La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 154

Randall acarició el rojo cabello de Ana una vez más, y salió de la tienda de campaña para estirar las piernas, mientras ella seguía durmiendo plácidamente. Habían acampado en el bosque, al sur del palacio, cerca de un pequeño arroyo. Lug tenía razón: la comunión con la naturaleza la estaba ayudando mucho más que estar postrada en una cama, encerrada en aquella insípida habitación. Llevaban ya dos días acampando, y Ana estaba comiendo mejor y hasta aceptaba bañarse con Randall en el arroyo. Su mirada estaba perdiendo poco a poco la opacidad de la alienación, y parecía estar cada vez más en contacto con la realidad circundante sin que ésta la asustara.

Lug les había hablado de los nudos en su mente y de la oscuridad general que rodeaba sus patrones. Dijo que era como si Ana interpretara ahora que todo era oscuridad y que no existía más la luz para ella. Su idea era ponerla en contacto nuevamente con la luz, y para eso, necesitaban una criatura de luz que se relacionara con ella, alguien a quien Guilder no hubiera podido manchar con su tortura. Es por eso que Zenir se había internado con Akir en el bosque para buscar a Kelor y a Luar. Al llegar a las cercanías del campo de batalla, los unicornios habían preferido separarse de sus jinetes y permanecer en el bosque. Ahora, Zenir esperaba que accedieran a ayudar a Ana, pero para eso, debía encontrarlos primero.

Randall volvió a la tienda sin demorarse demasiado, pues temía que Ana se despertara y no lo encontrara. No se había separado de ella ni un minuto desde su rescate en Cryma. Cuando metió la cabeza a la tienda, se le cortó la respiración por un momento: Ana no estaba. De inmediato, recorrió los alrededores con la mirada: nada. El arroyo. Sí, el arroyo. Seguramente, había ido hacia allá y en su semi-inconsciente estado corría peligro de ahogarse por accidente… o a propósito…

Con la adrenalina recorriendo su cuerpo aceleradamente, Randall corrió hacia el arroyo. Lo recorrió corriente arriba y corriente abajo, pero no había señales de Ana.

—¡Ana! ¡Ana!— comenzó a llamarla a gritos, preocupado.

Cruzó el arroyo y se internó en el bosque, hacia el oeste. Después de una media hora, escuchó un suave relincho hacia el norte y corrió hacia allá. Al llegar a un claro bañado de sol, los vio. El unicornio estaba echado junto a un árbol y a su lado estaba Ana, sentada en el suelo, acariciando la pata delantera izquierda del animal. Randall detuvo su alocada carrera y avanzó despacio por el claro, tratando de no asustar ni a su esposa ni al unicornio. Ella escuchó sus pasos y se volvió hacia él. Él levantó las manos, tratando de decirle que solo era él, que no debía temer. Pero no había miedo en los ojos de ella, solo serenidad.

—Tenía una pata lastimada, pero yo se la sané— le dijo Ana.

Randall se quedó mirándola, boquiabierto: eran las primeras palabras que Ana pronunciaba desde su rescate.

—Soy una Sanadora, Randall, ¿lo sabías?— le sonrió Ana.

—Claro que lo sabía, mi amor.

—Su nombre es Luar, es amiga de mi abuelo.

—¿Ella te dijo eso?

—Sí, es muy inteligente, se entiende bien con los humanos.

Randall se acercó más y se sentó junto a su esposa.

—Es hermosa, ¿no lo crees?— comentó ella, acariciando la larga crin del animal.

—Muy hermosa, sí.

—Le pregunté si le gustaría venir con nosotros a casa, en Aros, y me dijo que sí. ¿Crees que mi abuelo se moleste si ella viene con nosotros?

—Creo que tu abuelo estará encantado de que Luar nos acompañe. De hecho, creo que él y tu hermano Akir tienen intenciones de ir a Aros con nosotros y estar allá por un tiempo. ¿Te gustaría eso?

—Me gustaría mucho, Randall— le respondió ella, dándole un beso en la mejilla.

Randall cerró los ojos por un momento, dejando que sus lágrimas corrieran libremente.

—¿Por qué estás triste, Randall?— le preguntó ella, pasando sus dedos por las mejillas de él para secar sus lágrimas.

—No estoy triste, Ana, por el contrario, éste es el día más feliz de mi vida.

Ella lo abrazó con dulzura y le murmuró al oído:

—Llévame a casa, Randall, llévame a casa.

—Por supuesto, mi amor— lloró él, emocionado.




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