Caminaba, con sumo cuidado sobre las piedras llanas que bordeaban el jardín de mi casa. La dificultad estaba en aquellas piedrecillas, aparentemente normales, en verdad eran el tablón. Unos piratas enemigos me habían capturado y me obligaban a desfilar por este. Estaban algo sueltas de la tierra; al poner un pie encima de estas, la dicha nombrada se tambaleaba bajo tu zapato, haciéndote perder el equilibrio y caías al césped, al mar repleto de monstruos marinos. Por ende, perdías el juego.
No es como si perdieras la vida o algo así, pero si estuviese jugando con alguna amiga habría apostado mi mapa del tesoro, como poco.
“No escribas a medias tintas y no apuestes sin arriesgarlo todo.” Oí esta frase a mi padre, hace algunos años, cuando después de cenar se quedaba hablando hasta altas horas de la madrugada con mamá.
Yo sólo tenía que quedarme callada desde mi habitación, se oía todo. Aunque algunas cosas eran sonidos incomprensibles y ruidos.
Seguido de esa frase, papá le hizo prometer a mamá que, si algún día él fallecía antes, en su lápida pondría alguna de sus “célebres frases de defensor del diablo.”
Si no cumpliésemos eso, él volvería del mundo de los muertos para collejearnos.
Corrían aires nuevos, aires frescos de brisa marina por Mevagissey, aunque alborotaba sobre todo las escasas cabelleras de los viejos de siempre.
Me encontraba frente al pozo de la dama, también estaba el pozo sagrado, o el de latón, pero no llamaban tanto mi atención como este.
Era un pozo de piedras, en desuso y con enredaderas y con vegetación, estaba alejado por lo menos a quinientos pies de cualquier casa, por lo que era agradable venir aquí cuando Sallow se volvía demasiado exigente con las clases de piano o simplemente cuando quería desaparecer de todos. Lo había descubierto unos pocos meses de llegar aquí, habían pasado casi dos años desde eso.
Suspiré, mis fosas nasales estaban irritadas por la cantidad de humedad y sal del aire, más que de costumbre.
-El mar está más rebelde que de costumbre. - sopesó una voz a mis espaldas.
Me giré despacio con la piel erizada, pensaba que estaba sola. ¿Cuándo tiempo lleva aquí?
Vi a un chico de mi edad, quizá fuese mayor, pero estaba algo delgado y pálido por lo que quizá pareciese menor de lo que es.
Su pelo era marrón oscuro, como el trigo seco preparado para triturar, rizado y espiralizado desde la raíz hasta las puntas.
Tenía los ojos azules, no los típicos ojos azul cielo tan comunes de la zona, algo más oscuros.
No podría decir que era guapo, mentiría, pero no me resultaba indiferente.
- ¿Qué haces aquí? - me crucé de brazos, puede que fuese un niño como yo, pero seguía siendo un chico y había que tener mucho cuidado, aunque no sé de qué.
No entendía cuándo Molly, la ama de llaves, decía que se encargaría de “proteger mi virtud de los chicos”.
No sé qué virtud era, ni por qué alguien la querría, pero no estaba dispuesta a descubrirlo.
- ¡Aléjate ladrón! - grité cuando vi que dio dos pasos en dirección al pozo.
- ¿Qué me acusas de robar, el pozo? Yo lo veo tan en sus cabales como siempre. - dijo con tono sarcástico, y por si no estaba claro el tono de ironía; levantó una ceja y torció la boca en una media sonrisa cargada que desbordaba insolencia.
- ¡No hablo del pozo! - grité acercándome a él, puede que no hubiese sido una buena idea, pero me perdía mi orgullo, y como mi padre hubiese defendido: “Puedes quitarle hasta la vida a un hombre si lo consideras necesario, pero no te atrevas a mancillar su honor.”
- ¡Entonces no sé de qué hablas niña desvariada! - gritó, y acortó aún más la distancia.
-Hablo de mi virtud. - lancé en seco.
Se quedó mirándome pensativo, con la mano en la barbilla, tras unos segundos de silencio pareció comprender.
Empezó a reírse sin control, no sabía que sucedía, lo único que podía sacar en claro era que se burlaba de mí.
-Sin duda sigues siendo una niña, en todos los sentidos. - se enjuagó un par de lágrimas indisciplinadas de sus ojos me volvió a mirar y dijo seriamente, o de la forma más seria que pudo.
-No soy una niña. - reproché, instintivamente hice un puchero lo que no aportó mucha credibilidad a mis palabras, el chico volvió a reírse, pero esta vez de manera más suave.
-No te preocupes, niña. - enfatizó en esta última palabra. –No voy a robarte ni hacerte nada, pero estás en mi pozo.
- ¿Cómo que tu pozo? - respondí escandalizada. –El pozo no es de nadie, es de todos.
-Eso que acabas de decir no tiene sentido, te contradices, princesa Sisí. - se cruzó de brazos y sonriendo negó con la cabeza, como si en ese momento hubiese soltado la verdad irrefutable.