Cuando Teo se había despedido de su madre en la torre del Hotel Las Arenas no había pensado que al día siguiente se sentiría… igual. Pensaba que pasaría el día pensando si había hecho bien en declinar la opción o no, que se hundiría al pensar que otra vez no volvería a ver a su madre en mucho tiempo o que tendría los ánimos por los suelos después de aquella tarde tan rara del 31 de marzo. Pero no fue así.
Al contrario, cuando despertó al día siguiente, se sintió como aliviado. Como liberado. Era como si su cerebro le dijera “está bien, chico, has hecho lo que has podido, no te voy a mandar más sentimientos de culpabilidad”.
Teo y Doug habían vuelto de noche acompañados por el militar Tomás en una zodiac motorizada que era propiedad del Grupo. Les habían dejado en la orilla más cercana a su barrio tras navegar entre los edificios semisumergidos y durante el paseo posterior entre los campos ambos habían discutido sobre la decisión que Teo había tomado.
Teo había aludido a la falta de utilidad de las acciones que realizaba el Grupo. Era la realidad. No le valía la pena el riesgo. Cualquier fallo en una de las actividades y una detención por parte de las fuerzas de seguridad podía resultar perfectamente en la muerte. No valía la pena arriesgar la vida a cambio de tan poca cosa. Si lo hacía, debía ser por algo grande.
Doug lo comprendía, pero también tenía sus argumentos. Entendía que el balance riesgo/recompensa no era convincente, pero había que agregar un componente a esa operación. Teo no tenía de qué subsistir y no tenía dinero. Si el trabajo que le iban a dar le daba comida a diario y un nivel de vida digno, el balance riesgo/recompensa no salía positivo, pero el balance riesgo/recompensa/necesidad aumentaba la puntuación.
Habían llegado al patio discutiendo amistosamente y se habían marchado cada uno a su casa a dormir, pensando en la pequeña aventura que acababan de vivir.
Teo había estado defendiendo su decisión todo el camino, pero una vez solo en su casa, se había sentido de nuevo incómodo. Quizá Doug tenía razón. Y su madre. Y aquel Rül.
Pero al despertar al día siguiente, era como si su cabeza se hubiera despejado o le hubieran quitado una losa de quinientos kilos de la espalda. Lo tenía muy claro: había hecho bien. Él no era un activista. Habrían tardado dos días en cogerle y dos horas en darle matarile. Prefería malvivir que no vivir.
Cogió su parte rebelde, el trocito de su ser que le decía que debía explotar y luchar ante la injusticia, y lo enterró como pudo en lo más profundo de su mente. Al menos por el momento debía hacerlo. Se dijo a sí mismo que en unos meses volvería a replantearse la situación, pero que mientras tanto, no podía darse el lujo de pasarse el día amargado. Tenía que vivir aunque fuera mal.
Se vistió y se marchó al vertedero. Aquel día hubo una especial remesa de comida mal envasada y pudo llevarse a casa casi todo lo que podía comer en una semana. Llenó la mochila hasta los topes y aún tuvo que buscar una bolsa de plástico para meter algunas cosas más. Jan y Carmen también estaban allí y se habían marchado muy contentos porque con todo el excedente que había podrían pasar varios días sin ir, incluso si les llevaban cosas a los niños de la Plaza de Abajo.
Una vez en su casa y después de degustar parte de lo que había conseguido, se conectó a internet con su viejo ordenador e hizo algunas búsquedas en los sitios donde normalmente se ofrecía algún trabajo. Dejó solicitudes con currículum adjunto en varias de ellas. Sabía que las posibilidades eran mínimas, pero aquello no tenía riesgo alguno.
Después, pasaron catorce días y efectivamente, ninguna de aquellas empresas respondió ni recibió oferta alguna. Tampoco es que decayera por ello. Lo esperaba. Continuaba yendo cuando lo necesitaba al vertedero y la cuestión de la alimentación, mientras aquella rutina pudiera continuar, estaba más o menos solucionada. Seguía sin fiarse demasiado de la higiene y seguía teniendo que tirar alguna cosa de vez en cuando al no estar en las condiciones que había parecido al cogerla, pero consiguió convertir aquello en algo común que tampoco le importaba demasiado. Ahora iba al vertedero siempre antes de que se le acabara todo y así, si algo de lo que le quedaba no estaba bien, tenía ya algo nuevo para hincarle el diente y no se quedaba sin comer.
Doug también se portaba bien con él. Sabía que sin excusa de por medio, Teo no dejaba que le invitara, pero muchas veces se le ocurría cualquier chorrada para que subiera a su casa a mediodía y comiera con él. Además, le estaba ayundando a conseguir algunos subs. Pocos, pero algo eran.
Doug tenía en su casa almacenados un gran número de objetos de personas que le compraban marihuana y no tenían dinero con qué pagar. La barca que habían utilizado para ir al hotel era uno de ellos, pero tenía bastantes más cosas, porque cada vez la gente tenía menos dinero y sabiendo que Doug aceptaba intercambios, le habían llenado la casa de trastos.
Doug aceptaba aquello más por solidaridad que por otra cosa. De vez en cuando conseguía vender alguno y con ello ganar algo del dinero que no le habían pagado, pero por la misma razón por la que cada vez más gente le pagaba en trastos, cada vez había menos gente que después quisiera comprarlos.
La semana después del viajecillo al hotel había conseguido colocar un aparato de aire acondicionado portátil por 500 subs y le había dicho a Teo que si lo llevaba al comprador le daba un 20% de la ganancia. 100 subs no eran gran cosa pero el trabajo tampoco era muy complicado: el comprador vivía apenas un paseo más abajo, en su misma calle. Sólo había tenido que llevar el aparato hasta allí y se había ganado aquellos cien subs.
Ahora, una semana más tarde, Teo se encontraba en casa de Doug, esperando que le hiciera otro encargo de transporte de otro trasto que había conseguido vender: un generador solar. Este trato era algo más jugoso, porque le habían comprado el aparato por 1700 subs, o lo que era lo mismo, un crédito y setenta céntimos. Eso sí, el viaje sería algo más complicado.