La Invitación

Once [Rory]

El beso me tomó tan por sorpresa que no fui capaz de asimilar nada más. Luego, todo ocurrió muy de prisa y solo supe que habíamos vuelto a casa al darme cuenta de que mi cuerpo volvía a tener su peso y torpeza normal, y también porque las enredaderas volvían a hacer de las suyas. Nos encontrábamos en medio de la tienda de Áine, desprovista de toda vitalidad ahora que su dueño había desaparecido. Cato tenía una mirada angustiada, pero antes de que pudiera hacer cualquier intento de consuelo escuché la voz de Iria llamando desde otra habitación. Salí corriendo en su dirección sin importarme todas las antigüedades que estaba destruyendo en el camino. Tras de mí, oía los pasos ligeros de Cato, quien no tropezaba con nada. Cada vez que sus pies golpeaban el suelo, la sensación del beso y la magia siendo devuelta a mi cuerpo volvía a posarse sobre mis labios. Me ardían, así como también el rostro, aunque por razones diferentes. No sabía cómo podría volver a mirarlo a la cara, pero en ese momento, mis madres eran mi prioridad.

Las hallamos, sorpresa, amarradas con plantas idénticas a las que me apresaban y supe en seguida que sería un infierno liberarlas, eso si llegábamos a ser capaces de hacerlo. Me apresuré para llegar a su lado, pero Cato me detuvo, señalando sus bocas que estaban tapadas con savia endurecida. Lo miré sin comprender, pero en vez de hacer una mueca como siempre hacía, volvió a tomarme la mano y me acercó a sí mismo.

—Ca-

No alcanzó a chistar antes de que las criaturas salieran de entre las sombras. Gnomos, hadas diminutas que proyectaban una imagen más grande de ellas sobre su propio cuerpo, más elfos, monstruos irreconocibles. Cato se posicionó frente a mí de forma protectora, pero yo no tenía miedo por mi integridad, sino por la de Jax e Iria, que ya habían pasado por suficiente. No pude moverme aunque lo intenté, pues el suelo se comenzó a ondular bajo nosotros y a perder densidad, provocando que empezáramos a hundirnos entre los tablones de madera y los trozos de cerámica y vidrio rotos.

El elfo, que se hundía con más lentitud, intentó asirme pero eso sólo provocó que nos sumergiéramos más a prisa. Las criaturas se nos echaron encima, rabiosas por haber provocado que perdieran la oportunidad de transitar entre Reinos. Intentamos por todos los medios liberarnos de ellos, pero sus garras, dientes y demás atributos se nos clavaban en la piel, arañándonos especialmente la cara, que teníamos descubierta. Sentía los gritos ahogados de mis madres y su lucha infructuosa para liberarse de las enredaderas. Con todos esos monstruos encima, la madera liquidificada nos atrapaba con más voracidad, pronto estuve dentro hasta el pecho y la presión estaba volviéndose tal que supe que moriría allí mismo si no hacía algo. Desesperado, me giré y di manotazos al aire, pero sólo sentía más colmillos hincándose sobre mi carne. Junto a mí, Cato rugía como un animal, haciendo que las paredes vibraran con la profundidad de su llanto.

Respira, respira, respira. Lo intentaba, pero ya no podía, no podía.

—Cato —dije, aunque probablemente no llegó a salir de mi garganta.

Tomé un último aliento antes de que mi boca desapareciera tras el suelo y cuando este tapó mi nariz, algo se encendió dentro de mí. No sé si fueron mis pulmones colapsados o si se trataba de una desesperación más bien mental, que bien podrían haber sido ambas cosas, pero pronto lo único vivo que quedó dentro de mí fue esa vibración incesante que siempre había confundido con demasiada energía pero que, por fin comprendí, se trataba de mi magia. Giraba dentro de mi pecho como un núcleo caliente, tan rápido que visualizarlo me causaba vértigo. Abrí la boca para inhalar pero en vez de aire entraron astillas y cuando me tocó escupirlas lo hice con tanta desesperación que mi magia se expandió como una bomba.

El destello de la explosión fue tal que sentí que me secaba, incluso con los ojos cerrados. Una ola de calor recorrió mi cuerpo como una fiebre incontrolable, pero desapareció con rapidez cuando Cato tomó mi mano y me tiró hacia arriba con cierto esfuerzo. Sentí mis pulmones expandirse cuando salí a la superficie, por completo, las enredaderas habían desaparecido y aunque todavía estaba encerrado desde la cintura para abajo, por fin podía respirar con normalidad, pero el alivio duró poco. A nuestro alrededor, la tienda brillaba con tal intensidad que por un momento creí que nos encontrábamos dentro del sol, pero no era sólo la luz que me hacía creer eso, sino también el calor descontrolado de las lenguas de fuego que consumían las antigüedades.

Con ayuda de Jax, que se había visto liberada de las plantas con mi arrebato, Cato terminó de sacarme y me apuraron a correr en dirección a la puerta. El aire ardía sobre la piel y el humo que empezaba a asentarse dificultaba la visión y el movimiento. Me encontraba tan mareado y débil que no habría sabido salir por mi cuenta, así que sólo me dejé conducir, pisoteando tanto artefactos como cuernos y extremidades de criaturas que no conseguían liberarse por sí mismos, abatidos por lo que había hecho mi magia unos minutos antes.

Fuera se había congregado una multitud, pero aunque los bomberos llegaron al poco tiempo e hicieron lo imposible, no lograron salvar la edificación, cuyos escombros caían con alboroto y soltando chispas rojas que se elevaban al cielo a juntarse con las estrellas. En algún momento mi mano y la de Cato volvieron a juntarse, pero en esa ocasión, quien lo había buscado había sido yo.

Mis madres se abalanzaron sobre mí y me envolvieron en un abrazo tan apretado que entré en pánico por un segundo. Supe que nunca más aguantaría ningún tipo de sofoco sin alterarme, pero, a pesar del miedo, logré apoyar mi cabeza en el hombro de Iria y solo me moví cuando sentí a Jax obligar a Cato a unírsenos. Su esposa lloraba, aliviada, y la misma Jax botó algunas lágrimas que procuré ignorar para no avergonzarla. Nos habríamos quedado allí un largo rato, sospecho que incluso Cato, si no hubiera sido por los paramédicos. A pesar de las protestas, nos separaron y nos llevaron a cada uno en una ambulancia, alegando que el protocolo esto y la seguridad aquello. El elfo, sin embargo, desapareció sin dejar rastro antes de que pudieran ingresarlo y mi ritmo cardiaco se aceleró de pura desesperación al pensar que no volvería a verlo.



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En el texto hay: fantasia, lgbt, romance lgbt

Editado: 25.05.2023

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