La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 153

Randall y Zenir se retiraron de la habitación, pero Dana se quedó con Lug en caso de que necesitara algo.

Sentado en una silla, Lug cerró los ojos y respiró varias veces hasta quedar totalmente calmado y centrado. No quería llevar a la mente de Ana ninguna perturbación extra. Luego de descartar los patrones de personas aledañas, llevó su atención suavemente a la mente de la durmiente Ana. Se acercó muy lentamente, casi furtivamente, observando desde afuera, sin forzar ningún tipo de invasión.

Lo primero que vio fue una oscuridad espesa y negra que la rodeaba. Proyectó un ínfimo rayo de luz y penetró aquella capa de oscuridad con delicadeza. La luz creó una especie de túnel estrecho por el que la mente de Lug se introdujo con la mayor de las cautelas. No tardó en comenzar a ver los patrones de ella. A simple vista, todo parecía normal, pero al observarlos más de cerca, Lug pudo ver extraños nudos entre los patrones. Los nudos representaban escenas o personas atadas a otros patrones que no correspondían y estaban en conflicto. De inmediato, Lug fue atraído hacia un nudo que tenía un patrón que lo representaba a él en la mente de Ana. Se acercó a él con curiosidad y lo observó con atención. Vio que el patrón que lo representaba estaba unido por ese nudo a otro patrón. Cuando tocó el nudo que unía los dos patrones, se desató un torbellino de dolor ardiente tan insoportable, que tuvo que retirarse casi por completo de la mente de Ana, antes de quemarse.

—Lug, ¿estás bien?— escuchó la voz preocupada de Dana a su lado.

Con los ojos aun cerrados, el rostro cubierto en sudor y la respiración agitada, trató de calmarse e hizo una seña a Dana para que lo dejara seguir, para que no lo interrumpiera. Dana se apartó de él.

Lug hizo otro intento. Volvió a entrar por el fino túnel de luz y se dirigió otra vez al mismo nudo. Esta vez, el dolor no lo tomó por sorpresa y le fue más fácil soportarlo. Se obligó a resistirlo y siguió avanzando más hondo. Quería ver qué era lo que provocaba aquel tormento. Y lo vio… Lo vio todo. Las imágenes de la tortura de Ana lo invadieron sin piedad, casi avasallando su cordura. Todo el horror se le infiltró hasta los huesos y escaló por su ser, conectándose al terror que él también viviera alguna vez a manos de Murna, a manos de Ailill. Las imágenes se le mezclaron en la mente, y ya no podía distinguir qué era lo que había sufrido Ana y qué era lo que había sufrido él. Todo era una sola agonía, entretejiéndose, anudándose, sumando un tormento al otro. Quiso morir. Morir era lo único que podría terminar con semejante sufrimiento insoportable.

Una mano que le acariciaba el cabello lo trajo a la realidad. Se descubrió llorando, desconsolado, en los brazos de Dana.

—Tranquilo, todo está bien, estoy aquí contigo, tranquilo— lo consolaba Dana.

Él se abrazó a ella, desesperado, como si ella fuera su tabla de salvación. Estuvo un buen rato sollozando hasta que se calmó. Aunque ahora respiraba más tranquilo y el dolor se había disuelto casi por completo, no quiso separarse de los brazos de Dana. Ella tampoco se despegó de él.

—¿Qué viste?— le preguntó Dana suavemente.

—Todo— murmuró Lug—, todo a lo que fue sometida. Todo su dolor está concentrado en un punto, y ese punto se activa cuando me ve o escucha mi nombre. Ahora entiendo por qué cuando me vio…

—Lo lamento.

—Hay más puntos como ese, son como nudos. Cada uno de sus seres queridos está anudado a patrones del horror que vivió.

—Excepto Randall—comentó ella.

—Debió crear un refugio en su mente con la imagen de él. Yo también lo hice con tu imagen cuando…— la voz se le quebró por un momento—. Los brazos de Randall son su único refugio, lo que la mantiene viva.

—¿Es posible hacer algo para traerla a la realidad? ¿Hacerle entender que está a salvo? ¿Qué ya todo pasó?

—Está inmersa en un mundo que no es racional. Todo es emoción pura y cruda. Por un momento me arrastró a su mundo… sentí todo lo que ella sintió… todo… y más…

Dana lo volvió a abrazar en silencio, confortándolo.

—¿Qué vas a hacer?

—Quiero intentar de nuevo.

—Mírate, todavía estás temblando. ¿Por qué no descansas un momento?

Lug asintió su acuerdo:

—Creo que me vendría bien otro de esos tés tranquilizantes de Randall.




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