La Legión de los Malditos

Benévola Oscuridad

Los inviernos en Calluhn eran largos, se esparcían por todo el reino dejando a su paso un escenario inmaculado; pero en dichos inviernos, la necesidad de mantener las alacenas llenas incrementa al mismo ritmo que la temperatura bajaba. Los animales se escondían en sus madrigueras y cazar se dificulta, Lorian tendría suerte si por su paso atravesaba algún conejo.

La anciana madre de Lorian le había pedido cazar algo para la cena, ella, sin embargo, no recordaba lo especial de aquel día que transcurría, la joven no le dio importancia, puesto que era algo normal, tal como sus otros cumpleaños. Al salir por la puerta principal de la choza, dejando la calidez que esta le ofrecía, los cabellos blanquecinos de la chica recibieron el exterior para rápidamente ser cubiertos por una capa.

Lorian, con carcaj en hombro y su arco en la mano izquierda, respiraba el aire frío que la recibía ese día, como el primer amanecer de un invierno que apenas iniciaba. La joven escuchó y prestó atención a su alrededor, estaba lista para cazar y encontrar lo que consumirían esa noche; Lorian ajustó su capa con intenciones de cuidar que alguien notara su aspecto, aún en la soledad del bosque las órdenes de Caliza, su madre, la perseguían. Para esconderse la chica no tenía razones, puesto que de niña le era permitido correr con sus cabellos sueltos y su mirada a la vista, pero eso había cambiado de una noche para otra.

Lorian siguió su camino de todas las mañanas, dirigiéndose al claro donde había observado que las apariciones de animales eran usuales; de niña, Lorian imaginaba que el claro tenía un aura que atraía a los animales, luego pudo entender que sólo eran las bayas las cuales llamaban la atención de aquellos.

Esa mañana, ella en medio del camino pudo percibir un sonido que no era parte de los usuales, el galope de caballos. Las respiraciones de la chica se hicieron profundas perdiéndose en el aire como un espeso vaho, si no salía de ahí al pasar los jinetes, la verían y harían preguntas, por lo que corrió hasta que su respiración inició a fallar por el cansancio.

Pero Lorian quedó paralizada, reconoció el aura oscura del lugar y el aspecto de los árboles muy tarde, el ala norte del bosque se caracterizaba por negarle la misma entrada al sol, dejando el lugar en penumbras, y siendo identificado como tenebroso para la joven, también lo era de prohibido.

El olor a azufre le rozaba la nariz, Lorian estaba dispuesta a salir del lugar y no volver; aferrándose a su arco como única protección dio un ligero paso antes de sentir como una helada mano se aferraba a su tobillo con una delicadeza escalofriante, su mirada no dudó en dirigirse a sus pies, encontrando una criatura deformada que a su paso dejaba una especie de baba negra. De la joven salió un jadeo de terror cuando la sombra empezó a aferrarse a su cuerpo, tirando de ella hasta tirarla al suelo, al rebotar su cabeza contra la dura superficie, el mundo se agitó a los ojos de Lorian pero eso no evitó que notara como más sombras reptaban cual lagartijas al salir entre los árboles, por lo que sollozó bajo el desespero y el mareo que le invadían.

Todas las sombras emitían jadeos lastimeros, siseos, sonidos que revoloteaban a los oídos de Lorian y la llenaban de terror; al moverse y tratar de escapar pudo sentir como la capa cayó a sus hombros, liberando su rostro, Lorian percibió como la sombra sobre su cuerpo subía por su estómago, hasta quedar cara a cara con ella. La joven pudo notar algo en la mirada de ese ser: dolor, temor...y reconocimiento.

El agarre que la sombra mantenía sobre los hombros de Lorian se aflojó, y ella sintiendo como su cuerpo era liberado enterró sus dedos en la tierra, mojada de la baba que liberaban dichos seres, y alzó su cuerpo para salir corriendo lejos del ala norte del bosque. Llegó al claro donde cazaba y su cuerpo pudo sentir como sus energías y la adrenalina del momento la abandonaban, se precipitó al suelo agradeciendo a los dioses el haberle permitido abandonar el lugar.

Sus piernas aún temblaban, además que la tensión que se mantenía en sus hombros no la abandonaba, por lo que, aún en el suelo, trató de calmar sus pulsaciones. No olvidaba que debía llevar la cena de esa noche. Al abrir sus ojos y enderezarse no le sorprendió notar a tres conejos comiendo de los arbustos que rodeaban el lugar, preparó las flechas en su arco y las lanzó en cuestión de segundos, no fallando ni una vez y sintiendo la tensión salir de ella en cuanto tomó con sus manos a los animalitos.

Al llegar a la choza, su madre la esperaba con una expresión severa en el rostro, la mirada de Lorian se dirigió al horizonte notando como el sol bajaba, era seguro, debía dar explicaciones.

— ¿Por qué has tardado tanto, acaso no percibiste que el sol se estaba ocultando? —inquirió Caliza, cruzando los brazos, expresando su enojo a la desobediencia de Lorian.

— Con el invierno las presas no han salido al claro este día —susurró Lorian, mintiendo descaradamente —Tuve que ir más allá para encontrar algo, lo siento, madre.




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