Un golpe de suerte se siente fantástico. Un golpe en la cara... no tanto.
10 de septiembre, 2013
CHRISTINE
La cafetería del West English College a la hora del almuerzo es el paraíso... al menos para mí. Luego de una mañana llena de clases teóricas, profesores a los que les falta su happy hour y compañeros que se pelean por conseguir seguidores en sus redes sociales, me muero por comerme una hamburguesa y una lata de Coca-Cola light.
Antes de que me juzguen, deben saber que las hamburguesas que vende la cafetería son mejores que las del McDonald’s -algo bueno tiene el colegio más caro de West City-. Y en cuanto a la bebida light, bueno... de alguna forma hay que mantener la dieta.
—La cara que pones cada vez que masticas tu hamburguesa me asusta, Chris —murmura Sami a mi lado.
—Entonces no me mires.
—Frost está observándote —me atraganto con un trozo de lechuga y él se carcajea dándome unos golpecitos en la espalda—. Tranquila, sólo bromeaba. Los guapetones aún no aparecen.
—¡Shh! No hables tan fuerte.
Sami se encoge de hombros restándole importancia y continúa comiéndose su porción de pasta, manchándose la comisura de los labios con salsa. Si hay algo que a él no le importa en lo absoluto, es la opinión de los demás.
—Quien sí te está mirando es Gálvez. Lo tienes loco.
—Sabes que no me interesa —digo volviendo a masticar mi hamburguesa.
—¿Por qué no? No es feo. Es un poco idiota, pero no feo.
—Sólo… no me gusta.
—Deberías intentar salir con alguien, como la gente normal. Deberías experimentar mientras esperas al indicado.
Sólo a Sami le he confesado que lo que yo quiero y espero es un amor real, no épico ni legendario, no quiero un príncipe perfecto montando un pony, pero sí un chico perfecto con el cual compartir más que besos apasionados. Llámenme loca o soñadora, pero no me importaría sufrir un poco si eso conlleva a experimentar esos sentimientos que sólo el amor invoca.
—Por cierto… —continúa hablando—, debiste elegir pasta en lugar de una hamburguesa. Estos tallarines están deliciosos y tú no estás alimentándote bien. ¿Cómo van las cosas en tu casa? —su tono risueño desapareció y me mira con seriedad al mismo tiempo que su lado protector sale a la luz.
—Bien.
—Conmigo no tienes que mentir, Christine.
Genial, usó mi nombre completo, sin diminutivo. Eso significa que quiere que le responda con sinceridad y sin rodeos. Código de mejores amigos.
—Ya sabes, las cosas están complicadas —admito—. Sin mi papá... todo es más difícil —Sami toma mi mano y me da un apretón.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, pendeja.
Claro que lo sé. Mi amistad con Sami es de esas que ya casi sólo aparecen en los libros: esas llenas de confianza en las que compartes momentos malos y buenos y aun así el sentimiento no cambia. Si algún día le dijera que tengo que enterrar un cadáver, él aparecería en mi puerta con una pala y una bolsa de plástico negra dispuesto a ayudarme e irse a la cárcel conmigo por cómplice.
Así de macabro, pero así de real.
Sami tiene un desordenado cabello rubio y unos ojos marrones que a la luz del sol adoptan un tono ámbar precioso; hay más de una chica babeando por él y lo sabe, pero él sólo tiene ojos para una: Alba, la presidenta del club de ajedrez del colegio.
—¿Cómo van las cosas con Albmmm...?
—¡No digas su nombre! —chilla tapándome la boca con una mano—. Nadie sabe aún lo nuestro, Chris... ¡Buaj, no me chupes la mano, cochina! —quita su mano de mi boca con una mueca de asco.
—No pude resistirme, sabes delicioso.
—¿Ah, sí? Entonces te gustará saber que fui al baño y no me lavé las manos.
Ahora la asqueada soy yo.
—Piénsalo mejor la próxima vez que decidas sacar a la luz tus gustos caníbales —asiento limpiándome la boca con una servilleta mientras él ríe—. Volviendo al tema, las cosas entre Alb… ella y yo van bien y con calma. Hace ya una semana que hablamos todos los días por mensajes.
—¿Entonces ella y Jack finalmente terminaron? —pregunto extrañada—. ¿Estás seguro?
—Síp. Anoche hablamos y, aunque me costó convencerla porque dice que es muy pronto para que la vean con otro chico, quedamos en ir juntos a la fiesta que habrá el viernes en casa de Boa.
—Calla que allí vienen. ¡Los machotes!
—Joder, me callo.
Los chicos del equipo de fútbol entran en la cafetería componiendo un grupo bullicioso y notorio. Siempre suelen ir juntos a todos lados, son como una manada.
Una sexy, notoria y musculosa manada.
El que más destaca y quién lidera el grupo es Allen McLaren, capitán y goleador del equipo. Con su metro ochenta y cinco, cabello castaño, mandíbula bien definida, abdominales y trasero de infarto, sonríe con amabilidad mientras le cede su puesto en la fila de la comida a un niño menor. Es una buena persona, lo admito.