La Misteriosa Chica Del Piso 14 - Finalizado (corrección)

CAPITULO DOS - SONRISA (Capitulo reescrito)

Mis días habían comenzado a parecer una repetición sin matices desde que decidí ingresar a la facultad de medicina. Nunca fue mi vocación. Lo mío eran las líneas de un boceto, los colores sobre un lienzo, la armonía de una maqueta. Sin embargo, a los dieciséis años todo cambió.

Un amigo muy cercano sufrió un accidente que lo dejó atado a una silla de ruedas. Los médicos no pudieron hacer nada por él; lo que parecía una lesión mínima se volvió irreparable. Era un chico lleno de vida, amado por todos, dueño de una sonrisa contagiosa y un talento brillante para el baloncesto. Verlo día tras día fingir fortaleza mientras por dentro se desmoronaba fue un golpe que nunca superé.

A los dieciocho lo encontraron muerto en su habitación. Una sobredosis de calmantes, dijeron. En ese instante entendí que una parte de mí también había muerto con él. Lo más cruel no fue perderlo, sino recordar su sonrisa falsa, aquella máscara con la que intentaba ocultar el dolor de sentirse prisionero en su propio cuerpo.
Fue ese dolor, esa impotencia, lo que me impulsó a elegir un destino que nunca imaginé: la medicina. Sí, quizás sonara infantil, pero juré que, si estaba en mis manos, no dejaría que otros vivieran lo que él sufrió.

En la mañana.

La carta de la chica misteriosa reposaba aún sobre la mesa, me quedé mirando por la ventana. Afuera, la ciudad despertaba con su rutina metálica: autos, murmullos, el viento agitando las copas de los árboles del parque. Me dejé llevar por mis pensamientos, esos que a veces parecían más escenas de una novela que de mi propia vida: acción, romance, giros inesperados… todo cabía en un instante de divagación.

Entonces la vi. Ella.
Una figura sencilla, casi descuidada, arrastrando unas bolsas de basura demasiado grandes para sus delgados brazos. Su caminar lento tenía algo hipnótico. En ese momento, una joven alta y de porte elegante pasó junto a ella, la saludó con un gesto de la mano y pareció decirle algo. La chica misteriosa levantó la vista, y sus ojos se cruzaron con los míos. Fue apenas un segundo, pero me atravesó como una corriente eléctrica.

Un movimiento en el estacionamiento me devolvió a la realidad. Verónica. Mi Verónica. Sonriendo, iluminada por el sol de la mañana, saludándome con esa naturalidad que me desarma. Con un gesto le indiqué que subiera.

Mientras el ascensor la llevaba hasta mí, mis ojos volvieron, casi sin quererlo, a la chica que ahora se agachaba para separar botellas de plástico. Un acto simple, pero en su sencillez había algo inquietante, como si ocultara un secreto que me invitaba a descubrirlo.

El timbre sonó, cortando de golpe el hilo de mis pensamientos. Abrí la puerta.

—Hola, mi amor.
—Vero, mi vida… ¿cómo estás?
—Flaco, te extrañé.
—Y yo a ti. ¿Quieres ir al cine?
—Mm… creo que no. Mejor muéstrame la zona.
—Está bien… eso haremos.

Aquella pregunta se apagó en un beso ardiente. Sus labios sabían a deseo contenido, a ansiedad que se liberaba en el roce. Mi respiración se mezclaba con la suya mientras mis manos la apretaban contra mí, sintiendo el calor de su piel a través de la ropa que pronto dejó de ser un obstáculo.

La llevé hasta mi habitación. El desorden de la cama y las prendas tiradas en una silla parecían insignificantes; lo único que importaba era ella. La recosté suavemente y me incliné sobre su cuerpo. Cada beso descendía como una caricia encendida: su cuello, sus hombros, el borde de su pecho. Su piel temblaba bajo mis labios y sus dedos se aferraban a mi espalda, como si temiera que me apartara.

La ropa se deshizo entre nuestras manos impacientes, cayendo al suelo en silencio. Su figura desnuda, tan cercana, despertaba en mí un fuego que apenas podía controlar. La exploré con mis labios, bajando lentamente, arrancándole gemidos entrecortados que llenaban la habitación como una melodía íntima.

Cuando al fin la poseí, su cuerpo se arqueó bajo el mío, encajando como si hubiéramos esperado toda una vida para encontrarnos de esa manera. Cada movimiento era una confesión muda, cada suspiro una rendición. Nos buscamos una y otra vez, hasta que el tiempo se desdibujó y lo único real fue la intensidad con la que nos entregábamos.

Al final, exhaustos, quedamos envueltos en el calor de nuestras pieles, escuchando solo el eco de nuestros latidos, como si el mundo entero hubiera desaparecido más allá de esas cuatro paredes.

(…)

Habíamos decidido pasar la tarde entre películas de Netflix y pequeños paseos por los lugares más agradables de mi barrio. Un año atrás, antes incluso de conocer aquel edificio de estudiantes —que, irónicamente, parecía estar habitado más por ancianos que por jóvenes—, descubrimos juntos el parque que quedaba justo al frente.

Allí, bajo la sombra de un árbol que aún conservo en la memoria, grabamos con torpeza nuestros nombres dentro de un corazón. Juramos amor eterno como dos niños jugando a ser adultos. Lo sé… suena ingenuo, pero ¿quién no ha caído alguna vez en esas travesuras del amor?

Caminábamos de la mano, riendo, evocando anécdotas de nuestra infancia. Ella solía decir que quería ser modelo; siempre la animé a perseguir ese sueño. Sin embargo, una cicatriz en su abdomen —herencia de una apendicitis inesperada— había cambiado el rumbo de su vida. A su manera, lo contaba como si fuese un destino escrito: “Fue una señal… decidí estudiar literatura.” Durante aquella semana en el hospital había devorado siete libros, como si buscara refugio en las páginas que la acompañaban.

El anochecer descendía poco a poco, como un velo dorado que cubría la ciudad, tiñendo las calles de un resplandor melancólico.

—Amor… —susurró, interrumpiendo mis pensamientos—, ¿has pensado en nuestro futuro?
—¿La verdad? —pregunté, sorprendido.
—Sí —dijo con una sonrisa tímida.
—Quisiera tener dos dulzuras contigo. Tú eres mi futuro.
Ella apretó mi mano con fuerza, con una emoción contenida.
—No quiero alejarme de ti jamás —respondió con voz temblorosa—. Desde el primer momento supe que eras lo más importante en mi vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.