La Ocarina del Caos

Capítulo II: Fuga.

    Era imposible ver algo. Era imposible oír algo. A pesar de esto, avanzaba a tientas —¿a tientas de qué?— un desorientado Leónidas, que guardaba silencio en un intento de que sus sentidos captaran algo bajo esa infinita negrura, sin resultado alguno. Poco después escuchó una especie de silbido, empezó a acercarse —tal vez corriendo, tal vez caminando—, en dirección al sonido, con sus pies hundiéndose a cada paso, hasta chocar con algo... O alguien.
    Se le apareció una silueta, pensó que sería una persona, quizá un enemigo, así que retrocedió un par de pasos. Pudo notar una larga cabellera plateada y recordó lo que Od'cii le había contado sobre el misterioso asesino. Se puso en guardia.

    La aparición de un sol en el cielo aumentó drásticamente la temperatura y disipó todas las tinieblas, revelando arena bajo aquel negro suelo. Entre jadeos entrecortados, el joven alzó su espada e intentó atacarlo: dio una estocada a la que le siguieron dos tajos, aún así, no pareció afectar a aquel ser, como si no tuviera una forma física, y en cambio, fuera un ser intangible, tal como su espíritu acompañante. La figura emitió una risa burlona, que fue la más macabra que podría escuchar jamás.
    Iracundo trató de correr hacia la malévola entidad; no obstante, algo le detuvo. Intentaba en vano avanzar hacia su objetivo, forcejeaba contra una fuerza que lo retenía. Al observarse, miró cómo unas pequeñas manitas negras lo jalaban hacia atrás, donde un espectro lo aguardaba. Y ahí estaba él, riéndose, mientras Leónidas era engullido por la oscuridad.

            ...

    Despertó sobresaltado y cubierto de sudor. Todo estaba normal. Estaba en la habitación de la posada y su ocarina, junto con Od'cii, seguían al borde de la cama. «Menos mal», se alivió. El espíritu se paseaba por la habitación, pero al notar la inquietud del joven, fue a acercarse.

    —Estás pálido —observó—, ¿qué ocurre?

    —Tuve... una pesadilla —respondió poco a poco, aún tratando de ordenar sus pensamientos—. Te la contaré.

    Entonces le contó todo lo que recordaba de su sueño, evitando omitir cualquier detalle que le pudiera interesar a Od'cii. Al terminar, su acompañante se quedó pensativo un momento, mientras analizaba lo que pudiera significar aquel sueño. Luego habló:

    —Avanzabas en la oscuridad... Seguiste lo que creíste que era silbido... Se te apareció una silueta que era ese tipo, y al atacarlo no lograste nada. Después algo te inmovilizó, aparte de que el tipo se burlaba. ¿Podría significar algo?... Lo pensaré más tarde. Por ahora, no te preocupes por eso, los sueños son solo visiones nocturnas que modifican la realidad mediante el subconsciente.

    —¿Qué? —preguntó Leónidas confundido.

    —Lo que quiero decir es que, por ahora, no le des importancia a ese sueño. Generalmente, los sueños son solo eso: sueños. Tengo que enseñarte algunas cosas rápido. —De su capa salieron unas cuantas monedas de plata y las dejó sobre la cama—. Creo que en las aldeas no se usan casi de estas, pero en estas ciudades sí, y bastante.

    —¿Monedas? ¿De dónde sacaste monedas?

    —Fácil: las robé. A pesar de estar «atado» a la ocarina, mi «correa» me deja alejarme alrededor de cinco metros, por lo que podría llegar al otro extremo de la habitación. Sumado a que puedo atravesar cosas, se me hace fácil robar monedas. Dinero fácil, ¿no?

    —Entiendo...

    En ese momento, entró la dueña de la posada. Saludó cariñosamente al joven y le pidió pagar la noche.

    —Serán dos monedas de plata, jovencito.

    —Usa de las que te acabo de dar —indicó Od'cii. 

    —Ah, claro. —Tomó dos de las monedas y se las entregó a la posadera. Esta última se fue de la habitación.

    —Perfecto —dijo el espíritu, retomando la palabra—, continuemos donde nos quedamos. Buscaremos una tienda para que compres ropa, debería haber un mercado en la plaza. ¿Qué más?... Claro, una armadura es importante, pero son caras. —Su rostro se iluminó—. ¡Es cierto!

    —¿Qué cosa?

    —La segunda cosa que debía mostrarte. Como eres el octavo portador del Caos, debes empezar a aprender canciones en la ocarina. Una partitura ayudaría, pero no tenemos, meh. Aprenderás una melodía fundamental para todo portador: la de Teletransportación. Con tan solo pensarlo, desapareces de un sitio para aparecer en uno distinto. Algo tan simple pero a la vez tan fascinante...

    —Eso suena a brujería.

    El rostro de Od'cii se enrojeció.

    —Los celestiales no dieron su vida sellando la magia del Vástago para que más de once mil años después vinieras tú y tacharas su trabajo de «brujería». Anda, haz lo que te digo. —Su cuerpo recuperó su color natural—. La ocarina es de ocho agujeros, coloca tus manos en una posición cómoda: una mano para los cuatro agujeros superiores y la otra para los inferiores, y claro, obviamente, con la boquilla hacia ti. ¿Entendiste?

    —Más o menos...

    Colocó las manos como le había indicado el espíritu, sosteniendo la ocarina de la manera que le resultó más cómoda.

    —¿Así está bien?

    —No exactamente, pero servirá. Bien, a continuación deberías tocar algo similar a esto... —Silbó (si así se le puede llamar) una melodía que en una partitura se leería como: Mi, Fa, Sol, Do—. Inténtalo tú. Piensa en un lugar mientras tocas la secuencia, como, por ejemplo, la entrada de la posada o los establos. Primero, tapa todos los agujeros. Para la primera nota destapa los últimos dos agujeros que están a tu derecha y sopla, eso es un «Mi»; luego destapa el siguiente, que te da un «Fa»; para el «Sol» destapa al que le sigue, y terminas tapando todos, para un «Do».

    A medida que el espíritu le explicaba, Leónidas obedecía. Tocó la Melodía de Teleportación casi a la perfección, excepto por la nota final, porque cubrió mal el último agujero, resultando en una reaparición en un lugar distinto al que quería.
    Estaban en el mercado de la plaza mayor, había una aglomeración de tiendas y de mercaderes, gente gritando cosas ininteligibles y un insoportable mal olor.



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En el texto hay: fantasia, medievo, magia

Editado: 17.04.2020

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