La profecía

Capítulo 2. El dios baja.

—Carlest, dios imbecil, te habla Av.

Como única respuesta asiento y sin decir nada, me dirijo hacia el  último piso del edificio, como tengo alas gracias a que soy un dios, las ultilizo para hacer mi camino más corto. Mientras vuelo, sonrío recordando el pobre insulto del mensajero. JÁ, he recibido mejores.

Aún en el aire, toco la puerta de la oficina de mi "superior". Ésta se abre a los pocos segundos, ahorrandome el tener que hacerlo por segunda vez.

Hace años, miles de años para ser medianamente preciso, se acordó hacer puertas para seres alados, como somos los dioses menores, sirvientes de la diosa del amor y dioses mayores. Ellas se encontrarían "independientes" de los edificios y serían abiertas por fuera, pero algunos dioses tontos como lo es Av, las mantienen cerradas para hacernos sufrir, la razón de esto es: él fue uno de los que votó en contra. Aveces me aprovecho eso y me río de él, solo para hacerle pasar pena.

—Me alegra que hayas llegado a tiempo, Cacarlest — es su gran saludo.

—¿Aún cierras la puerta, perdedor? — llevo mi mano izquierda a mi boca, tapandola —. ¿nunca aprenderás?

—Cállate, dios de la desgracia.

—Ja, ja, ja— llevo mis manos a los costados de mis caderas y me inclino un poco hacia adelante—, cállate tú, dios sustituto.

Me mira furioso, creo que me he pasado, trago saliva antes de escuchar como se desatarán sus poderes de telequinesís contra mi ser.

Esto, literalmente, será un dolor de cabeza.

Me sorprendo al ver que respira profundo tratando de mantener la compostura y, para mi buena suerte, me invita a sentarme en una silla que se encuentra frente a su gran escritorio de cristal, lo hago sin dudar. Permito a mis ojos desviarse y observar qué hay de nuevo la oficina de Av.

Contemos, esta su gran librero que ocupa todo el largo de la pared izquierda, las dos puertas de siempre en la pared que se encuentra a mi derecha—las cuales dan a un baño y recamara—y un sofá de color rojo en medio de ellas, a mis espaldas esta la puerta (por la que entré) y a sus costados dos mesas de madera que encima tienen un florero con rosas azules recién recogidas (lo sé por mi increíblemente buena vista) su color es tan brillante que te mareas un poco al verlas fijamente, a las espaldas de mi "amigo" hay una pared llena de fotos de el mundo humano. No hay nada nuevo.

Debo decir que nunca entendí esa extraña fascinación que tiene por los aburridos e insignificantes humanos, digo, no tienen alas y siempre están peleando entre ellos por cosas estúpidas. Bueno, en ese sentido se parecen a nosotros porque ahora mismo estamos en guerra.

 —Carlest— se roba toda mi atención en el momento en que pronuncia mi nombre sin agregarle un insulto o ridiculizarlo—, Él por fin te ha asignado un tarea importante.

Recarga sus codos en su escritorio y coloca su barbilla en la unión de sus manos cruzadas, viendolo asi, parece un mafioso. Me pongo derecho cual querubín novato ante Dante, el dios de la lujuria.

—¿Cúal es?— voy al punto.

—Que bajes al Craítôsis—habla lento.

—¿Q-qué?— pregunto para asegurarme de que he oido bien.

Av rueda sus orbes naranjas hacia la derecha, se cruza de brazos y se sienta recto, colocando una pierna sobre la otra.

—Que bajes a la tierra de los humanos— habla mas fuerte, casi gritando.

—¿Po-por qué?— pongo mis palmas sobre la mesa y apoyo mi peso en ellas, cerrando mis omoplatos, provocando que mi cabeza se eche ligeramente hacia atrás—. Sé que me odia pero no pensé que su odio fuese tanto —hablo sorprendido y con los ojos tan abiertos como se me es posible.

—Quiere que vayas a supervisar el comportamiento de una diosa que acaba de renacer.

Lo suelta como si nada, como si el renacimiento de una diosa fuese algo que ocurre todos los dias.

Retiro mis manos del escritorio y me levanto de la silla al recordar la profecía que la diosa de la sabiduría, que dió justo antes de morir, hizo que lo oyeramos a través de Av quien conectó con cada una de las mentes de los dioses que aún se encontraban vivos depués de la mayor invasión que ha sufrido el Avad.

—¿Me puedes recordar exactamente que decía la profecía?— nadie más que él la conoce a la perfección, pues fue lo útimo que dijo su amada antes de morir.

Veo como el dolor se hace presente en sus ojos y rostro.

—La profecía decía— toma un poco de aire y lo saca, para después recitar con la mirada perdida:—Cien años después de mi muerte y la de todos los dioses que hayan caído hoy, renaceremos en Craítôsis, tierra de humanos. Donde, deberemos ser encontrados antes de que nos capture Prelotus. Si no nos hayan a tiempo, usen todo su poder para llevarnos con ustedes, ya que solo con nuestra ayuda serán capaces de obtener la victoria y se dará fin a la guerra. Hasta entonces, se les encargarán los ayudantes de cada uno, por favor, guiénlos lo mejor que puedan e instruyanlos para que peleen junto a nosotros una vez llegue el momento de combatir.



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En el texto hay: humor, dioses, amorverdadero

Editado: 30.06.2018

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