La liga ciudadana

Capítulo 6: Discusiones

— Es una mala idea. — comentó Mario.

El paquete de K había abierto una eterna discusión sobre cuál sería su siguiente paso.

Eir defendía el plan inicial. Concebía la misión como un primer salto hacía una revolución que acabaría con la neoesclavitud.

Mario, por el contrario, creía que era una pérdida de tiempo. K ya se comunicaba con ellos por mensajes anónimos y seguros. ¿Para qué arriesgar cualquiera de sus vidas?

El resto del equipo creía que el plan de Eir era suicida, pero necesario. Sin embargo, no concordaban con el número de personas implicadas.

— No. Si K no nos ha transmitido la información por mensaje, es porque es demasiado peligroso. Debo arriesgarme, pero no pienso dejar que ninguno de vosotros hagáis lo mismo.

— Eir, en este caso, coincido con Mario. No puedes asistir tu sola. ¿Y si resulta ser una trampa?

— Entonces pasaré desapercibida y me centraré en el príncipe. 

— Espera… ¿Qué?

Había olvidado que Kert, Sila y ella eran los únicos que sabían esa parte del plan.

Mario estaba desconcertado. Siempre intentaba conservar sus sentimientos a raya, pues sabía que la joven nunca se permitiría mantener una relación normal y en parte, lo entendía. Él se encontraba en su misma situación. Pero, esta vez,  transmitió su preocupación por la joven sin pudor alguno.

— Debemos averiguar los ideales del príncipe, tal vez podamos obtener su apoyo. —  explicó observando la mesa.

— No. — contestó consternado.

 Intuía que era lo que querían hacer y no pudo ocultar el dolor que le causaba. Revolvió su corta cabellera rubia y observó a Eir como si la regañara.

—  Es una locura, ¡Una locura! — El joven caminó en círculos, analizando cada mínimo detalle que podría salir mal. — ¿Y si te obliga a celebrar el matrimonio? O  peor, ¿Y si te ves forzada a…?

Eir observó con dureza aquellos ojos marrones. Hablar de un tema como ese delante de todo su equipo le provocó un leve sonrojo. Sus mejillas alcanzaron el nivel máximo de su temperatura al notar que la desafiaba con la mirada, como si la advirtiera de que no haría tal cosa, a menos que él lo aprobara.

Lo odió por ello. Fuera de su marco laboral como neoesclava, jamás dejaba que nadie le prohibiera nada ni obligara a nada. 

 — ¡Mario! Es mi problema, no el tuyo. Además lo único importante aquí es acabar con el Neoimperio, vivir en igualdad de condiciones y en paz. Esa será siempre mi prioridad, no mi estado civil. 

Soltó aquello en un arrebato de irritación y no pensó en la dureza de sus palabras hasta que dejó de hablar y vio el dolor en los ojos del hombre. Sabía que aquel gesto había sido una simple muestra de preocupación, pero estaba acostumbrada a ser la que protectora, no la protegida.

Tras un breve silencio, decidió retroceder y dislculparse por sus palabras, pues no era ni el momento, ni el lugar.

— Mario, yo…

— No hace falta, Eir. Ya lo has dicho todo.

El hombre salió de la oficina ignorando los gritos de Eir.

Tras su marcha, el salón de reuniones se sumió en un silencio incómodo. Nadie supo cómo reaccionar o qué decir para continuar con la planificación de su estrategia.

— Bueno, ya lo decidiremos más tarde. He conseguido información sobre el príncipe, puede que te sea útil.

Las palabras de Sila funcionaron como una señal de evacuación. En menos de un minuto se encontraban las dos solas, sentadas una frente a la otra.  

— ¿Esto es la información que has conseguido? ¿Blogs y prensa sensacionalista para adolescentes? — Preguntó, observando las ventanas abiertas de su tableta. 

 — Exacto. Es el primer paso.

La joven examinó a su amiga con extrañeza. Agradecía la distracción que le brindaba para no pensar en Mario, pero creía que esos documentos no servirían de nada.

Sila captó lo que estaba pensando y la retó con la mirada.   

— Dime, ¿Alguna vez has interactuado con el sexo opuesto para algo más que hablar de política y neoesclavitud? — se cruzó de brazos y esperó una respuesta.

— Sí, hablo con Min todos los días. — alegó, imitando su postura.

Sil hizo su mayor esfuerzo por no reír y observó, exasperada, a su amiga.

— Sabes muy bien que no me refiero a un trato de hermana a hermano. 

Tenía razón. Siempre estaba preparada para cualquier debate político, pero no acostumbraba a interactuar con hombres con el fin de socializar o empezar algún tipo de relación.

En realidad, era toda una experta en huir al mínimo atisbo de atracción. No sabía cuál era el verdadero motivo. Tal vez por no incluir a nadie más en su simple pero complicada vida, tal vez por no tener que cuidar a otro neoesclavo  o, tal vez, por el miedo a no ser aceptada. El caso es que nunca había querido buscar la razón, porque creía que sus circunstancias no eran las adecuadas para formar una familia, ni siquiera para pensar en amigos con derechos o novios.



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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