Una semana importante se celebraba en Kindstone.
La nueva temporada y con ello, la llegada del otoño.
La temporada implica restaurar la unión con los reinos vecinos, la renovación de sus contratos, el fortalecimiento de alianzas o una simple excusa para celebrar.
Todos estaban eufóricos y podía notarse en todos lados.
En tres noches se darían la bienvenida a los representantes de los cuatro Reyes aliados o al menos lo más importantes: Regmond, el reino alto del Sur. Feltcress, el reino alto del Este. Palanters, el reino medio del Oeste y Armontt, el reino medio del Sur. Por supuesto, Kindstone a la cabeza del norte, junto a él, nuestro Rey, Milickan.
Afuera, las personas son un desastre de masas, un hormiguero alterado. Incluso en mi hogar se percibe el movimiento, tanto que en el último día mis nervios se encuentran agónicos.
—No quiero estar ahí. ¿Qué demonios hare yo en ese lugar? —protesto, al lado de mi madre, que evalúa cada uno de los tantos vestidos en mi armario. Tengo la costumbre de maldecir discretamente.
Me reprende con su mirada azul como lo ha hecho desde que ha entrado en mi aposento. Apoyada con mi espalda en la pared con los brazos cruzados, ruedo los ojos y hago una mueca de aburrimiento.
—Tienes una obligación publica ahora, Sharon. Debes acompañar a su Majestad como su prometida. Todos los Altos estaremos ahí y debemos presenciar el acto de honor. Es tu oportunidad para dejar claro porque el Rey te ha escogido.
—Querrás decir porque ustedes han escogido al Rey para mi —no puedo ocultar la repulsión en mi tono.
—¿Ya aceptaste el compromiso? —levanta una ceja y admira de reojo unas rosas.
—No —respondo, simple. A diferencia de otras veces he estado en calma en lo que al Rey respecta y eso lleva a que madre se encuentre satisfecha.
—De cualquier forma, no es una decisión, sino una obligación.
Elodi continua en su tarea y cuando se voltea de nuevo hacia el armario, le doy una mirada iracunda a las rosas que no hace mucho llegaron con una etiqueta del palacio Real y un mensaje de Milickan. Si tan solo pudiera, las hubiese desintegrado.
—Y deberás quitarte esa venda, Sharon, arruina todo el esfuerzo que se invierte en tu apariencia —sé que se refiere a mi mano que aun mantengo con pequeñas vendas por precaución.
—Debiste haberlo pensado mejor cuando llamaste a la institutriz. Que no se te olvide que fue ella quien abrió los viejos recuerdos —siseo.
—Suficiente —Elodi da un golpe al armario, pero no me inmuto—. No descartes que merecías el castigo. Al menos he visto que aprendiste algo de ese último retiro. Sabía que Margo no decepciona.
Me limito a asentir como ella espera que lo haga, pero no espero ningún permiso en el momento que salgo de la habitación y la dejo sola. No quiero escuchar más.
Padre ha estado fuera de casa desde tempranas horas de la mañana, así como todos los hombres del círculo junto a Milickan, se reúnen desde que empieza la semana, por lo que no encuentro intervención de él ni de su guardia cuando atravieso la entrada trasera del palacio con rumbo a una sola dirección.
Por un instante considero ir directo a aquella entrada oculta por las enredaderas y evitar a los guardias de mi madre. Decanto la idea porque no descarto que alguien vigile de cerca y descubra aquel recóndito espacio, así que me desvío hacia otra área.
Hay dos guardias custodiando la entrada de la extensión que cruce sola en la noche hace mucho tiempo. Se observan entre sí, dudosos sobre dejarme pasar. Una voz se aclara a mis espaldas, agotando mi tranquilidad.
—Caballeros —Elay llega a mi lado.
Apoya una de sus manos enguantadas sobre mi hombro. Levanto los ojos a su rostro mientras mira a los guardias.
—Permítanle el paso a nuestra Excelentísima. No tiene ninguna prohibición, la extensión se encuentra vigilada —Elay me observa de reojo y encuentro su sonrisa casual.
Los guardias asienten hacia el caballero y abren el paso para mí.
—Adelante, Lady Sharon —miro de nuevo a Elay con la desconfianza surcada en mi rostro. No borra la sonrisa segura y me genera escalofríos, pero no dejo tirada la oportunidad.
Le agradezco con un simple asentimiento. Elay suelta mi hombro, pero no me sigue cuando paso al lado de los guardias.
No dejo de ver sobre el rabillo del ojo a medida me adentro sobre aquel espacio lleno de árboles, césped y poca luz a pesar de las horas de la tarde. El lugar es todo árboles y un pequeño camino entre medio de tanta vegetación.
Avanzo sin un rumbo, adentrando mis pasos en aquel lugar profundo, sin sentirme vigilada a pesar de lo que ha dicho Elay.
—¡Dioses! —grito al momento en el que siento una mano sobre mi hombro. Me relajo de inmediato.
—Jhuriel… —musito entre dientes, viendo sobre su espalda la extensión desolada.
—Vamos —señala el camino—. Conmigo cerca no te detendrán —ruedo los ojos con sonrisa egocéntrica que tira de sus labios.
—Te golpearía por esa arrogancia, pero debo admitir que por ahora tienes más autoridad que yo —bufa y niega, alborotando su cabello un poco más largo, tanto que le roza las orejas.
Miro los ojos de Jhuriel, tan electrizantes, tan verdes y vividos, haciendo contraste con todo el verde de las hojas.
Definitivamente el color que se ha vuelto mi favorito.
—Nunca tuviste autoridad en realidad, miladi —lo veo, indignada.
—Silencio, Jhuriel antes que me arrepienta de acompañarte —a pesar de mostrarme seria, sonrío.
Mientras caminamos, a los alrededores, caballeros patrullan la extensión, dispersos y unos pocos en comparación con la guardia que padre hubo desplegado antes. No hay ningún tipo de contacto entre nosotros, todo se mantiene profesional, una apariencia que no se nos dificulta. Jhuriel incluso se mantiene detrás de mí, damos una visión de colegas que se toleran por su trabajo.