Por semanas no había dejado de pensar en él. Al parecer nadie de sus amistades lo conocía y ella no había vuelto a verlo desde aquel día. Hubiera pensado que todo fue producto de su imaginación si no hubiese sido porque su ropa había quedado empapada luego de su infortunada zambullida.
¿Dónde podría haberse metido? Parecía como si la tierra se lo hubiese tragado. Al menos eso pensó hasta que por fin lo volvió a ver. Y fue que lo volvió a ver y no “que volvieron a verse”, porque otra vez Pamela sufrió producto de su indiferencia.
Estaba anotando el horario de ciertas clases en el periódico mural de la universidad cuando lo vio venir directo hacia ella. En un principio, cuando se “fijó” en su presencia, los nervios se la comieron. Por su mente pasaron miles de ideas del por qué se acercaba a ella. ¿Le daría por fin las gracias por su heroico fallido rescate? ¿Le pediría disculpas por haberla ignorado? ¿La invitaría a salir?
Nada de eso ocurrió. Es más, sin siquiera mirarla, se acercó hasta ella y luego, como si fuera una valla que había que saltar, pasó casi por encima de ella sin pronunciar palabra alguna con una seguridad digna de un rey.
Pamela estaba en shock. ¿Otra vez? ¿Acaso era invisible para ese neandertal? Debía reconocer que al principio la situación la traía de cabeza y la enojaba a partes iguales, pero en vista de la mirada, o más bien la falta de ella, hacia su persona, que no dejaba ver una indiferencia premeditada o una carencia de bondad, ya hasta le causaba gracia. ¿Podía ser tan insignificante para alguien? Al parecer así era, pues aquel individuo no hacía más que pasar por sobre ella una y otra vez.
Con el tiempo se enteró de su nombre. Joel. Y ese simple conocimiento trajo consigo una serie de coincidentes encuentros en donde la indiferencia hacia ella predominaba, era cierto, pero le permitía ver un lado de él que no había visto. Y es que verlo solo a verlo acompañado marcaba una gran diferencia, porque pudo notar que la indiferencia no era solo hacia ella, como originalmente había creído, sino también con cualquiera que no formaba su círculo de amigos, con quienes parecía confraternizar de una manera que a ella le parecía maravillosa.
Joel poseía un espíritu libre y alegre. Parecía ser el alma de la fiesta, siempre con una sonrisa y una palabra de ánimo para quienes lo rodeaban.
Pamela quería formar parte de esa cofradía a la que él pertenecía. Quería hablar con él, que la hiciera partícipe de sus penas y alegrías, de sus inquietudes y preocupaciones, que se fijara en ella, que la mirara con esos hermosos ojos que rehuían de los suyos. Una sola mirada. Solo una le bastaba.
Fue así que se vio siguiéndolo por distintos lugares de la universidad que ya se le hacían comunes también a ella, en especial la piscina, en donde no se perdía ninguno de sus entrenamientos, porque sí, había descubierto que era un excelente nadador y parte del equipo de natación de la facultad. Cada vez que lo veía acariciar el agua con sus fuertes brazos, sentía envidia del agua que tenía ese privilegio de estar tan cerca de él mientras ella tenía que conformarse con mirarlo desde lejos y sin que él siquiera se percatara de su presencia.
¿Y si se hacía notar de alguna manera? No podía ser que después de estar rondándolo tantas veces no notara que estaba ahí, después de todo, tan pequeña no era. A esta altura dudaba de todo, incluso hasta de su belleza. Quizás no era tan bella como creía ni tampoco tan interesante como para que se la considerara digna de tener como compañía. ¡Dios! Si solo supiera lo que él pensaba de ella cuando la veía, pero ni eso era posible porque de plano ¡NO LA VEÍA!
Pero ya lo haría. Aunque fuera a la fuerza haría girar su rostro al de ella y enfocar esos dulces y alegres ojos hacia los suyos.
Una vez más lo había seguido. Estaba junto a sus amigos conversando animadamente en el primer piso del edificio, así que se le ocurrió subir al segundo y lanzarle algo que lo obligara a mirar hacia arriba y fijara su mirada en ella. ¿Qué podría ser? ¿Su bolso? No, muy peligroso. ¿Su envase de yogurt? No, muy pegajoso. ¡Su horquilla! ¡Sí! era perfecto. No le haría daño, ni lo ensuciaría y le permitiría quedarse con algo personal de ella y de valor sentimental hasta que se dignara a recuperarlo, ocasión que aprovecharía para presentarse delante de él y por fin conseguir su atención.
Pero como solía ocurrirle con él, nada salió como esperaba. Lanzó su horquilla a la cabeza de Joel, pero ésta rebotó y fue a parar al suelo desde donde fue recogido por un amigo de él. Joel apenas y levantó un poco la cabeza, al menos no lo suficiente como para saber quién le había arrojado algo encima, y como su amigo, al parecer no le dio importancia, él tampoco lo hizo. Y ahí quedaron los esfuerzos de Pamela por hacer que Joel la viera por fin.
Pero como toda mujer que se precie como tal, no se dio por vencida y arremetió una vez más un par de días después.
Lo vio caminando lentamente y un tanto vacilante por un lugar en donde no era usual que anduviera. Aquella lentitud fue la oportunidad que Pamela estaba buscando. Se armó de valor y corrió a su encuentro con la firme determinación de hablar con él. Estaba nerviosa, pero decidida a que él la viera de una buena vez.
- Disculpa. – Le dijo tocando su hombro para detenerlo.
- ¿Sí? – Le dijo Joel sin fijar su mirada en ella otra vez ante la frustración de Pamela.