Ya no estaba segura de que sonido podía escucharse mejor, si sus pasos rebotando en los charcos o el de su corazón latiéndole a toda prisa intentando escapársele del pecho que más por la carrera y los hambrientos paparazzi, la mano firme y masculina que se negaba a soltar la de ella era lo que la estaba poniendo de los nervios.
—Ya no puedo…yo…ya no más —dijo Meryl con la respiración entrecortada.
—¡Rayos, mujer! Da la impresión de alguien muy poco atlética. ¿Cómo es que ha podido sobrevivir hasta ahora?
—Supongo que fui diseñada para el trabajo de escritorio —bromeó Meryl mientras veía como Austin sacaba su teléfono del bolsillo y oprimía un número de marcado rápido.
—¿Alguien le ha elogiado antes por la mala comedia? —le respondió Austin con el teléfono en la oreja y una especie de llamarada en los ojos. Aunque llevaba poco tiempo de conocer a aquel personaje, tenía total confianza en asegurar que quien estuviera al otro lado de la línea ya bien podía irse preparando para escapar al otro lado del océano atlántico.
—¿De casualidad tendrá alguna idea de donde pueda estar su amigo Axel en estos momentos?
—¿Axel? ¿Por qué quieres saber de él? —Meryl trató de lucir lo más natural posible. En el fondo, tenía una muy clara idea del porqué de la pregunta.
—Sencillo. Por qué ese mal nacido se llevó a mi esposa e imagino que la ha traído a este lugar como preámbulo de su cita romántica.
Meryl lo miró con severidad. Recordó amargamente que Austin mantenía la creencia de que Ariana estaba felizmente al lado de su amante en esos momentos. La típica historia de infidelidad al reverso…, pero de eso no podía culparlo. Después de todo, involucrarlo en esa historia había sido un error garrafal del cual ya no había vuelta atrás.
—¿Por qué todos los hombres son iguales? ¿Acaso no has pensado que tu esposa este haciendo algo más que montándote el cuerno?
—No es necesario que invente excusas. Sé muy bien cómo funciona la solidaridad entre mujeres… Sin embargo, si uno de esos perros rabiosos atrapa a Ariana, todo su mundo acabará para antes del amanecer.
En aquel instante pareció como si un balde de agua aún más helada que la brisa de la noche le cayera encima a Meryl. El enojo empezaba a ser reemplazado por algo cercano a la culpa. ¿En verdad Austin estaba preocupado por lo que fuera de Ariana?
—Max contesta, maldita sea —estaba claro que nadie respondía y finalmente Austin dejó de intentarlo sin dejar ningún mensaje. —Supongo que nosotros seremos la distracción.
—¿Distracción de qué? Y ahora que recuerdo, ¿a dónde rayos me estas llevando?
—¿Para qué más iba a ser? Aunque no estoy del todo seguro, puede que mi esposa este aún dentro de alguno de los camerinos esperando a ser atrapada por alguna cámara. Sin embargo, nosotros sabemos bien cómo manejar esas situaciones. ¿Me equivoco?
Meryl tragó saliva al entender de inmediato lo que Austin estaba proponiendo.
—Debes estar de broma. ¿Estas proponiendo que tú y yo seamos la carnada? Si tu intención es ayudar a Ariana, el que su esposo sea visto con otra mujer no será un mejor escenario para ella.
—Nadie dijo algo sobre exponerme. En todo caso, la prensa solo hablará del misterioso hombre que rescató de sus fauces a Meryl Hale.
Meryl se quedó paralizada y lo miró fijamente con la boca abierta. —¿Estás pensando en usarme como chivo expiatorio?
—Yo no lo diría así. Más bien sería algo como, ganar – ganar. Usted logra salir de este lío en el que se ha metido quien sabe por qué causa, y mi esposa consigue algo de tiempo mientras mi amigo la encuentra dentro de todo ese escándalo que dejó usted atrás.
—¿Dices que alguien está buscando a tu esposa en estos momentos?
—Si. Y más le vale encontrarla si quiere continuar caminando en una pieza.
Meryl se las arregló para disimular una sonrisa. —Bueno, sinceramente no creo que…
—Meryl, por favor —el tono que usaba Austin no era de alguien que únicamente pedía un simple favor a un conocido o un amigo. En el se escondía a plena vista la desesperación que lo agobiaba y esto casi la destrozó. La culpa zumbó entonces en su interior y se preguntó cómo era posible tener el corazón latiéndole con fuerza y sentirlo paralizado al mismo tiempo.
Ligeramente consiente del murmullo que alzaba su conciencia, Meryl exhaló un gran suspiro de resignación.
—Ok. Pero con tres condiciones.
—¿Cuáles? —repentinamente, un pequeño haz de luz brillo en los ojos de Austin.
—Primero, siento raro que me trates con tanta formalidad. ¿Qué no somos colegas? Segundo, la máscara se queda sin importar el qué.
—¿Y la tercera?
—Esa la pensaré más tarde.
Una pequeña sonrisa lobuna cruzó por el rostro de Austin en ese instante. —Trato hecho. Entonces, ¿nos vamos?
Editado: 23.11.2024