La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 79

—Si Lug necesitara algo, lo pediría— dijo Althem.

            —Ya pasaron más de doce horas, lo que sea que esté sucediendo en esa habitación, lo que sea que Lug esté haciendo, ya lleva mucho tiempo.

            —La afección de mi madre es compleja, el propio Zenir no pudo ayudarla. Tal vez por eso toma tanto tiempo— ofreció Althem, poniéndose de espaldas a la puerta de la habitación de la reina y bloqueando el paso a Ana. Colib y Randall permanecían en silencio detrás de ella.

            —Doce horas sin comer, sin beber, sin descansar, es demasiado, incluso para Lug— respondió Ana, enojada.

            —Si esta interrupción caprichosa malogra las cosas…— le advirtió Althem con un dedo en alto.

            —Esto no es un capricho, algo está mal, lo presiento.

            —Creo que debería escucharla— intervino Colib tímidamente—. Ana sabe lo que dice, no olvide que es una Sanadora.

            Althem paseó una mirada furiosa de Ana a Colib. Los dos le sostuvieron la mirada sin amedrentarse. Finalmente, Althem desvió la mirada hacia Randall, buscando apoyo. Randall apretó los labios y asintió levemente con la cabeza, dando a entender que sustentaba la posición de Ana. Con un largo suspiro, Althem cedió y se apartó de la puerta. Ana asintió las gracias y tomó el picaporte con cuidado.

            —Seré cuidadosa, si veo que todo está bien, no voy a interrumpirlo— prometió al preocupado Althem.

            Althem asintió y Ana abrió apenas una rendija para poder espiar adentro. Vio a la reina durmiendo serenamente sobre la cama, pero no vio a Lug. Ana se volvió hacia los otros tres y les dijo:

            —Esperen aquí.

            Luego entró lentamente a la habitación. No tardó en ver una de las piernas de Lug que asomaba sobre la alfombra, del otro lado de la cama. Como un rayo, fue hasta él y se arrodilló a su lado. Vio que estaba tendido boca arriba y tenía los ojos abiertos. Por un momento, pensó que Lug estaba en alguna especie de trance, pero luego vio que sus ojos se enfocaron en los de ella.

            —¿Lug? ¿Se encuentra bien?

            Lug cerró los ojos un momento y los volvió a abrir, pero no dijo nada. Tenía el rostro blanco como un papel.

            —Lug, ¿puede escucharme? ¿puede entenderme?— insistió Ana.

            Lug volvió a pestañear una vez.

            —¿Puede moverse?

            Lug pestañeó dos veces. Entonces Ana comprendió: por alguna razón, Lug no podía hablar, pero se estaba tratando de comunicar con ella por medio de parpadeos.

            —Un parpadeo significa “sí” y dos “no”.

            Lug parpadeó una vez.

            —¿Qué sucedió?— preguntó Ana.

            Lug solo la miró fijamente con frustración.

            —Lo siento, lo siento— se disculpó Ana—. ¿Estaba sanando a la reina?

            Un pestañeo.

            —Y algo salió mal…

            Un pestañeo.

            —Tranquilo, voy a ayudarlo— le dijo Ana, posando su mano en la frente de él.

            Desesperado, él pestañeó dos veces y luego otras dos veces y luego otras dos veces más. Ana retiró abruptamente la mano, no por los insistentes parpadeos de él, sino porque estaba tan helada como la mismísima nieve. Mientras Lug parpadeaba insistentemente, tratando de decirle algo que ella no podía comprender, Ana tomó una de sus manos y luego la otra. Ambas estaban tan heladas como la frente.

            —Tiene el cuerpo helado— le explicó Ana—. Dígame lo que tengo que hacer.




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