La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 60

Hacia el mediodía, Colib detuvo de pronto su caballo.

—¿Oyen eso?— preguntó a los otros dos.

Ana miró nerviosa en todas direcciones, y Lug se concentró de inmediato en detectar patrones humanos. Ninguno de los dos percibió nada.

—¿Qué es lo que escuchas?— preguntó Ana, preocupada.

—Agua— sonrió Colib, desmontando.

Ana y Lug desmontaron también y siguieron a Colib por entre unas formaciones rocosas que abrían un pequeño sendero entre la vegetación del lado izquierdo del camino. Pronto pudieron ver un pequeño hilo de agua que bajaba por entre las rocas. El sendero se abrió de pronto, mostrando una enorme explanada con una formación rocosa plana cortada solamente por el pequeño río que horadaba las entrañas de las piedras. La formación rocosa estaba apenas inclinada, y los tres viajeros no tuvieron problemas en escalar, llevando a sus caballos por las riendas. Unos trescientos metros más arriba, encontraron la fuente del cristalino sonido que había llamado la atención de Colib: una hermosa cascada que caía desde unos cinco metros de altura.

—Es bellísima— comentó Ana, fascinada.

El agua de la cascada caía en una especie de olla de roca que parecía una enorme bañera circular.

—Primero las damas— dijo Colib, haciendo una reverencia a Ana—. Lug y yo esperaremos del otro lado de aquellos arbustos.

—Gracias— dijo ella sonriendo, y comenzó a desajustar los lazos de su vestido.

Después de que Ana terminara de bañarse, Colib y Lug hicieron lo propio y aprovecharon para abrevar los caballos, llenar sus odres y hasta lavar sus ropas. Luego, ya limpios y frescos, los tres se recostaron en las rocas, disfrutando de la tibieza de la piedra que el sol del mediodía había calentado para ellos, acunados por el repiqueteo rítmico del agua de la cascada.

Cuando Lug ya casi se dejaba caer en el sueño, percibió una fuerte presencia que se acercaba.

            —Despierten— urgió a sus compañeros de viaje.

            —¿Qué sucede?— preguntó Ana.

            —Alguien se acerca— explicó el Señor de la Luz.

            Ana aguzó el oído, pero nada percibió:

            —No escucho nada— declaró— ¿Está seguro de que alguien viene?

            —Absolutamente.

            Colib y Ana se revolvieron inquietos.

            —¿Puede saber quién es?— preguntó la muchacha—. ¿Puede saber si es...?

            “Puede saber si es Math”, eso era lo que Ana no se había atrevido a preguntar.

            Lug negó con la cabeza.

            —No sé quiénes son.

            —¡Quiénes! ¿Es más de uno?— exclamó Colib, alarmado.

            —Son cuarenta— asintió Lug, serio.

            —¿Qué vamos a hacer?— inquirió Colib, preocupado—. Si son sacerdotes que nos han seguido, nos veremos en problemas.

            —No son sacerdotes— anunció Lug.

            Un sonido de cascos de caballos que se acercaban coronó sus palabras.

            —¿Quiénes son?

            —Pronto lo sabremos— murmuró Lug.

            Era una partida de soldados. El que parecía estar al mando hizo una seña con la mano, indicando a sus hombres que podían desmontar y descansar junto al agua. Él hizo lo propio y suspiró, cansado y apesadumbrado. Se sentó junto a un arbusto y desplegó un mapa sobre sus piernas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.