La reina

Capitulo único

Sus manos enguantadas dejan la taza medio vacía junto a la cocina. Mira por la ventana, el viento ha calmado. Lentamente, camina hacia el perchero y se coloca el sombrero. Hoy no necesita ayudantes para verse elegante. Nunca los necesitó, pero la Corona insiste. Una mirada rápida al espejo le muestra lo que quiere ver.

  Se abre la puerta e Isabel II de Inglaterra, sale al terreno descuidado que le sirve de patio delantero y jardín, si se lo puede llamar así. Serpenteando entre latas y desperdicios, atraviesa el lugar de césped crecido, barro, y mugre de perro. Llega hasta la alambrada que separa su propiedad de la acera y abre la desvencijada puerta de madera, cuidando que sus guantes de cuero celeste pastel no se ensucien. Una vez en la calle acomoda su sombrero nuevamente y comienza a caminar con la respetabilidad aprendida durante años.

  Sonríe al ver a los pocos transeúntes de la mañana apartarse ante ella, sorprendidos y boquiabiertos, algunos quitándose sus gorras sucias o tomando de la mano a sus niños para que no se crucen delante de sus vacilantes piernas. Los ignora, no merecen su saludo, ni siquiera una mirada. Ellos no deben ofenderse, su Reina hace lo que quiere.

  Su camino la lleva por el medio de un grupo de muchachas que van rumbo al colegio, que inmediatamente sacan sus teléfonos para tomarle fotos. También las ignora. Le gusta sentirse así, poderosa y fina, admirada y respetada, impune y a la vez y pese a todo, amada. Mucho tiempo lleva esperando este reconocimiento.

  Luego de cruzar varias calles donde los coches frenan estrepitosamente al verla, llega al campo de entrenamiento militar. De lejos ve a los soldados que practican maniobras de combate. Se acerca a la puerta del predio, con impecabilidad se detiene allí, esperando ser notada. Un oficial que grita órdenes desaforadamente de pronto la ve y su rostro pasa del rojo rabioso al blanco nieve. Isabel sonríe, satisfecha por la impresión que provoca. El oficial se cuadra ante ella y los demás, extrañados por la actitud, lo miran y pronto descubren quién está allí. Lo imitan, nerviosos, y ella vuelve a sonreír, esta vez con una sonrisa pequeña para no demostrar demasiada emoción. Se acerca, apenas levanta su mano derecha en señal de saludo y con un asentimiento de cabeza les indica que se ubiquen en posición de descanso. El oficial comienza a explicarle qué es lo que hacen en este día, ella sólo asiente y sonríe apenas. Sin decir una palabra, se acerca a una fila de ametralladoras que relucen sobre sus trípodes. El oficial continúa explicando que son nuevas, una adquisición que costó varios millones y que están a disposición de los soldados, y por supuesto, de ella también. Ella lo mira, se nota que lo último que dijo el oficial fue dicho para quedar bien.

  Así que se acerca más a las armas. Se para detrás de una, la toca. Más nervioso todavía, el oficial tartamudea que, si bien son nuevas y de última tecnología, no deben ser manejadas por manos inexpertas. La Reina le clava su mirada de reina y el oficial baja la cabeza y pide disculpas. Luego, diligentemente le explica cómo usar la poderosa arma. Antes de que la explicación termine, Isabel descarga una ráfaga de balas. Se escuchan gritos y un soldado cae herido al otro lado del campo.

  Sacudiéndose las manos, pide que lo lleven al hospital, y que luego que sea castigado por no poner atención. También lo invita a Buckingham para recibir una condecoración.

  Confundidos por su actitud y por el tumulto de ambulancias, ninguno de los militares ve cómo su soberana se retira tan silenciosamente como llegó.

  Cansada llega a casa, atraviesa nuevamente el terreno abandonado y sucio y cierra con postigos la puerta. Cuelga su sombrerito otra vez en el perchero. Luego se quita los guantes para poder rebuscar en su cabeza y desabrochar la peluca, dejando caer su cabello castaño y descuidado. El maquillaje se va después y por último el vestido celeste y los zapatos.

  Y, como si fuera un truco de magia, está otra vez la aburrida e insulsa chica de 20 años.

  Al volver a la cocina, nota que ya no hay leche. Es bastante engorroso volver a su traje, así que sale a la calle siendo ella. Esta vez, nadie se aparta, nadie se quita la gorra, ni le toman fotos, ni le prestan un arma. Esta vez sólo es una muchacha que va por leche. Lo común y básico de la vida, resumido en una sola persona.

  Ella podría ser cualquier persona, podría ser más joven, más bella, pero siempre tendrá algún oponente. Siendo la Reina, nadie puede faltarle el respeto, ni criticarla, ni mirarla con desdén. Cuenta con más de siete décadas de prestigio y su sola presencia puede despertar incomodidad o fanatismo, pero nunca indiferencia. Jamás logrará eso siendo la verdadera persona común que es. La receta para ser reconocida estaba ahí, al alcance de una peluca y unas cremas de maquillaje, tan fácil que nadie lo vio, sólo ella.

  A la mañana siguiente, opta por el color amarillo claro. Le da risa, parece un patito, pero a la Reina le gusta y nadie se atrevería a llamarla pato. Peina su cabello artificial y luego se pone su sombrero, un poco más grande esta vez, con una pequeña pluma blanca para decorarlo. Guantes blancos, tapado amarillo, y a la calle.



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En el texto hay: falsedad, reina, impostora

Editado: 05.04.2019

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