La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 100

Fynn se detuvo al escuchar pasos en el pasillo. Pol rengueó hasta él con dificultad. Fynn apoyó la palma abierta de la mano izquierda sobre el pecho de Pol y lo empujó hacia atrás, hasta aplastarlo contra la pared tras de sí. Con su otra mano, desenvainó lentamente su espada y la sostuvo en alto, expectante. Pol contuvo la respiración, quedándose absolutamente inmóvil y silencioso contra la pared.

—¡Angus!— exclamó Fynn, relajando sus músculos y envainando la espada al ver que era uno de los suyos.

—¡Fynn!— respondió Angus, extendiendo su mano y tomando su antebrazo mientras Fynn hacía lo propio y ambos quedaban enganchados en fraternal saludo por un momento—. No vas a creerlo, estábamos peleando contra los guardias en el área de celdas, cuando de pronto, se abrieron todas las celdas y salieron los prisioneros. Lo que sea que abrió las celdas también debió abrir los collares porque los guardias no parecían poder controlarlos. Varios de los prisioneros se abalanzaron sobre los guardias y los mataron con sus propias manos, mientras que otros solo escaparon a toda velocidad por los pasillos. Pol no estaba por ningún lado.

—Puede ser que yo haya tenido algo que ver con eso— respondió Fynn.

—¿Con la apertura de las celdas o con la desaparición de Pol?

—Ambos— dijo Pol, asomándose por detrás de Fynn.

—¡Pol!— exclamó Angus con una sonrisa—. Estábamos preocupados por ti— agregó, extendiendo su brazo y saludando a Pol de la misma manera que había saludado a Fynn. Pol tomó su brazo, asintiendo.

—Yo también me alegro de verte. Metido en este hoyo, ya no sabía si Malcolm no los había mandado a matar a todos.

Angus soltó su brazo, y Pol buscó la pared para apoyarse.

—No te ves bien, amigo— dijo Angus, notando el pálido rostro de Pol y sus manos temblorosas.

—El jefe de la prisión activó su collar hasta casi matarlo— explicó Fynn.

—Pol, amigo, dime dónde encuentro a ese jefe de prisión y haré justicia— prometió Angus.

—Gracias, Angus, pero Fynn ya se encargó de él con una puñalada en el pecho— respondió Pol.

—Debiste hacerlo sufrir más— dijo Angus, volviéndose hacia Fynn.

—Lo hubiera hecho de haber tenido tiempo— aseguró el otro—. Ahora, será mejor que charlemos más tarde, tenemos que salir de aquí.

—Por supuesto— respondió Angus—. Aquí está lo que me pediste— dijo, desenganchando un morral de tela de su espalda y arrojándoselo a Fynn.

—Gracias— dijo Fynn, atrapándolo en el aire.

Fynn siguió por el pasillo varios metros más hasta que encontró lo que buscaba: una sala de visitas vacía. Tomó a Pol de la solapa de su mono rojo de prisionero y lo arrastró hacia adentro, mientras Angus se quedaba afuera, haciendo guardia.

—¿Qué sucede? Creí que estabas apurado por salir de aquí— protestó Pol al verse arrastrado a la blanca habitación de forma tan brusca.

Fynn apoyó el morral que le había traído Angus sobre la mesa metálica y lo abrió.

—Tienes que cambiarte de ropa, no puedes atravesar los patios externos y la salida con ese atuendo rojo, sería como estar rogando que te maten.

Pol asintió, sabía que Fynn tenía razón, el uniforme rojo lo marcaba como prisionero, y cualquiera que lo viera intentaría recapturarlo o lo denunciaría a las autoridades, o peor, lo mataría. Pero su gesto se torció en muestra de disgusto cuando vio que Fynn sacaba un tartán del morral.

—Oh, no. No voy a usar eso— protestó Pol.

—Vamos Pol, no tenemos tiempo para discutir esto, solo póntelo.

—Prefiero que me maten en mi mono rojo a usar esas... esas... ropas ridículas.

Fynn resopló con los dientes apretados.

—Estas son las ropas de guerreros nobles y valientes, estas son las ropas de los Tuatha de Danann— dijo, ofendido.

—No me importa si son las ropas del Señor de la Luz, no voy a usarlas— siguió Pol, encaprichado.

—Póntelas, ¡ahora!— le gritó Fynn.

Pol se estremeció ante el tono enojado de Fynn, y tomó la camisa y el kilt de sus manos.

—¿Cómo se supone que va puesto esto?— protestó, observando el kilt.




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