otra de las mujeres—. Hay una pieza clave que necesitamos si queremos que esto funcione. Humano…

—Rory —la corrigió él—. Tengo un nombre.

Con el paso de los días me había dado cuenta de que tenía cierto filo que escondía con recelo. Por fuera, parecía todo sonrisas, pero el hecho de que supiera pelear y que no se cortase para responder cuando algo le parecía mal demostraba que tenía un carácter fuerte por debajo de esa fachada. Me gustaba.

—Rory —siguió ella, pretendiendo que no se había ofendido ante la rectificación—. Si quieres recuperar a tus madres, tendrás que hacer de señuelo. Procuraremos protegerte todo lo posible, pero existen posibilidades de que-

—Lo haré —la interrumpió—. No me importa el peligro, sólo quiero que estén bien.

—Entonces está decidido —estuvo de acuerdo Dalia—. Cato, tú te encargarás de prepararlo. Nosotras haremos lo demás.

Me quedó claro de inmediato que no me querían cerca de ningún portal nunca más y, aunque confiaba más en su magia que en la mía, me puso de mal humor tener que entregarles los amuletos que Rory y yo habíamos hecho con nuestros propios poderes. Siempre había pensado que la prohibición de viajar entre reinos era en extremo estúpida: los humanos no eran más peligrosos que nosotros, y así mismo, tampoco éramos mucho más elevados que ellos. Al menos en su lado de las cosas sabían divertirse un poco, no como en el Bosque y en todas las otras comunas, donde la rectitud y lo prodigioso tenían un lugar central.

—¿Hay algún problema, Cato? —inquirió mi prima.

Negué con la cabeza porque no quería mentir directamente con todas las elfas allí. Su sensibilidad era alta y sabrían que estaba siendo deshonesto, igual, lo que más me molestaba de todo era la frialdad pretendida de la que hacía gala Dalia: frente a otros como nosotros, no quedaba más que actuar como era esperado. Ella siempre había sido dulce y calmada, y aunque se permitía eso con los niños de sus clases de música, no mostraba jamás esa cara en compañía de otros elfos adultos. Era irritante.

Me llevé a Rory a mi habitación tan pronto nos dieron el pase para levantarnos y este me siguió en un silencio tenso que se sentía por toda la casa. Tal como sus cuerpos, las emociones de los humanos eran más fuertes y si cabe, las negativas lo eran aún más, así que su incomodidad flotaba en el ambiente como una nube negra que nos tenía a todos algo nerviosos, a pesar de eso, agradecí que estuviéramos en la misma sintonía; probablemente no lo habría soportado si hubiese notado que incluso él estaba del lado de las matriarcas. Aunque el humano tenía ganas de explorar, logré convencerlo de que era en realidad una pésima idea. Sí, seguramente ya se había corrido la voz de que se encontraba dentro de la comuna, pero que se mostrase en público habría sido como darle una bofetada en la cara a todos los estirados que vivían alrededor. Tentador, pero inconveniente si quería que Dalia disfrutara de cierta tranquilidad cuando me fuera definitivamente. Podría estar enojado con ella, pero en realidad la quería y lo mínimo que podía hacer después de la metedura de pata era procurar que la dejaran en paz.

Las horas pasaron lentas dentro de la casa, con el color del cielo cambiando de dorado a blanco a dorado nuevamente cuando se acercó la noche. Rory estaba mortalmente aburrido a la vez que angustiado, lo cual era una pésima combinación, por lo cual lo dejé intrusear entre mis cosas mientras le daba un último vistazo a una habitación en la que no volvería a poner un pie. Se sorprendía con todo, especialmente con mi ropa, que consistía en su mayor parte en vestidos sencillos y pantalones amplios de algodón bordados con hilos de colores. Aunque él vestía muy distinto, le fascinaba ver todo aquello y lo ayudé a distraerse un rato modelándole algunas prendas. Creí ver un par de veces rubor en sus mejillas paliduchas mientras me miraba y, acto seguido, las mías se encendían también. Me di cuenta de que ambos estábamos plenamente conscientes de lo que estaba pasando, pero había mucho recelo de por medio, demasiado como para ignorarlo.



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En el texto hay: fantasia, lgbt, romance lgbt

Editado: 25.05.2023

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