Nyliare había pasado la noche al pendiente de los sonidos del bosque, poco a poco se alejaban del que había sido su hogar para adentrarse al pueblo donde tantos peligros podría encontrarse, y eso la mantenía alerta.
James, siendo opuesto a lo entrometido que había demostrado ser, no pronunció palabra en todo el camino, lo que llenó de paz a Nyliare. Claramente no estaba acostumbrada a la presencia de otras personas, a las preguntas y miradas.
Más adelante el sendero adornado por la nevada les mostraba al pueblo, James suspiraba tranquilo sabiendo que nada les había ocurrido por la noche, irritado de haber cabalgado por tantas horas con una compañera apática. Cuando el sol empezaba a salir por el horizonte, Nyliare bajó su capa mirando con admiración al gran astro, llamando la atención del caballero que de forma desinteresada la trajo hasta su destino, el frío y la irritación del viaje había valido la pena ante las vistas de rasgos tan finos y pieles tan impolutas.
—Gracias por traerme —Nyliare inclinó la cabeza, tapando su rostro con sus rojizos rizos.
—Fue un placer —susurró él, tomándose la libertad de retirar esos cabellos que ocultaban dicha obra de arte —Por favor, permíteme tutearte.
Nyliare se sintió incómoda, su mirada reflejaba admiración, pero algo en ella no le permitía sentirme cómoda, su mirada era oscura y le asustaba. Pero aún así asintió, ganando una sonrisa del bello caballero de mirada turbada.
—Lorian, me gustaría verte otra vez —James no podía quitar la mirada de la joven, de sus rasgos finos y su apariencia frágil.
Nyliare no estaba segura querer verlo nuevamente pero su respuesta fue dispuesta a mantener una buena relación —Tal vez, algún día.
Su respuesta fue acompañada con la llegada de Kiar desde las sombras, Nyliare con la acción subió su capa, dando una vuelta sobre sus pies y dejando a James embelesado sin dirigirle una mirada más.
El frío en la mañana venía acompañado con una brisa helada que mantenía a la elegida encogida en escalofríos, sus pasos apresurados clamaban su necesidad de llegar a la cabaña y encender el fuego, y fue así hasta que visualizó la acogedora cabaña que se le había descrito.
Con pasos aún más rápidos Nyliare llegó hasta la puerta empujándola con su hombro, despertando una humareda de polvo que la hizo toser con insistencia. La cabaña se veía descuidada, había polvo por doquier y la madera parecía algo podrida pero eso traía sin cuidado a la joven, quien se apresuró a avivar un fuego en la chimenea llenando la estancia de calor.
A Nyliare no le parecía que dormir fuera importante en esos momentos, tal como hacía Kiar, quien dormitaba en una esquina de la habitación sin importarle que el polvo ensuciara su pelaje. La elegida se pasó parte del día desempolvando el lugar donde viviría hasta que el cansancio superó sus ganas de limpiar, quedándose dormida en el catre de la pequeña habitación.
Habían veces que Nyliare no podía controlarla, que mientras dormía tomaba el control de su cuerpo llevándola a hacer cosas de las que no era consciente, muchas de esas cosas eran malas y terminaban llenando a la joven de arrepentimiento, así como esa noche.
Nyliare había despertado rodeada de una lúgubre aura, el aire se sentía pesado y sus manos temblaban descontroladamente. Cuando sus ojos se fijaron en las paredes su corazón dio un salto en su pecho para caer inmóvil, ni sus respiraciones se escuchaban en aquella habitación cuando la joven percibió el olor a hierro. Miles de símbolos escritos en las paredes con sangre fresca.
La elegida sabía que la protección que Caliza le proporcionaba en el bosque era el impedimento a sus apariciones, y ahora que no estaba allí sólo incrementarían las visitas. Pero temía las repercusiones.
Con pasos sigilosos, Nyliare se desplazaba por la cabaña, buscando el origen del olor, llevándola un poco más allá de la habitación hasta tropezar con un agónico recuadro.
Kiar batallaba entre respiraciones profundas, con lo que parecían puñaladas en su lomo y todo su inmaculado pelaje manchado de su propia sangre. Nyliare dio un grito antes de arrodillarse a su costado, viendo los humanos ojos del lobo y recibiendo su sufrimiento tal como suyo.
La elegida no dudó cuando uno de sus dedos se hundió en la herida del lobo, buscando saber qué tan profunda era esta y curarla; cuando los tejidos empezaron a ser reconstruidos, la joven, sin dejar de hacer su trabajo, sucumbió a las lagrimas.
—Oh, Kiar —sollozó, sintiendo la pesadumbre perforar su pecho sin compasión, así acompañado por su compañera, la culpabilidad —Estarás bien, lo prometo.
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Editado: 24.12.2019