Cuando la joven despertó se hallaba un poco aturdida, tardo un momento en reponerse y aclarar su vista tan solo para darse cuenta de que se hallaba sobre una colina rodeada de flores y bajo un enorme árbol de roble, todo a su alrededor era de tonalidades azules, por un momento se miró detenidamente sus manos y ropa para comprobar que incluso ella era de ese color. Al levantarse miró a su alrededor dándose cuenta de que el bajar de la colina se hallaba un pueblo – Hola, hola – gritaba sin obtener respuesta – ¿Hay alguien aquí? Hola.
- Hola querida – la nombró un joven que salía por detrás del árbol.
- Esa voz - volteo hacia atrás rogando porque fuera él – Oh Dios mío – corrió y se abrazó a él con fuerza – Gilbert – lo nombró mientras sus lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas – ¿Enserio eres tú? Por favor, dime que esto no es un sueño
- Shhh, tranquila, esto no es un sueño, esto es real – le decía al oído mientras la abrazaba – Tenía tantas ganas de abrazarte, de tocar tu suave cabello, extrañaba ese dulce aroma a rosas – Por unos minutos fue como sí todo a su alrededor dejará de importar, ambos podían sentir su dolor, se aferraban con tanta fuerza el uno al otro como si no quisieran separarse jamás.
Bajo aquel roble sobre la colina, el reencuentro de dos jóvenes enamorados tenía lugar, ambos derramaban lágrimas debió a la felicidad de volverse en contra, por un momento Elisabeth se separó de Gilbert para poder apreciar su rostro que a pesar de ser azul mantenía sus ojos de un color vibrante.
- Extrañé ver tus hermosos ojos dorados, incluso son mil veces más brillantes que el oro – le confesó con una gran sonrisa.
Gilberto tomo el rostro de la joven con una mano para mirarla directa a los ojos – Cariño, tu heterocromía es mucho mejor que todos los ojos dorados que puedan existir – le respondió en un tono dulce y seductor para terminar plantando un dulce y apasionado beso en la chica que tanto amaba. Aquel beso estaba lleno de amor, pasión y tristeza, fue tan intenso que en un momento ambos tuvieron que separarse para tomar aire dejando ver una gran sonrisa cómplice
- ¿Estoy en el mundo de las almas, cierto? – Le preguntó Elisabeth mirando a su alrededor – ¿Cómo logré entrar?
- Estás aquí porque quedaste inconsciente por culpa de la caída, no deberías estar aquí, todo fue mi culpa, apenas este año descubrí que podía hacer presente mi alma en el mundo de los vivos y lo primero que pensé fue en ti, anhelaba tanto poder abrazarte y verte de nuevo, al verte sobre la nieve y darme cuenta de que ibas por el camino equivocado pensé que sería buena idea hacerme presente, pero a tan solo unos metros Angus cayo en una tusera y todo se arruinó, yo lo arruiné – se lamentaba el joven.
- No fue tu culpa, ni tú ni yo sabíamos de la tusera, eso fue un accidente, okey – añadió mientras acariciaba el rostro de Gilbert.
El joven detuvo la caricia de Elizabeth buscando alargar esa sensación y con todo triste continuo.
- Un accidente que pude haber evitado si tan solo no me hubiera aparecido en ese momento, pero simplemente no puedes saber qué tenía la oportunidad de volver a verte y quedarme de brazos cruzados, incluso mi alma te necesita, soy demasiado egoísta para dejarte ir
- Elizabeth le dio un suave beso en la mejilla y añadió – Sigue siendo egoísta, no me dejes ir.
- Imposible mi amor, tengo que hacerlo, necesito sacarte de aquí antes de que sea tarde – le ofreció su mano acompañándola de una gran sonrisa – Ven conmigo, estoy seguro, de que alguien se pondrá muy contenta de verte – la chica le tomó la mano y ambos fueron en descenso de la colina.
El Archiduque Gilbert de Cambridge fue un joven muy apuesto, de cabello negro y ojos dorados que le resaltaban aún debido a su blanca piel. Tras su muerte a los 22 años había permanecido en el mundo de las almas. Actualmente a sus 24 años conserva su aroma a menta junto con esa actitud positiva que lo hace lucir con demasiada confianza en sí mismo.
Elizabeth esperaba encontrar un pueblo desolado con pocas señales de vida, pero al irse adentrando en él se llevó una gran sorpresa
- ¡Woww! – exclamó la chica – En serio que esto parece otro mundo – se sorprendió al ver la gran cantidad de almas que habitaban el lugar y las abundantes cabañas.
- Jajaja – se burló Gilbert – Claro que es otro mundo querida, el mundo de las almas es como cualquier otro.
Elizabeth demostraba una gran sonrisa como cualquier niño al descubrir algo nuevo, sin darse cuenta su alegre personalidad yacía de nuevo ella, tanto que era posible pasarla por desapercibido, haciendo que varias almas la observarán con simpatía.