La neblina que nos rodea

14: MAR AFUERA

Cuando el pasado vuelve

y se convierte en presente,

las cosas que fueron se hacen diferentes.

Todo cambia,

todo sigue igual.

Y no hay nada que pueda remediarlo.

 

El destino no hace más que seguir burlándose de mí.

Justo hoy, sabiendo que nunca hay nadie en la playa —y mucho menos un viernes en la tarde—, un grupo de adolescentes idiotas decidió plantarse aquí mismo justo antes de que llegáramos.

Mi cabeza da vueltas con tanta información, me encantaría poder tener tiempo para pensar y digerirla con calma, pero Ella no quiere dejar de hablar. Luego está esa gente sobrante, ideal para acabar con mi agotamiento.

«¡Yo también quería un poco de paz!»

Y estaría más tranquila si, a pesar de todo lo que me ha contado Mirella, no hubiera obviado lo más importante.

No se me ocurre por qué no ha querido mencionar nada acerca del lugar donde vivía, mucho menos de Panorama. Cada vez que toco el tema lo ignora, quisiera saber qué le pasa, poder ayudarla.

Está esquiva, mucho, y eso me causa terror. No puedo negar que algo anda mal, pero me da pánico intentar insistir sobre cosas un poco más personales. Actúa como si quisiera alejarse de todo lo que pueda estar atado a ella.

Quizás sí la está pasando mal y desea olvidarlo, intentando depurar esa información mientras estamos juntas.

«Yo soy su escape, siempre lo he sido, tanto como ella el mío.»

La miro, sus ojos brillan, tiene los labios resecos por hablar demasiado y aún así sonríe antes de tomar otro sorbo de su termo.

Entrelaza sus dedos con los míos y me lleva de la mano hacia la orilla, ignorando a los demás. Yo no puedo dejar de mirarla y un pensamiento fugaz se cruza por mi mente: cada segundo que pasa, está más hermosa.

Sonrío, me transporto a años anteriores y Ella se encoge dentro de mi mente, yo misma lo hago; somos niñas de nuevo.

Comenzamos a caminar por la orilla, echándonos agua y recogiendo caracoles. Escucho las voces al fondo e intento ignorarlas, pero se me clavan en el tímpano como avispas. No tienen derecho a interrumpir este momento, esta playa siempre ha sido de las dos, me niego a aceptar lo contrario.

Decido ignorar también el aura extraña que nos envuelve, dejar de mirar por encima de mis hombros. No pensar en la playa perturbadora de las pesadillas que no deberían existir. ¡Si tan solo Mirella dejara de detenerse y quedar con la mirada perdida cada cierto tiempo!

—¿Sabías que soñar con cuervos es de mal augurio en algunas culturas? —susurra al salir de uno de sus trances, yo volteo a verla.

—¿Por qué? —pregunto, de pronto estoy alerta— ¿No dormiste bien anoche?

—¿Oh? —duda, parece sorprendida por escucharlo.

—¿Dormiste bien anoche? —pregunto de nuevo—. ¿Hola? —Esta vez le lanzo un chorro de agua, y reímos.

—Ah, no. Me quedé leyendo hasta tarde —contesta.

Arruga su nariz como hace desde pequeña cuando miente. Siento un puñal clavándose entre mis costillas, pero tengo cuidado en no demostrárselo.

—Se debe sentir bien no tener a tu madre gritando cada vez que tienes las luces encendidas a medianoche —comento para seguir la corriente y recordando lo que ella me contaba antes—. Porque ya no lo hace, ¿o sí?

—No, ya no —Sonríe más de lo debido y deja escapar un suspiro. Está mostrando sus dientes en exceso e intento ignorar los escalofríos que siento—. ¡Pero soñar con peces y bosques es de buen augurio! ¿Alguna vez lo has hecho?

Ahora que ha cambiado el tema será imposible intentar preguntarle más al respecto.

Después de un rato decidimos sentarnos en la arena, dejando que las olas laman la parte de abajo de nuestras piernas. Siento algo en mi bolsillo mientras se clava en mi muslo y recuerdo lo que todo el día he tratado de evitar. Tomo el móvil y lo enciendo, apenas hay un par de llamadas perdidas de la mañana, a este punto eso no es nada. Antes de que pueda decir algo, Ella lo toma emocionada.

—¡Pero qué lindo es! —exclama, examinándolo como si fuera una piedra preciosa— ¿Cómo has logrado hacer que las gotas se queden ahí y no se muevan?

—Son algas —le explico, río mientras paso la mano sobre las gotitas suspendidas en los bordes del teléfono—, le he pedido a otra avin que las envuelva en ellas. Ya sabes, ella también puede manipular cierta parte de la naturaleza.

No tiene por qué saber que le supliqué a Mirko que lo hiciera por mí, porque me daba pavor acercarme a Estela, a sus ondas negras relucientes y su sonrisa cristalina. No recuerdo cuándo fue la última vez que la vi, pero con mi sirena al frente, incluso su belleza pasa a ser poca cosa.

El semblante de Mirella cambia y me devuelve a lo que es importante. Sigue revisando el celular con más interés de lo que hubiera imaginado.

—Ella —digo acercándome un poco más a ella y colocando mi mano sobre la suya—, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro —responde y voltea a mirarme, sus ojos son como el café que tanto odia. Siento cada uno de los vellos de mi piel erizarse.

—Es que he estado recibiendo unas llamadas…

—¿Como esas de telemercadeo? ¡Son un horror! Bloquea el número, es más fácil. —Rueda los ojos y ríe; yo no sé a lo que se refiere, pero no es momento de otra lección de vida.

—No, no. Son de alguien específico —explico con calma— Todas de la misma persona.

—¿Y quién es? —Se asoma para ver mejor la pantalla.

—No, no. ¡Yo nunca haría eso! —A lo lejos hay otra conversación, escucho una voz grave y femenina— Son ellos los que están locos por obligarnos a convivir con personas así.

La ignoro, cierro mis ojos para concentrarme y busco el historial de llamadas.




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