La primavera llegó

Capítulo 14 “No lo entiendo”

KEITH

Ese asqueroso día había pasado de todo desde el momento en que la vieja presumida de la jefa dio la orden de que ayudara a que toda costa Elise debía salir de su habitación.

No obstante, cada maldito instante valió la pena.

Ella lucía calmada ya que finalmente había pasado por las burlas y miradas desaprobatorias de varias personas.

No tenía una sonrisa, en realidad, dudaba que alguna vez hubiera existido una sincera. Aquello me resultaba normal, después de todo habíamos pasado por el mismo infierno: ser el par de imbéciles que le habían puesto los cuernos.

En cuanto llegamos, ella no evitó dejar escapar un suspiro diferente al de hacía rato. De nueva cuenta, se puso su suéter manchado. Tenía unas ganas de decirle que lo tirara a la basura.

Me retuve como ya se me hacia costumbre. El dinero. O algo más… no sabía a ciencia cierta.

– Gracias. – dijo repentinamente. Fue algo salido de la nada, apenas la había visto salir del auto y de pronto estaba cerca de mí.

El haberme sorprendido le resultó lo más parecido a gracioso. Sus ojos verdes por primera vez tuvieron un brillo. Ladeó su rostro y en menos de lo que pensé, me di cuenta de que ese brillo eran lágrimas.

Ella agrandó sus ojos extensamente al encontrarse con los míos y no dejó de mirarme.

– Keith. – repitió con dulzura, como nunca había sido pronunciado mi nombre. – No pongas esa cara.

¿Cuál cara? Traté de volver en compostura. Estuve a punto de estampar la puerta del carro cuando recordé que a Elise le hacían mal los ruidos fuertes, así que tuve cuidado.

– Deberías entrar. – yo podía estar todo el tiempo a fuera, en cambio el lugar de ella era otro.

Soltó un bufido y aun con ojos cristalinos se animó a contestar:

–Hace rato me aseguraste que yo mandaba, si es que no mal recuerdo.

Me mordí la boca. Me había atrapado en eso. Así que, caminé con dirección a la cocina. Sería imposible que me siguiera hasta ahí. Eso estaría mal, no se atrevería.

Mi sorpresa fue su intento de detenerme tomándome del codo. Esto no estaba bien. La miré y sabía perfectamente que no lucía del todo amigable, ella seguramente pensaría que me daba algo de repulsión su tacto, lo cual no era verdad.

–Por favor. – había suplicado sin siquiera atreverse a decir lo que quería.

Tiré de mi brazo. Y retrocedí a la cochera. Sabía que había cámaras por todas partes, no podía darme el lujo de que se malinterpretara la situación.

–Hoy estás de buenas.

¿Yo? Si todo era un día de mierda.

– No tienes idea. – dije sin mentir. Por primera vez, el tono sarcástico se me salió. A la brevedad, esperé con ansias que no me hubiera entendido.

De la nada, como ya lo había hecho anteriormente comenzó a jugar con sus manos, especialmente sus nudillos.

– ¿Ya te tomaste tus pastillas?

Ella paró de una siendo consiente de sus movimientos. Sonrió nerviosamente.

– Debes pensar que estoy loca.

Negué inmediatamente. No tenía idea, en verdad, de nada.

– Verás… no sé cómo decirlo.

–No lo digas.

“Ya lo sé. No todo, pero lo suficiente para saber de dónde viene tu dolor”.

Ella no creyó que hubiese sido capaz de darle la contraria en un momento de vulnerabilidad.

Tenía unas ganas de gritarle que su novio era un hijo de perra, que le había puesto los cuernos con mi ex y de pronto… ahí fue en que lo entendí.

Elise lo sabía. Ella era conocedora de que le habían sido infiel. Y aquí estaba frente a mí con su aroma dulce y su cabello recién lavado, con su ropa deportiva que le hacía ver su figura sin tantas curvas, y con una crisis de nervios.

–¿Estás bien? – preguntó sacándome de mi trance, a escasos centímetros.

–Elise. - susurré suavemente. - ¿Qué pasó para que estés así?

No teníamos nada de contacto físico, únicamente el espacio personal que ella había traspasado. Sin embargo, vi sus intenciones de…

– ¡Elise!

Ambos saltamos ligeramente del susto.

– Mamá ¿qué sucede?

La señora que no se le veían arrugas, supongo como a muchas mujeres, no daba señal de alguna expresión que pudiera identificar. Solo lucía extraña y de muy mala manera.

– ¡Entra!

Elise estaba, como decirlo, muerta del miedo. No dio ninguna señal de hacerle caso.

– Adelante. – le dije tan despacio que apenas pudiera escucharme y rozando delicadamente mis dedos en su espalda.

Ella asintió para finalmente hacerle caso a su madre. Por vez primera en todo el tiempo trabajando la señora me vio directo, sin titubeos. Su mirada me lo dijo todo. Yo era más que una cucaracha que me estaba metiendo con su preciada hija.

– Estoy jodido. – susurré al ver que se habían alejado.

Observé la cámara a unos metros en la esquina de la cochera y me mordí la boca. Los buenos tiempos estaban a punto de irse, el dinero, la solvencia económica, el no tener deudas y ¿algo más?

Todo por Elise.




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