Julio doce, mil novecientos setenta y cinco.
La mujer caminaba con algo de prisa, iba quince minutos tarde a su cita con un viejo amigo. Tropezó con varias personas y cuando entró a la cafetería casi hizo que al camarero se le cayera la bandeja, se disculpó reiteradas veces recorriendo el local con la mirada hasta dar con su amigo, el cual estaba a un par de mesa de distancia, disimulando una sonrisa bebiendo el contenido de su taza.
—Lamento el retraso — comentó cuando se sentó.
—No hay cuidado — respondió —, te he pedido un ponquesito de fresa.
—Gracias, entonces, ¿cómo lo han tratado estos años, detective? Cierto, ahora es sargento, mi error — dijo con sarcasmo.
Alex soltó la carcajada, no pudiendo contenerse más — Mejor que a ti no lo creo, mujer que nunca envejece — respondió de la misma manera.
—Pequeños detalles técnicos — bromeó mientras le daba un mordisco al ponqué.
—Treinta años no pasan en vano — le dijo Alex —, cuando llegué a la estación del distrito veintiuno todo era un caos, el sargento de la estación se había retirado y no tenía sucesor por lo que no teníamos jefe, estuvimos dos meses así hasta que asignaron a uno. Diez años después me ascendieron a teniente, otros diez a sargento y ahora soy yo quien dirige dicha estación y aunque hay mucho papeleo de por medio no niego que lo disfruto.
— ¿Y en tu vida personal? — preguntó mientras señalaba la sortija en su dedo anular.
—Conseguí mí para siempre y un día más — dijo con orgullo.
—Me alegra oír eso.
— ¿Dónde está Adiutor? Ya extraño sus lindos comentarios sarcásticos.
Fue el turno de Scivi de soltar una carcajada — Seguro que sí, debe estar en algún tribunal.
— ¿Sí es un abogado? — preguntó incrédulo.
—Tuvo que volver a cursar la carrera, un título de hace doscientos años no le sirve de mucho que digamos.
—En eso tienes razón.
— ¿Has sabido algo de las Pines? — cuestionó en tono suave.
—Rose murió hacer un par de años debido a una neumonía — comenzó a explicarle —, estuvo en prisión diez años, cuando salió volvió a vivir en Parva Iferos; Breela por su parte, se casó al año siguiente con Evan, tuvieron dos hijos.
— ¿Dos varones? — preguntó sin creerlo, a lo que Alex asintió — Al fin.
—Sí, Breela tuvo miedo todo el tiempo que estuvo embarazada a que naciera una niña, no porque no la quisiera, sino por la maldición.
—Es entendible — murmuró —, tengo entendido que creó desde cero una empresa después de que la de su familia la cerraron.
—Algo así — explicó —, Matt le dejó como herencia su parte de la empresa de su familia.
— ¿Eso era lo que estaba en el sobre? — no pudo evitar preguntar.
—Estas en todo, ¿no? — dijo divertido.
—No puedo evitarlo — respondió de la misma forma —, ¿qué sucedió con el sr. Brown?
—Sigue en el pueblo, a cargo del edificio, que sí le pertenece, lo reformó de abajo a arriba y ahora en un hotel, no se puede quejar, le va bien, lo llamo una vez cada semana para saber de él — hizo una pausa bebiendo de su café —; y antes que preguntes el sargento Donovan está bien, o eso se cree, se retiró hace diez años y se fue del pueblo, nadie supo nada más de él, ni siquiera Breela, creo que quiso alejarse de todos.
—Vaya — fue lo que pudo decir.
Terminaron de comer y beber su pedido y salieron de la cafetería, caminaron por la plaza, admirando la moda veraniega de los setenta.
— ¿Qué se siente? — preguntó de la nada el detective.
—¿Qué cosa?
—Vivir durante tanto tiempo, ver tantas personas nacer y morir, las modas de cada época.
—Que siempre hay algo nuevo que me sorprende — comenzó a explicarle —, algunas personas piensan que vivir por la eternidad es sensacional, en cierta parte lo es, ves cómo el mundo cambia, la moda, el pensamiento de las personas, la ley, cada día se descubre algo nuevo y lo presencias.
>>Pero la otra cara de la moneda, es que pierdes, porque las personas que un día conociste y que amaste ya no están, porque en cierto momento de sus vidas debes alejarte de ellos, por tu seguridad — dijo con un tono de nostalgia —, aprendes a vivir con ello, pero nunca te llegas a acostumbrar.
—Por lo menos tienes a Adiutor — bromeó.
—Por lo menos — le siguió la broma —, lo bueno de todo esto es que ya no tengo que usar faldas solo por ser mujer — dijo mientras alzaba una pierna mostrando su pantalón.
—Ya lo has dicho, todo cambia.
Siguieron caminando por un rato más hasta llegar al final de la plaza, frente a la estación de policía, donde una mujer espera al nuevo sargento.
—Supongo que ella es tu para siempre — comentó Scivi mientras la señalaba con la barbilla.
Alex siguió la dirección donde apuntaba y no pudo evitar sonreír — Lo es.
—Significa que eso es todo por hoy.