La Institutriz me escruta de manera severa. Recuerdo ahora con más detenimiento su característico rostro oscuro, surcado de facciones marcadas y hoscas, la misma fisonomía que fue protagonista de varios sueños pesados que con el paso del tiempo he tratado de olvidar.
Verla de nuevo en la misma habitación, ocasiona que mi cuerpo se estremezca por entro. Aquella sensación angustiante de hace más de un año, me envuelve y mantiene mi actitud defensiva, expectante de cuál será su siguiente movimiento para doblegar mi voluntad.
Mi mente viaja a aquellas horas de angustia, en las que suplicaba que terminara el martirio junto a ella. Aun puedo sentir los tirones en mis brazos cuando me negaba a realizar alguna tarea, a decir palabras que rompieran mi propio orgullo, incluso puedo visualizar los hematomas que la fusta dejaba alrededor de mis pantorrillas después de un día de sesión de prácticas, las marcas rojas en mis brazos cuando ejercía presión siempre que intentaba retar sus límites, defendiendo mi propio honor.
Puede que mis padres nunca pusieron una mano sobre mí, no hasta hace dos noches que pude sentir el impacto de la mano de Elodi en mi mejilla. Supongo que la educadora era un peso menos de culpa, una excusa a la que aferrarse y decir a traves de ella que nunca me hicieron daño cuando de alguna manera, siempre han sido mis padres quienes llevan las riendas de mi vida como hilos atados a una marioneta.
Ni Elodi, ni Leonardo… nunca objetaron a mi favor cuando mi fuerza y voluntad fueron fracturadas por esta misma mujer. Cada recuerdo viene a mi mente, uno peor que otro sobre todo al ver a la educadora tan relajada y segura de sí en su trabajo.
Busca amedrentarme con su mirada, pero resisto y me opongo a su presión, sigo cada paso que da a mi alrededor. Me encuentro de pie y elevo el mentón. No dejo que vea mis recuerdos dolorosos, no dejo que vea cuando me duele estar en este mismo lugar de nuevo, no dejo que escuche a mi piel sollozar ante las memorias de su fusta incrustada impactando sin ningún tipo de miramientos.
Muy en el fondo, deseaba que mi castigo fuese otro, podría soportar tener a Elay encima de mi todo el tiempo, incluso estar privada en mi propia habitación, cualquier otra cosa y evitar tener que volver a verla, porque se siente como en un principio. Las decisiones de mis padres buscan romper mi voluntad, alejar mis esperanzas y puede que lo consigan, pero mi panorama también cambia.
No parece tan desolador ni trágico, sino que, en medio de la disputa, la fuerza también persevera tras el recuerdo que me traen las palabras de Jhuriel y junto a ellas, un halo de fortaleza y el temple de nuestra decisión. Tengo ahora otro motivo más enaltecedor y poderoso para sostener los retazos de mi vida y manifestar que aun mis padres no pueden con mi entereza.
El marítimo lo he vivido por años y pienso afrontarlo otra vez.
—Sharon Fliescher —comienza Margot, la mujer tenaz y ruda que tiene merecida su reputación.
Sigue su paseo a mi alrededor, balanceando su arma ya conocida para mí. Sus pasos resuenan a medida gira en mi eje. Se detiene frente a mí, esperando ver algún signo de debilidad en mi rostro. Puedo percibirlo en la dura mirada que sostiene
—Es un gusto verte una vez más, cariño.
—No para mi —respondo, alto y claro. Chasquea la lengua y niega.
—Tal parece que no fueron suficiente esos años que fuiste educada por mí, yo sabía que debí ser más estricta, haces quedar mal mi reputación, pero adjunto parte de la culpa a tus padres que conociendo la clase de hija que tienen, decidieron ser blandos contigo. En realidad, aún tienen compasión de ti.
—No busco compasión, Margot. Busco la justicia —siseo. Golpea con la fusta el escritorio y doy un respingo ante el sonido que corta el aire.
La educadora se acerca y toma mi mentón. Me obliga a verla y sostengo sus ojos oscuros y su rostro lleno de arrugas.
—Dime pequeña duquesa desobediente ¿Me extrañaste? Porque créeme que yo si lo hice, mira nada más ese tierno rostro y esa mirada con determinación. Veremos cuánto dura tu voluntad a la desobediencia —mi frente se arruga mientras le doy una mirada mordaz cuando pasa la punta de la fusta en mi rostro.
La mujer ignora mi gesto y le hace una seña a un segundo educador del que vino acompañada al mismo tiempo que me suelta. El hombre se pone de pie. Sus botas resuenan, lo hace adrede, esperando algún tipo de vacilación. Piensa que voy a temerle y lo hace mientras y me altera a pesar de estar de pie.
A pesar del afán, nada nos exime de las emociones o en mi caso, el temor.
—Cuanto tiempo Sharon Fliescher, te confieso que esperaba verte en un tiempo, incluso tardaste mucho—hace un asentimiento a mi dirección el cual no correspondo. Mis ojos lo siguen hasta que se detiene al lado de su compañera—. Creciste en todos estos años, tu madre no se equivocaba al decir que serias toda una bella mujer, que serias digna del título de Excelentes. Conseguiste al mejor partido, una lástima y desperdicio de quién eres si aún no quieres aceptarlo. Avergüenzas a tu familia, pero para remediar tu rebeldía estamos nosotros.
No muestra paciencia ni la misma seguridad cuando percibe mi rostro carente de emoción. Me aferro a la poca seguridad y, a pesar de que sus palabras calan profundo, no puede terminar de herirme como ya lo hicieron los actos de mis padres años atrás.
—Hank, sabes que te recuerda lo suficiente ¿No es así Sharon? —mira a su compañero, luego a mí.
La risa amarga de Margot me ocasiona volver mis manos en puño detrás de mi espalda, aun así, con toda la rabia acumulada junto al impulso de despotricar contra ellos.
—Tu silencio es una respuesta cobarde, Sharon —Hank se inclina cerca de mi oído.
—Nunca es tarde para recordar los errores que atravesaron mi vida, que se hacen llamar así mismos los mejores, que se valen de una ambición. Tan valiente eres detrás de un arma y en compañía, pero… ¿Qué eres sin ella? —Mi voz suena grave, baja y oscura, casi en un siseo. Entrecierro los ojos.