Mamá y papá eran la pareja más encantadora que conocía. Se habían conocido en un concierto que ofreció el grupo Maná en 1993 y, en palabras de ambos, el flechazo fue casi instantáneo. En ese entonces ella era una joven muñeca de piel apiñonada, abundante cabello marrón y ojos color miel recién egresada de la carrera de administración. Él vestía con vaqueros y una singular chaqueta propia de los años 90; su cabello era crespo, oscuro, abundante, y de piel clara. Accidentalmente chocaron cuando Fernando Olvera interpretaba "¿Dónde jugarán los niños?"
Desde ese momento se volvieron inseparables y tras 11 meses de noviazgo se casaron. Al año siguiente nació Sophia, mi hermana mayor, dos años después nací yo. Nuestros nombres los eligió papá inspirándose de las raíces griegas: Σοφία, que significa "sabiduría" (en el caso de su primera hija) y Δάφνη, que significa "Laurel" (para mí).
Vivimos cómodamente en una casa de dos plantas con un hermoso jardín enfrente. Papá trabaja en una agencia de viajes, le gusta mirar juegos de baloncesto y escuchar música de los años 70 y 80. Mamá trabajó por un tiempo en una tienda departamental, aunque decidió salir para dedicarse de lleno a su familia y tiene algunos atributos tradicionalistas. Quizá no vivíamos como reyes sin que eso importase realmente, pues lo más valioso que teníamos era una excelente unión familiar.
Por ello procuraba hablar a casa al menos una vez al día por teléfono e intercambiar mensajes de texto con Sophia. De esa manera el lazo continuaba vigente.
Enseguida llegué al apartamento aquel sábado en la tarde después de una ida de compras con Nico, agarré el teléfono y marqué a casa. Quien me respondió fue mamá con un efusivo saludo que dio rienda suelta a preguntas sobre cómo había estado mi día, si ya había comido y qué fue. Es de esas madres que quieren saberlo todo, hasta el color de las bragas. Al finalizar de responder a sus cuestiones, proseguí a hacer las mías sobre cómo marchaban las cosas en casa, con Sophia, papá, y los preparativos de su viaje.
—Todo marcha muy bien, ya tengo listas algunas cosas en la maleta, falta ver que más hará falta. Quiero dejarlo todo preparado aquí en casa antes de irme. Lo único que me temo es no poder estar para recibirte la semana que viene, hija. Ya sabes que a tu padre le dieron los boletos hace mucho y no podemos cambiarlos; saldremos el jueves temprano.
Lanzó un suspiro tan perceptible. Había inquietud en su voz. Mamá era una persona preocupadita si se trataba de sus hijas, al grado de recaer algunas veces en la sobreprotección cuando vivía con ellos. Le fue muy difícil aceptar que me marchaba de casa y a mi regreso procuraba cuidar o mantenerme la mayor parte de tiempo en casa. Por eso le atormentaba no estar presente cuando yo llegase.
Le dije que no debía preocuparse por mí o Sophia, sino enfocarse en el viaje que haría con papá. ¡Uno muy bueno!
Resulto que en la agencia de viajes donde él trabaja rifaron dos boletos de viaje en avión con destino a las Bahamas para conmemorar el 50° aniversario de la empresa agradeciendo a los trabajadores. Si alguien le hubiese dicho antes a papá que la papeleta con el número 8 que metió en la caja sería ganador, seguro reiría sin poderlo creer. ¡Casi se fue de espaldas cuando escuchó su nombre voceado en la tarima! Ganó una semana en las Bahamas con estancia pagada; Sophia y yo al principio peleamos por el premio, pero al final lo más obvio fue que ese era un perfecto regalo de aniversario para papá y mamá. Un matrimonio que desde un inicio no había tenido una "luna de miel" soñada por cuestiones monetarias.
¡Un viaje a las Bahamas! Por una semana y media disfrutar de las playas, las islas y los hoteles con actividades recreativas.
—No te preocupes, mamá. Solo enfócate en planificar lo necesario para el viaje, y trata de controlar tus nervios al momento de abordar el avión.
Ella no respondió mi último comentario con ánimo, sino que percibí una clase de suspiro abrumador.
Verán, desde el trágico acontecimiento con las torres gemelas, o la fatídica muerte de Pedro Infante, a mamá los viajes en avión nunca le han gustado. Piensa que son peligrosos, turbulentos y estrafalarios, aunque creo que su mayor temor es verse propensa a una mala caída o accidente como esos que mira en las noticias. Tanto papá, Sofía y yo le hemos dado ánimos para que olvidé sus miedos y pueda disfrutar del viaje. Incluso papá le compró una goma anti estrés para que la oprima mientras el avión despega.
—Estoy tratando de controlar los nervios y supongo puedo aguantarlos... —manifestó ella —. Total, son 5 horas de viaje y..., no sé qué hacer...