Un salvaje
La mañana transcurrió en plena quietud, su turno de vigilancia terminaba al mediodía por lo que tendría tiempo para ir al lago.
Sin embargo, a pesar de que el día era inusualmente tranquilo, algo lo mantenía inquieto.
Liam seguía teniendo sueños oscuros por las noches, lo que le provocaba insomnio y ganas de aislarse. Eran extraños y aterradores, lugares donde la niebla lo cubría todo y la figura de un enorme animal desconocido lo llamaba. Siempre despertaba en penumbras, agitado y sudoroso.
Lo peor de todo no eran aquellos sueños, era el llamado de aquel animal que a veces podía oírlo en pleno día. No sabía cual era su significado, ni tampoco pensaba en decírselo a nadie. Liam se consideraba a si mismo como un hombre fuerte, eficaz y mortífero, él era el segundo al mando de Aria por lo que debía hacerle honor al cargo, casi nada lo enfurecía más que parecer débil.
Y esos sueños lo hacían débil.
El brillo del sol se dejó ver a través de un retazo de cielo libre de nubes, resaltando la nieve a su alrededor, produciendo un fulgor que podría quemar los ojos de un humano.
Caminó hacia el lago Saint Jerome, un lugar donde la paz de la naturaleza se hacía sentir en invierno, sin humanos arruinando todo, sin turistas inoportunos, el lago le pertenecía.
A pesar de las bajas temperaturas todavía no se formaba hielo en su superficie, las olas eran tranquilas y el agua helada era casi cristalina. Los pinos alrededor estaban decorados con una suave capa de nieve y el sendero que rodeaba el contorno del lago estaba completamente oculto.
Se sentó en la orilla y dejó que la tranquilidad lo envolviera, observó el agua mecerse sin prisa, las nubes en el cielo volvieron a ocultar el sol.
A pesar de eso su mente seguía ocupada en sus sueños, que siempre le parecían tan reales, no entendía el por qué, jamás había soñado tan nítidamente como para recordar con lujo de detalles, pero esos sueños podía recordarlos de principio a fin.
Sacó sus garras a la luz, el deseo de cambiar era abrumador, pero era el instinto el que luchaba por liberarse, el leopardo cada vez estaba más cerca de tomar el control de su cuerpo. Se suponía que a su edad, ya debía conocer del todo a su mitad animal y controlarlo a la perfección, los cambiantes debían aprender a convivir con su piel animal para evitar convertirse en salvajes.
Salvaje.
Esa palabra le hizo recordar la amenaza constante que tenían los de su raza. El hecho de que en un solo segundo podían fundirse para siempre en sus animales, perdiendo por completo su humanidad.
Salvaje.
En eso se convirtieron sus padres cuando tenía cuatro años, a su misma edad abrazaron sus instintos animales y se transformaron en leopardos de las nieves que jamás volvieron a ser humanos.
¿Eran sus padres los que lo llamaban en sus sueños?
No, no podía ser. Pasaron veintidós años desde la última vez que los vio, debía ser otra cosa.
Retrajo sus garras al controlar sus impulsos, serenó su mente. Pero la duda seguía dando vueltas en su interior.
¿Podría hacerlo? Se preguntó ¿Podría convertirse en un salvaje?
Era tentador soltar las cadenas que mantenían al leopardo controlado, ser un animal más en el bosque. ¿Qué tenía que perder? No tenía pareja, ni hijos, el clan ya no lo mantenía estable ni lo necesitaba, Aria buscaría a otro para ocupar su lugar, y nadie saldría lastimado. Desaparecería lejos sin dejar rastro y viviría solo el resto de su vida.
Sin preocupaciones, sin sueños, sin humanos irritando su ser...
Su reloj en su muñeca sonó, lo alejó de sus planes y lo trajo de vuelta a la realidad. En donde era un entrenador de una humana impulsiva, que consumía su valioso tiempo en un entrenamiento inútil.
Pero las órdenes de su alfa debían seguirse al pie de la letra y Liam era leal a ella.
Se levantó y después de un último vistazo al lago, tomó el camino que lo llevaba directo a la cabaña de los humanos.
Al llegar se encontró con una agradable sorpresa, Kaylee estaba sentada en la hamaca que colgaba en el techo del porche sosteniendo a su hija, Lauren, en sus brazos, la pequeña apenas tenía tres meses de nacida pero ya demostraba algunas características de su madre. Como sus ojos azules.
—Hola Kaylee— la saludó al llegar a los escalones—¿Cómo estás?
—Muy bien— respondió sonriente— vine a visitar a mis inquilinos Luke está adentro con Shelly, Connor y Jake.
—¿Lauren está bien?
—Sí, es fuerte y muy sana ¿Quieres cargarla?
Liam miró a la bebé envuelta en una gruesa manta blanca, se le encogió el corazón de ternura, pero no se le daba bien demostrar afecto, y sabía que los bebés eran muy demandantes en eso.
—Te lo agradezco, pero creo que ella está más segura contigo.
Kaylee volvió su mirada hacia él, cargada de cariño y amor maternal, asintió al comprender que él no estaba dispuesto a hablar sobre lo que le sucedía. Y la respetaba por eso, ella no ejercía presión para saber cosas de los demás, siempre dejaba bien en claro que estaba dispuesta a escuchar en cualquier momento.
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Editado: 23.09.2018