ELISE
No tenía la menor idea de la hora, y no podía decirlo por la luz. Tenía las cortinas cerradas como de costumbre y el teléfono no sabía dónde había quedado.
Estaba en posición fetal arriba de las cobijas ya que temprano había dado una pequeña arreglada por aquí y allá, Fanny, la sirvienta de hacía años. Era la misma de siempre, pero no tenía certeza de su edad exacta.
¿Y por qué pensaba en eso? Supongo que era el aburrimiento…
En ese justo momento en que me di un manotazo por ese pensamiento tan absurdo de saber de la vida de los empleados, escuché que tocaban la puerta.
“¿Qué quieren?” susurré en un hilo de voz. Tuve que carraspear para aclarar la garganta.
Volvieron a tocar con el exacto compás anterior. Iba a ignorar sus intentos de que bajara. Ahí no sería muy diferente que estar en la oscuridad del cuarto. Sin embargo, si hubo algo distinto. Una voz masculina me nombró.
No me era familiar. Me hizo levantarme únicamente por el deseo de saber de quién se trataba. Me puse rápidamente la bata de dormir para cubrir mi pijama, la cual tenía bien ubicada.
Abrí la puerta y observé la espalda de un hombre cuya vestimenta era formal. Era alto y de cabello oscuro, más que el mío.
–¿Quién eres tú y cómo sabes mi nombre?
–Keith. Soy tu chofer. – repitió observándome con sorpresa. Era un hombre asiático bastante guapo. Bueno, más atractivo que Xavier el antiguo chofer que se había jubilado por su vejez. Sin temor a equivocarme tendría una edad parecida a la mía.
Me crucé de brazos enfadada de saber que ni siquiera se habían molestado en venir mis padres.
Caminé directo al comedor. Dejando atrás al nuevo chofer. Al pasar a su lado, lo miré por el rabillo de los ojos. ¿Estaba viéndome? Por lo general, los empleados y mi familia habíamos adquirido la habilidad de ignorarnos los unos a los otros cuando así se requiriera.
Llegué a sentarme en el comedor tocando mi cabeza. Había mucha luz. En cuanto levanté la cabeza vi las miradas de decepción de mis padres.
No dije más. Ellos usaban sus vestuarios más pulcros que el mío. Más ninguno dijo nada.
Dentro de poco, noté la ausencia de Fanny quien había sido remplazada por Mary la cocinera y el chofer nuevo.
–¿Qué le pasó? –
–¿A quién? – preguntó mi madre sin siquiera dirigirme la vista.
–Fanny.
–La sirvienta tuvo un percance. Esperemos que mañana vuelva.
Teniendo la presencia del tal Keith parado en una pared tratando de concentrarse en algo más que vernos comer, me resultaba algo, digamos, familiar.
Yo conocía esos ojos oscuros y cabello negro. Pero ¿de dónde?...