La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 69

El hecho de que Tarma regresara sola del monte, y de que los dos soldados kildarianos que había enviado a buscar a la esposa de Eltsen y al príncipe de Kildare, regresaran varios minutos más tarde, seguidos de un rengueante Ifraín, no pasó desapercibido para los ojos de Calpar. El Caballero Negro notó también que Ifraín se sentó lo más lejos posible de Tarma durante la cena y que no la miró ni una vez.

—¿Todo está bien?— preguntó Calpar al oído de Tarma, sentada a su lado mientras cenaban.

—Perfectamente bien— respondió ella.

—¿Qué pasó allá en el monte?

—Nada de lo que debas preocuparte.

—¿Tarma? ¿Qué le hiciste?— le preguntó Calpar con tono severo.

—¿Por qué no me preguntas mejor qué intentó hacerme él?— le espetó ella.

—Porque es claro que lo de él fue solo un intento, mientras que lo tuyo fue mucho más que eso.

—Solo lo puse en su lugar, Calpar. Ya era hora de que alguien lo hiciera.

—Tarma, si se quiso propasar contigo, estoy totalmente de tu lado, pero te recuerdo que somos solo dos, y él tiene a un ejército entero a su mando. Estamos en una posición vulnerable, al menos hasta que llegue Nuada.

            —Ya te dije que no tenías nada de qué preocuparte, Calpar. Ifraín comprende ahora perfectamente cómo son las cosas.

            Calpar suspiró, poco convencido. Pero lo cierto es que en los siguientes días, el Caballero Negro se vio gratamente sorprendido por los cambios de Ifraín. Su humor estaba más sosegado y trataba más amablemente a Morrigan e incluso a él mismo. Lo que sea que le había hecho Tarma, lo había convertido de muchachito pendenciero en sensato príncipe heredero, respetuoso y atento a las necesidades de los demás.

Dana fue la primera en reunírseles, el segundo día después del incidente en el monte, por la tarde. Venía en un hermosa yegua kildariana, junto con una mujer gruesa de unos cincuenta años. Era obvio que no había tenido suerte con su búsqueda de Lug.

            Calpar se acercó para ayudar a la hija de Nuada a desmontar, pero ella fue más rápida y estuvo en el suelo de un salto antes de que Calpar pudiera acercarse al caballo.

            —¡Dana! ¡Qué placer me da verte!— dijo Calpar con una sonrisa.

            —A mí también— dijo ella—. Esta es Marta— presentó a la otra mujer.

—Encantado— le estrechó la mano Calpar.

Tarma llegó corriendo desde atrás y se lanzó al cuello de Dana con lágrimas de alegría.

—¡Oh, querida Tarma!— rió Dana, abrazándola fuertemente—. No sabes lo preocupada que estaba por ti.

—Y yo por ti— le respondió Tarma.

—Te prometo que te ayudaré a recuperar a Eltsen.

—Y yo te prometo que te ayudaré a recuperar a Lug— le retrucó su amiga.

            Durante toda la conversación, Ifraín y Morrigan habían estado escuchando atentos, sin atreverse a interrumpir. Fue Calpar el que al fin los presentó:

            —Dana, este es Ifraín, hijo de Neryok de la casa de Trodok de Kildare.

            Dana asintió con la cabeza, y extendió su mano para estrechar la de Ifraín diciendo:

            —El hermano del fallecido Eselgar, presumo.

            —En efecto— confirmó Ifraín—. A vuestras órdenes— agregó, estrechando la mano de ella y haciendo una cortés reverencia.

            —Y yo a las vuestras— le devolvió ella.

            —Y este es el general Morrigan.

            —Morrigan…— repitió Dana, el nombre le resultaba conocido.




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