Eir amaneció con el ruido de fondo de un holoviews y la mano de su hermano en su cara. No sabía cómo habían llegado a esa postura ni como no se había despertado. Ni siquiera sabía cuándo se había acostado en la misma cama que su hermano.
Entre la somnolencia, recordó que ninguno de los dos tenía un proyector dentro de su habitación. Tampoco recordaba que Min sufriese alguna pesadilla la noche anterior.
Se apoyó sobre sus codos con cuidado, e inspeccionó el lugar sin moverse demasiado. Era muy oscuro y no parecía contar con ventana alguna.
Inspiró profundamente y reconoció el familiar olor a polvo, humedad y sangre seca. Esa extraña mezcla, solo pertenecía a un lugar en concreto: El desván.
El lateral izquierdo de la pequeña habitación se mantenía tal y como lo había dejado su padre, lleno de cajas amontonadas que contenían las pocas pertenencias que les quedaban. Pero, el lateral derecho, era el favorito de la señora Rotgold.
Solía referirse a ese rincón como un lugar de castigo para todos aquellos que no obedecieran las normas de la casa.
Al principio solo les encerraba durante un día o dos, para “enseñarles una lección”. Y aunque pasaban hambre y miedo, no era nada que no pudiesen soportar. Al menos tenían colchón y almohada.
Más adelante, aquella mujer consiguió un látigo de cuero negro y apuntaló tres tablas de madera sobre la única ventana de la estancia. Fue entonces cuando comenzó la verdadera pesadilla.
Le gustaba encadenar a Eir sobre la cama y tumbarla boca abajo con la espalda descubierta. Golpeaba a la joven hasta quedar inconsciente y, cuando todo terminaba, obligaba al niño a limpiar la sangre de su hermana.
Siempre ocurría tras el primer aviso, pues la mujer odiaba tener que repetir cualquier directriz.
Eir notó el frío del metal rozando una de sus muñecas. Comprobó, entonces, que Margoret los había encadenado de un brazo a ambos. La cadena era suficientemente larga como para moverse por el colchón.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Desde la muerte de su padre tenía un sueño ligero, por lo que dedujo que los habían drogado para trasladarlos.
Desesperada y sabiendo que era imposible escapar de esa estancia, puso atención en el holoviews. Observó la imagen holográfica de Sibil, la presentadora y reportera baconiana que daba las noticias del día. Se trataba del programa de las siete de la mañana, por lo que supuso que todavía era temprano.
Sin embargo, en lugar del cotidiano decorado del set de grabación, se encontraba delante del muro que custodiaba el castillo, concretamente, delante de las pintadas de Kert y Toni.
— …al parecer, dos miembros de la LC irrumpieron en el jardín de palacio durante la celebración. Su objetivo principal era manchar el muro con las impresiones de las siglas de esta organización terrorista. — Eir emitió una sonrisa. Tal y como había predicho, aquel acto eclipsó la verdadera misión de la LC. — Actualmente los atacantes siguen en paradero desconocido. Pero hoy no queremos malas noticias. Las doce regiones se mantienen en vilo, esperando la decisión del príncipe. Según fuentes cercanas a la familia real, el baile terminó a las tres de la madrugada, sin embargo, el príncipe no pidió en matrimonio a ninguna de las jóvenes. Muchos aseguran que su alteza no ha dormido hoy en su alcoba. Ha pasado la noche en el Área de administración, buscando a la denominada “Dama misteriosa” que perdió uno de sus zapatos. — Eir observó boquiabierta la pantalla. Tras la mujer, ahora se emitían imágenes del momento en que perdió su zapato y atravesaba las puertas del castillo junto con Mario.
— Por el momento se sabe que el príncipe ha contactado con el zapatero más prestigioso de la élite, pero se desconoce la identidad de la joven. Os mantendremos informados.
Una vez más, no sabía cómo sentirse. Kalet había pasado la noche en vela para encontrarla.
Si estaba buscando zapateros, quería decir que ya sabía que su ciudadanía era falsa y encontrar al fabricante no le costaría mucho, pues era un trabajo artesanal.
Su madre siempre había necesitado que le confeccionaran zapatos a medida ya que tenía los pies muy pequeños, al igual que ella. Daba gracias a que aún poseía algunos, pues sin ellos tendría que calzar tallas más grandes o ir sin zapatos.
¿Cómo pudo ser tan descuidada?
Le gustaría verlo desde una perspectiva optimista, como Sila, y creer que el príncipe irrumpiría en el desván, rompería sus cadenas y los salvaría de las garras de Margoret. Pero, en la vida real, colarse en una celebración con una CB en blanco se pagaba con la muerte.
— Por fin despiertas.
La señora apagó el holoviews mientras se levantaba de una vieja silla y se acercaba a la joven desde las sombras.
— Señora… ¿Por qué estamos aquí?
— ¿Acaso creías que podrías engañarme, dama misteriosa? — siseó.