Cuando Bianca aterrizo en el aeropuerto de Boise se dio cuenta de que había menospreciado el clima, estaba un tanto más caluroso que en N.Y. y aunque apenas estaba amaneciendo comenzaba a sentirse un bochorno.
Recordó cuando su padre, Luka Santoro, la llevaba algunos fines de semana sabía que ahí había vivido con su madre cuando era una bebé antes de que los abandonara y ellos se mudaran a Nueva York; cuando Bianca tenía diez habían vuelto a vivir ahí para después mudarse de nuevo y quedarse en N.Y. hasta que su padre murió.
No tardó mucho en encontrar un taxi que la llevara, la cabaña de su padre, estaba pasando Boise Hills Village, era una casa demasiado grande para ella, pero era lo que tenía, además Mark creía que la había vendido cuando en realidad pagaba por su mantenimiento.
La casa era rústica, pero bastante amplia y aún conservaba todos sus muebles así que no tendría que gastar; cuando entro todo seguía igual que como ella lo recordaba, claro que los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas ya se encargaría ella de limpiar, por el ventanal de la sala podía ver la piscina cubierta por el plástico protector, un hondo suspiró salió de su boca.
En medio del silencio todo cayó sobre ella, derrumbándola se había prometido no volver a llorar lo había logrado durante el viaje, pero ahí ella sola todo le explotó en la cara.
Mark, la había engañado
Mark, ya no la amaba
Mark, había insultado a su bebé.
Eso era lo que más le había dolido, que él pensara que lo había engañado y que era una interesada ¿Qué le importaba su maldito dinero? Ella siempre lo había amado con toda su alma. En esos momentos lo único que quería era llorar y desaparecer, lo que fuera con tal de quitar el dolor en su pecho.
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La luz le impidió seguir durmiendo pues le daba directo en los ojos, no recordaba donde se encontraba, pero hacía frío y era de día, unos minutos después se di cuenta de que tal vez había llorado toda la noche hasta quedarse dormida.
Quería levantarse, pero las terribles náuseas matutinas la obligaron a recostarse hasta que se le despejara un poco o de otro modo corría el riesgo de sacar todo lo poco que había ingerido.
Mientras esperaba el cansancio se apodero de ella nuevamente y se quedó dormida; cuando despertó nuevamente el sol ya estaba a punto de esconderse. Esta vez sí pudo levantarse lo primero que encontró fue su reflejo en el enorme espejo de la habitación, se veía terrible.
Levanto el suéter de lana y se puso de perfil para ver su barriga, tenía diez semanas, dos meses y medio y al parecer su barriga había decidido abultarse de pronto pues de un día para otro ya tenía un balón de fútbol por barriga, las sudaderas habían servido para ocultarla, pero no tardaría en notarse incluso con ellas.
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Las náuseas habían disminuido un poco, pero aun así acababan con ella todas las mañanas. Le costaba bastante levantarse de la cama el cuerpo le pasaba y le dolían las rodillas además de tener que correr al baño.
El supermercado seguía igual que sus recuerdos, su padre la traía y la subía al carrito de súper, cuando su madre los abandono siendo ella una bebé su padre tuvo que arreglárselas él solo.
— ¿Bianca? ¿Bianca Santoro?
Se giró al escuchar su nombre. Una mujer como en sus cincuenta años estaba parada tras de ella con alegría en su rostro, se le hacía extrañamente familiar.
—Sí, disculpe ¿nos conocemos?
—¡Claro, soy Katia! era amiga de tu padre, cuando venías jugabas con mi hijo —en ese momento recordó, su padre y ella se pasaban las cenas con ella y el pequeño Rupert, ella tenía veinticuatro así que su hijo debería andar en los veinte.
— ¡Ya recuerdo! ¿Cómo está Rupert?
—Muy bien, está en la universidad estatal ¿Y tú? no te ofendas, pero no tienes buen aspecto ¿Tu padre está mal? ¿Tú?
Bianca apartó su mirada ante la expresión preocupada de la mujer mayor.
—Lo siento, papá murió hace tres años y yo no he tenido una buena racha así que decidí venir, viviré aquí.