Paso uno en cualquier manual para conquistar al chico que te gusta: ¡¡NO LO GOLPEES!!
CHRISTINE
Me duele la muñeca...
—¡Chris! ¡Christine, por Dios! —exclama Sami muerto de risa acercándose a mí; tiene un ya formado golpe en uno de sus pómulos y el labio inferior hinchado, pero una expresión de lo más risueña. ¿Qué rayos le parece tan gracioso?—. ¡Joder, pero qué derechazo le diste!
Entonces miro al chico frente a mí, Júpiter... Lo golpee. ¡Marmotas, lo golpeé!
Júpiter se examina la mandíbula con los dedos, palpándose con cuidado, sin dejar de mirarme; abre y cierra la boca varias veces formando una expresión de dolor.
No me digan que arruiné esa mandíbula tan perfecta. No me lo perdonaría.
Todos a nuestro alrededor se quedan en un sepulcral silencio hasta que escuchamos la voz de uno de los inspectores acercándose. Rápidamente todos vuelven a sus asientos, Jack toma la mano de Alba y se la lleva.
Aquí no pasó nada.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué el alboroto y escándalo? —gruñe el viejo barrigón mirándonos con los ojos entrecerrados.
—No pasa nada —se apresura a decir Sami mirando hacia otro lado para que no lo vea golpeado.
El inspector nos examina, pero luego se aleja para hablar con las cocineras, o coquetear, las cosas como son.
—Vaya golpe, colega —exclama Allen entre risas, mirando la colorada mandíbula de Júpiter. El pobre sigue tan sorprendido como yo—. ¿Estás bien?
—Sí —responde Júpiter sin dejar de mirarme. Ya está poniéndome incómoda. Aunque… supongo que debería disculparme.
—¿Seguro? ¿Quieres que te pida una ración de pasta?
—No.
—¿Sabías que comer pasta te hace feliz, Jup? Esto se debe a que los carbohidratos ayudan a que aumente la absorción de triptófano, que puede afectar el nivel de serotonina en el cerebro. Y tú, mi amigo, necesitas cambiar esa cara de amargado que traes siempre —continúa Allen, y al ver que todos lo miramos extrañados, se defiende—: ¿Qué? Lo leí en una enciclopedia.
—Estoy bien —gruñe Júpiter, y luego levanta las cejas con asombro—. Oh, vaya —murmura bajando la mirada hacia mi torso.
Gracias a los tirones que recibí en medio de la pelea, los tres primeros botones de mi blusa volaron lejos, dejando ver parte de mi sujetador con dibujitos de Minnie Mouse.
¡Qué vergüenza!
—¡Oh por Dios! Yo, uh… Lamento haberte golpeado, Júpiter, yo... —me disculpo arreglándome. No se me pasa desapercibido que él mira mi escote por más tiempo del necesario—, yo quería pegarle a Jack o a los otros imbéciles, no a ti...
—¡Eres tan impulsiva, Christine! —Sami toma mis hombros y me sacude reprimiendo sus carcajadas—. ¡Pudiste matarte! ¿Qué rayos estabas pensando?
Sami es de esos amigos que, si te caes o te ocurre una desgracia, primero se mueren de risa y luego se preocupan por ti.
—¿Qué rayos estabas pensando tú, metiéndote en una pelea que no ganarías?
—Gracias por tener tanta fe en mí —replica con ironía.
—Cuidado —dice Júpiter cuando Sami intenta tomar mi mano, y suelto un quejido cuando él toma mi muñeca—. Te duele, ¿verdad?
—Sí —intento concentrarme en su toque, pero joder, duele.
—¿Puedes mover la mano? —la muevo como él pide—. Bueno, al menos no es una fractura, te salvaste de algo más grave. Supongo que soy duro, ¿eh?
Su media sonrisa y su tono picarón me sorprenden. Acabo de golpearlo, se supone que debería estar enfurecido conmigo, pero parece más bien divertido.
—¡Serás estúpida! —exclama una aguda voz detrás nuestro.
Ah, sí. Ya había tardado en aparecer.
Boa.
Lisboa Stone es una de esas chicas que tiene una vida aparentemente perfecta, pero la verdad es que sufre de falta de atención por parte de su familia y se desquita con los demás. No es algo que me afecte de todos modos; simplemente no la tomo en cuenta.
Es una chica que, según mi opinión, no será la siguiente supermodelo americana, pero tiene lo suyo -el horrible uniforme del West, que consiste en una falda azul, camisa blanca y blazer gris le queda estupendo-, tiene más dinero que la mayoría del resto de alumnos ya que su padre es senador y siempre anda rodeada de amigas que le funcionan como guardaespaldas, pero como persona es una verdadera serpiente. Es por eso que Sami y yo le decimos "Boa", perfectamente acorde a su reptil personalidad.
—¿Te imaginas salir así a la calle, Abby, con toda la ropa súper hecha pedazos? ¡Horrible! —exclama agitando su cabello mientras Sami pone su chaleco sobre mis hombros, y la tal Abby se ríe como si acabaran de contarle el chiste más gracioso del mundo—. ¿Te duele mucho el golpe, cariño? Puedo decirle a mi chofer que te lleve a tu casa, sólo pídele al director que te deje marchar antes, sabes que te dará permiso —ahora ya no se dirige a mí, sino a Júpiter.
Y le dijo cariño.
Cariño.