La princesa errante (one-shot)

Parte 1 El lamento de la princesa

El sol era incandescente como el infierno. Pero, ¿qué era ese lugar? Tantas almas perdidas divagando sin rumbo. No hay respuestas. No hay salida. 
Simplemente. 
No hay nada.

Pero la noche también atrapa las almas errantes.

Pobre alma.
¿Qué es peor que no poder morir?
Es estar muerto y no aceptarlo. Un bucle eterno.
Una alma ignorada. Pidiendo clemencia.
Sosteniendo una espada manchada con su propia sangre.

Esta alma tiene una historia.
Una historia que no tiene fin.

El estallido de la guerra marchita vidas. Un infierno que desconoce la palabra piedad. El líder cae, los peones caen. No hay distinción.

Pero ella era una joven mimada. Desconoció el dolor, la ira, la hambruna, la soledad, la desesperación, la locura. Todo lo malo del mundo. Una burbuja que fue destruida cuando el rey codicioso apuntó su espada a un país más grande y poderoso que el suyo.

Riéndose de la desdicha de un ingenuo rey. El emperador le dio dos opciones.

Entregarle a su única hija. Y exiliarlo de su propio palacio.

Morir junto a su gente.

Cuando el poder y el anhelo por más de lo que puedes poseer. Puede destruir la esperanza de la prosperidad de un pequeño reino.

La respuesta fue obvia.

Reuniendo un ejército que solo era una gota de esperanza, el rey enloqueció en su propia codicia, obligando a cada hombre y mujer desde la mínima mayoría de edad, hasta el que aún se podía sostener sobres sus pies ir a la guerra.

Y eso significó también. 
Su propia hija y reina.

La joven no entendía nada. No entendía el porqué todos lloraban de impotencia, no entendía el porqué agarraba una espada. No entendía el porqué su madre acabó con su propia vida frente a sus ojos.

Los que huían eran asesinados. No había escapatoria alguna.

Era morir o morir.

Ese mundo construido lleno de fantasías pasajeras, ahora sobre sus manos no había una fina y elegante rosa, solo una filuda arma que a duras penas podía sostener.

Ella estaba aterrada. Viendo frente a sus ojos una masacre inminente. Sus manos temblaron y su cuerpo se postró sobre la tierra por primera vez.

En medio del campo de batalla, sin mover su cuerpo. La espada que sostenía en su mano derecha, lo clavo en el suelo árido para aún mantenerse erguida, mientras a lo lejos miraba como todo se volvía un mar de sangre.

Incluso si lloraba. 
Nada podía ser resuelto.

En la última gota de lágrima que derramó, fue en el instante en que su padre fue asesinado.
Nadie podría salir vivo de ese lugar.

¿Una joven que apenas conoció la dura verdad de la vida podría ser la última esperanza?

Era imposible, el rey que duró tan poco que un pestañeo. Una princesa que no puede empuñar una espada, ¿lo será?

Pero.

¿De dónde salió esa frágil voz?
Que gritó al emperador preguntas que impactaron hasta el último rincón de su cuerpo.

¿Mi vida, vale por miles vidas?
Morir en las manos de mi gente, ¿será suficiente?

El emperador fue breve.

¿Porqué no?

Eran miles, aunque no eran muchos comparado al inalcanzable ejército del emperador. Fueron miles quienes en desesperación alzaron sus espadas para clavarlos en el frágil cuerpo de la princesa.

Histeria, locura.

Nadie pensó en proteger a la princesa. Hasta el último minuto de agonía.

Su cuerpo fue despedazado, su espada manchada con su propia sangre. En un solo momento.
La princesa conoció la codicia, el egoísmo y la crueldad humana.

¿De qué sirvió tanto ensañamiento?

Si todos los que pudieron traicionar a su propia princesa, ¿tendrían la oportunidad de vivir?

Todos al final se convirtieron en almas errantes.

Algo que se repite como un bucle eterno.
Una princesa errante, desesperada por piedad. Una alma que no descansa.
Un infierno que no acaba.

Y entonces.

¿Alguna día, ese lamento podrá ser consolado?

Es una pregunta tan lejana.

Para una alma que no tiene consuelo, ni paz.

 

 

 

 

 

 

Nota de la autora:

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En el texto hay: princesa, guerra, relatos tristes

Editado: 06.09.2021

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