La Maldición de las Cortes (the Courts #1)

CAPITULO 3. Persecución.

Los zapatos altos, ni los vestidos apretados de ceda o la increíble habilidad de cazadores me ayudaban. Corrí rápido y tome un atajo, uno que me dio ventaja sobre los orcos, que aunque eran grandes y asquerosos, eran rápidos y buenos cazando a sus presas, ellos era como los perros humanos, mascotas de los elfos.

En algún lugar decidí romper el vestido y tirar los zapatos, en algún momento mi cabello recobro su tono castaño y por último, corriendo bajo tierra hasta llegar a una entrada subterránea a palacio, mi pies se cubrieron de yagas que ignore pero hicieron más lento mi paso manchando de sangre el camino que recorría con desesperación.

No había nadie adentro, como me lo esperaba, solo unos elfos de elite cubriendo la sala del cetro, pero ese no era mi destino.

Abrí de un empujón la puerta de mi cuarto, busque mi armario escondido y encontré las cosas de las que mi padre hablaba.

Una maleta humana, pero no había tiempo y no tenía fuerzas para llenarla, en cambio, cogí una muda de ropa mientras que destrozaba mi vestido con una navaja escondida al fondo de mi armario, unos pantalones sueltos de color negro y un polo de tono caramelo claro, me vestí colocándome por ultimo un saco que me sería necesario al salir de la Corte de Verano y seguí.

Encontré la daga de la que me hablo mi padre con un pequeño colgante, una llave y fue tan irreal que fuese la de mi sueño que tuve que ignorarlo ya que estaba colocada como un accesorio que me distrajo brevemente.

Me la coloque y escondí la daga en una de mis botas de cuero. Olvide el asunto de mi cabello y lo deje enredado. Corrí de mi habitación y salí a tiempo antes de que un orco quitara mi cabeza de su lugar con un zarpazo.

Seguí corriendo, llore, quizá eso explicaría mi visión nublosa y no me di tiempo de pensar cuando mantuve mi huida. Seguí corriendo.

Salí de palacio y a cambio me gane un profundo corte en el brazo por parte de una espada roja. Maldecí y entendí al instante sus profundas ganas de matarme y llevarse el crédito por ello. Claro, me había reconocido porque él prácticamente vivía en palacio y fue entendible, esto tenía un tiempo planeado.

– Quieta princesa, es mejor hacer las cosas rápidas.

– No – y corrí hacia la derecha entrando al bosque, un laberinto que yo conocía muy bien.

Tuve la oportunidad de huir, el castillo estaba sobre una colina, alejada del pueblo por un kilómetro, pero, el castillo daba paso al bosque, un lugar por donde podía ir a otros reinos y si mis clases no me fallaban, yo podría ir hacia un claro hacia unos dos días a pie siempre y cuando el bosque no decidiera intervenir y hacer mi camino más largo o más corto.

La brevedad del adormecimiento en el corte paso y unos minutos después, cuando me encontraba luchando contra el cansancio decidió hacerme un recordatorio de la sangre que empapaba mi ropa enfriando mi cuerpo. Hielo contra fuego.

Entonces camine.

Camine unos dos horas, supongo, hasta no aguantar más el dolor del brazo, entonces rompí el polo de color caramelo en el estómago cuando sentí que podía detenerme un poco y con ese pedazo de tela amarre la herida. Seguí caminando después de eso guiada por mis instintos.

No estoy segura de cuánto tiempo más paso pero el atardecer estaba claro, un temprano atardecer, y sin darme cuenta de los peligros que habían en el bosque me topé con una serpiente, una con aros rojos y un tanto molesta, pero curiosamente, me evadió, así como el oso y también el caballo, que por cuestiones obvias, como, no ser capaz de atraparlo, no lo aproveche.

El atardecer desaparecía poco a poco y comencé a correr de nuevo con fuerzas renovadas Ya no me importaba caminar rápido y sudar mucho, simplemente, por algún extraño motivo, me habían encontrado.

El rastreador, un elfo, una espada roja nada menos, me cazo riendo y divirtiéndose de mi inutilidad. Yo lo oí, oí sus risas de hiena provenir de entre los árboles, dándome ventaja de seguir corriendo, cansándome, para después tenerme a su merced y sin embargo fue increíble que mi motivación para no morir lo que me mantuvo fuerte, o mi aquello era miedo.

– Ya es hora de que se canse, princesa – rio con una vos suave de terciopelo.

– No – jadee abriéndome paso entre los árboles que se hacían más delgados, solo tenía que seguir avanzando.

– Su hermana está muy preocupada por usted – me mordí el labio y provee mi sangre, ni siquiera quería recordar que había sucedido – y su hermano está llorando por su muerte.

Apareció delante de mí y retrocedí cayendo hacia atrás. Era Valentín, nada más y nada menos que el jefe del escuadrón que protegía a palacio de ataques exteriores, mayormente ubicados en las fronteras a un gran área de donde vivíamos, pero, de alguna manera, me lo esperaba.

Valentín era alto, de cabellos castaños y de los pocos elfos que lucían barba, con la piel aceitunada, guapo, como todos ellos, pero terrible. Valentín que siempre portaba su uniforme, rodeado de plata en el pecho y las piernas, usando ese casco puntiagudo y dejando que los pocos hilos de la cola de unicornio que colgada del protector de la cabeza se combinaran con los suyos, largos entre plata y castaño. Valentín, quien siempre me había observado como una presa, como esas que se rumoreaba, iba a cazar cuando no estaba de servicio, él era, un ser que amaba la sangre y le encantaba oír pedir piedad, rumores que por supuesto, yo creía. Sus ojos eran negros posos de tortura, de enferma malicia, de egoísmo y avaricia. Nunca había confiado en él.




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