La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 98

Pol oyó el tumulto y se acercó a la puerta de su celda para escuchar mejor. Al percibir que alguien intentaba abrir su puerta, se retiró rápidamente hacia atrás, hasta que su espalda se apoyó sobre la pared del fondo de la celda. Sabía que a los guardias no les gustaba que un prisionero estuviera junto a la puerta cuando la abrían, tal osadía podía ganarle un toque del collar, y lo último que quería era experimentar otra vez aquel dolor atroz.

Pero cuando la puerta se abrió, no era un guardia. El que entró a la celda era un hombre grande y fornido, con la piel curtida por el sol. Su cabello largo y rubio estaba enredado, y varios mechones se le pegaban a la cara, húmedos con sudor y sangre. Vestía un tartán y empuñaba una enorme espada chorreando de sangre en la mano derecha.

—¿Fynn?— aventuró Pol, incrédulo.

Fynn era uno de los guerreros de los Tuatha de Danann que Tarma había dejado para velar por Eltsen. Fynn era uno de los más capaces entre la gente de Tarma. Mientras había jugado el inocente y aburrido papel de guardia de la entrada del palacio de Eltsen, había conseguido invaluable información para estar preparado cuando llegara este momento, el momento crítico. Las órdenes que le había dejado Tarma eran muy claras: proteger a Eltsen a como diera lugar. Por eso había ayudado a Calpar a entrar en la prisión a hablar con Pol. Hacía ya muchos días que Calpar había partido en busca de ayuda, pero aun no había señales de esa ayuda, así que llegado el momento límite, Fynn tomó las cosas en sus propias manos, y el primer paso de su plan era rescatar a Pol.

—Vamos, no hay tiempo— le indicó Fynn, invitándolo a seguirlo con la mano.

—¿Qué haces aquí?

—¿Qué crees? Vine a sacarte de aquí. La revolución ha comenzado. Todo Faberland es un caos.

—¿Y Eltsen?

—Aun en el palacio, pero debemos sacarlo de ahí y llevarlo a un lugar seguro antes de que lo maten. Ahora muévete, no tenemos mucho tiempo— lo urgió Fynn.

—Fynn, sabes que no puedo salir de esta celda— le dijo Pol, señalando el collar alrededor de su cuello. Si siquiera intentaba poner un pie fuera de la celda, el collar enviaría una descarga a su cuerpo que lo mataría.

Fynn avanzó decidido hasta Pol y enganchó la sangrienta espada en el collar para cortarlo.

—¡¿Estás loco?!— le gritó Pol, tomando el brazo de Fynn para detenerlo—. Sabes que tratar de cortarlo solo lo activará.

Fynn retiró la espada, resoplando frustrado.

—¿Entonces, cómo?— le espetó.

—Debes conseguir un control remoto, puedes desactivarlo con eso.

Sin esperar ni un segundo, Fynn desapareció de la celda por unos segundos y reapareció nuevamente con un control en la mano.

—¿Cómo...?— preguntó Pol, atónito.

Fynn no le dejó terminar la pregunta.

—¿Qué botón?— preguntó a Pol.

—El blanco— respondió Pol con urgencia, antes de que Fynn intentara apretar cualquiera de los otros para probar.

—Listo— dijo Fynn, mostrando el control a Pol con el dedo firmemente apoyado en el botón blanco.

Pol asintió y lo siguió por el pasillo. A unos metros, vio el cuerpo de un guardia muerto sobre un charco de sangre. Pol supuso que el guardia había muerto a manos de Fynn y que el Tuatha de Danann había conseguido el control remoto de él. Al doblar hacia la derecha, hacia el área de visitas de la prisión, Pol vio otros dos guardias muertos. Pol se preguntó a cuántos guardias habría matado Fynn para llegar hasta su celda, y cómo era posible que hubiera podido deshacerse de ellos sin ayuda, pero luego recordó que los guardias no llevaban armas, no era necesario. Si algún prisionero los atacaba, solo debían presionar un botón del control remoto para detenerlos y hacer que se arrepintieran toda la vida de haber levantado un dedo contra un guardia. Sí, el control remoto de los collares era la única arma que los guardias portaban. Pero esos controles no tenían efecto sobre Fynn. Eso, sumado a la sorpresa de encontrarse con un atacante armado con una espada, debía haber jugado a favor de Fynn.

Pasando el área de visitas, Pol se detuvo en seco.

—¿Qué pasa?— preguntó Fynn.

—No puedo salir de la prisión— contestó Pol.

—Pero ya desactivé el collar— le respondió Fynn, levantando en alto el control.




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