Tres hombres. Una mujer. Una segunda mujer de rodillas. Un niño siendo retenido por un hombre mayor. Todo es confuso y doloroso, cada imagen se repite constantemente, hasta hacerse más rápida; siento que el aire me falta y poco a poco las imágenes se vuelven borrosas.
Me despierto exaltada, sentándome de golpe en la cama, mi respiración está agitada y dolorosa, giro mi rostro y observo a mi mellizo dormido, sin sentir mi movimiento brusco de la cama. Comienzo a respirar profundo al saber que solo era una pesadilla, una mala jugada de mi cabeza.
Alzo mi mano hacia mi hermano.
—Ni se te ocurra, Davina.
Frunzo el ceño al oírlo, veo como se da la media vuelta, dejando su espalda a mi vista; murmuro algunas malas palabras y salgo de la cama, no antes de tropezarme con las botas de él; rápidamente un plan se hizo en mi cabeza, echo un leve ojo a mi hermano que está durmiendo profundamente, agarro las botas y salgo de la habitación.
Nuestro hogar se encuentra fría y sin mucha vida, miro la puerta donde mi mamá y mi otro hermano duermen, y al no escuchar nada raro, camino hasta el armario, la cual solo tiene una puerta dejando el otro lado libre, saco la ropa de mi mellizo y me quito el vestido con rapidez.
Me siento en el primer sofá cercano, un poco dañado y sucio por los años y al ser un sofá conseguido en la basura. Prendo una vela y empiezo a colocarme las botas en silencio. Poco a poco la casa va agarrando la luz del amanecer que entra por las pocas ventanas.
Me acerco al espejo quebrado en dos y me agarro todo el cabello, haciendo una coleta y luego enrollando el resto y sujetarlo con alfileres, me coloco la boina que cubre gran parte de mi cabello. Camino hasta la cocina, destapo el frasco de las pocas monedas que tenemos y salgo de la casa, no antes de agarrar mi abrigo.
Me abrigo con lo que puedo; camino en la pesada nieve, el sol poco a poco va saliendo, intercalándose por los pinos altos del bosque que nos rodea. Me introduzco más en el bosque, hasta que llego a escuchar algo y me detengo, dejo que mis oídos se vuelvan más agudos y vuelvo a escuchar el mismo ruido, esta vez proviene de los arbustos ocultos entre los pinos.
Sostengo el aire al no distinguir entre aquella oscuridad, entre más pasan los segundos, más se acerca, hasta que sale a la luz y suelto el aire bruscamente.
—Dios, Boons, no me asustes de esa forma —digo al colocarme a su altura y darle algunas caricias en donde más le gusta—. ¿Cómo estás, amigo? ¿Tuviste buena caza esta vez?
Mis manos acarician más fuerte su pelaje y en ocasiones le quito ciertas hojas con púas. El lobo se sienta y saca su lengua al gustarle.
—No te acomodes —sonrío— tengo el tiempo encima, salí de la casa sin permiso, ya sabes, estoy harta de estar encerrada todo el santo día y noche —Boons suelta un leve aullido—, lo sé, sé que es por mi bien, pero estaré bien, no es la primera vez que lo hago y no será la última ¿cierto?
Boons suelta un último aullido y empezamos a caminar, esta vez me siento más protegida al tenerlo a mí lado, saber que él no me dejará sola. De repente mis pies se detienen y fuertes escalofríos aparecen por todo mi cuerpo; Boons trata de esconderse a mi lado, por el susto.
Mi lado izquierda se encuentra un camino solitario y aterrador, mientras más entras más oscuro es por el tipo de árboles muertos, con sus ramas resistentes al frío. En la entrada, se ubica un cartel de madera en el medio del camino; mi hermano, Caster, me dijo que en ese pequeño cartel, dice: No pases, hay fantasmas.
—Es mejor alejarnos, Boons —vuelvo a mover mis pies entre la nieve y no tarda mucho para que mi lobo me siga.
Poco a poco la nieve se va disminuyendo, bajo un talud con cuidado y llego a la segunda entrada de la ciudad Loringuel, donde se encuentran tres tablas y con pintura dice el nombre de la ciudad. Veo como un hombre lleva en su carreta verduras de la cosecha; mientras me voy entrando con Boons a mi lado, las miradas caen en mí, pero a los segundos siguen su camino. Trago muy lentamente.
Esta parte es la más pobre de la ciudad; las casas están medio destruidas y se ven varios hilos con ropas guindadas para secar; algunas mujeres con cestas yendo directamente hacia el mercado. Veo a varios niños hombres correr para formarse en la próxima carroza con destino a las cosechas, para sacar su comida del día… y de los demás.
Boons se encarga de gruñir a las personas que se me acercan, atemorizándolos y tomando más distancia. De inmediato, mis oídos escuchan cantos de ventas, y veo el mismo mercado de siempre, con la poca cosecha que se les permitía. Un poco alejado del mercado, se encuentra el pozo donde se ve una fila con un guardia del rey al lado, que permite la cantidad de agua para cada uno.
—¡Es hora de soltar nuestros pecados! ¡Nuestro señor, perdonará cada pecado! ¡No dejemos que el señor de las tinieblas nos nuble la vista! ¡Adoremos a Dios y sus ángeles!
En la entrada del mercado se encuentra un predicador enviado por la iglesia, siendo casi ignorado por las personas cercanas.
El hombre es alto y delgado, con una pequeña biblia en sus manos y una cruz de plata guindada en su cuello, cada vez que una persona se le acerca, le hace la cruz al aire. Le paso por un lado sin problemas; dentro del mercado, se encuentra varios puestos de verduras, unas más pequeñas que otras, y mientras más camino, las verduras van bajando de tamaño.
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Editado: 24.03.2022