La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 28

Zenir se detuvo. Montado sobre Luar, observó las sierras. Kelor vino desde atrás y se colocó junto a Luar. Observó a Zenir como preguntando por qué se detenían. Ante ellos, se abría un sendero ancho que luego se iba estrechando a medida que iba ascendiendo por las sierras: el Paso Blanco.

Zenir suspiró, preocupado. La última vez que había tomado por este camino fue cuando encontró el cuerpo destrozado de Efran. Tetras. El solo recuerdo le provocó un nudo en el estómago. Más tarde, Dana y Lug habían atravesado este mismo paso y los tetras los habían protegido del ataque de Hermes. Tal vez los tetras podían distinguir entre humanos buenos y malos. Zenir esperaba que ese fuera el caso, no quería terminar como Efran.

—Vamos— murmuró Zenir al oído de Luar.

Luar inició la marcha, seguida de Kelor. Cuando el sendero se hizo demasiado estrecho y escarpado, Zenir desmontó y siguió caminando. Luar iba por delante de él y Kelor por detrás. Los dos unicornios habían tomado esas posiciones por su propia voluntad, como si quisieran proteger a Zenir.

            Zenir trató de distraerse para no pensar en el peligro oculto que podían representar los tetras que habitaban en el Paso Blanco. Pensó en su hija Ema, en los años desperdiciados viviendo en el temor de ser descubierto. Aquel temor lo había privado de disfrutar la compañía de su hija, lo había privado de conocer a su nieto. Akir, ese era su nombre. Para estas alturas, debería tener ya unos veintidós años. El temor que Zenir sentía ante la posibilidad de un ataque de los tetras no era nada comparado con la angustia que invadía su pecho cada vez que imaginaba su primer contacto con su nieto. Dana había sido lo suficientemente amable para confortarlo, diciéndole que Akir estaría feliz de conocerlo, pero Zenir no estaba tan seguro. Comprendía que el muchacho estaba en todo su derecho de despreciarlo, de odiarlo por haberlo abandonado, por no haber estado ahí cuando más lo había necesitado, pero el solo pensar en el rechazo de Akir, le rompía el corazón. ¿Cómo podía acercarse a él? ¿Cómo podía hacerle entender que aunque había estado ausente toda su vida, ahora deseaba más que nada en el mundo estar con él?

            Zenir se dio cuenta de que estaba más asustado ante la perspectiva del rechazo de aquel muchacho, que de enfrentar al propio Wonur. Dirigir un ejército, pelear contra fomores y criaturas del norte, enfrentar a Fastitocalon, enfrentar inclusive a los tetras, era más fácil que enfrentar a su propio nieto y revelarle su identidad.

            Zenir suspiró. Tal vez el muchacho había tenido una buena vida con Frido y Bianca, tal vez no estaba tan resentido por el abandono de su madre y de un abuelo que no conocía. Tal vez... Pero Zenir no quería crear falsas esperanzas. El encuentro con Akir lo tenía tan preocupado que incluso había pensado en ir a Aros primero para ver lo que quería Althem y luego regresar a Polaros para conocerlo. Eso le daría más tiempo para pensar cómo encarar las cosas. Pero el encontrar la tumba de Ema lo había cambiado todo. No podía perder más tiempo, no estaba dispuesto a arriesgarse a que algo le pasara también a Akir, y perdiera la última oportunidad de estar con la única familia que le quedaba.

            Zenir iba tan ensimismado que apenas se dio cuenta de que Luar se había detenido en medio del estrecho sendero. Sintió a Kelor resoplando detrás de su nuca.

            —¿Qué sucede?— murmuró Zenir, mirando a ambos costados del sendero. Las blancas paredes de roca a los lados se alzaban lisas y verticales, sin ofrecer refugio ni posibilidad de escapatoria.

Zenir no vio nada fuera de lugar, pero los unicornios estaban inquietos, percibían algo. Muy lentamente, Zenir pasó adelante de Luar, y posando su mano en el cuello del unicornio, le dijo al oído:

—Vamos, salgamos de aquí.

Luar no se movió.

—Vamos, Luar, este lugar es peligroso, tenemos que salir de aquí, tenemos que seguir.

Luar no se movió.

Zenir observó las altas paredes de roca blanca, sentía que el corazón se le estaba acelerando. Tironeó al unicornio, pero Luar hizo caso omiso de la urgencia de Zenir por salir de allí. Zenir pensó en intentar convencer a Kelor, pero sabía que Kelor no iría a ninguna parte sin Luar. Finalmente, decidió que si no podía persuadir a los unicornios de seguir camino, al menos él debería seguir solo. No le gustaba abandonar a los unicornios a su suerte en aquel lugar, pero no podía arrastrarlos con él si ellos no querían ir. Zenir desenganchó su mochila del lomo de Luar y se la puso. Palmeó el cuello de Luar y comenzó a avanzar solo por el sendero. Luar avanzó por un costado y se puso frente a él, cortándole el camino.




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