La Rosa Blanca

El ataque pirata

Cristina y Rita se encuentran en casa de la primera. No hay tiempo que perder, es mejor empezar con los preparativos antes de que la fecha se les eche encima.

Lo primero que hay que decidir es el lugar para la ceremonia y la recepción. Rita propone el salón de bailes del ayuntamiento, mientras que Cristina cree que es mejor hacerlo en el palacio, como en un principio se acordó.

-Será una ceremonia importante. Vendrán invitados de prestigio. El salón de fiestas del palacio es mejor que el del ayuntamiento. Es más grande y más apropiado para una ceremonia así -le recuerda Cristina, pensando en la gran boda con la que tanto ha soñado.

-Pero hace años que no se celebra nada aquí. Y el alcalde se sentirá ofendido.

-Cierto que la última fiesta que hubo fue mi boda. Pero, por eso mismo es el lugar adecuado. Y no te preocupes del alcalde, de eso me encargo yo.

Rita sigue sin parecer convencida. ¿Qué se cree esa mujer? ¿Qué vendrá toda la corte?

-Por eso mismo, el nacimiento de Guillermo lo celebrasteis en el salón de baile del ayuntamiento. Creo que por ser un lugar neutro es lo mejor para la boda –intenta contraatacar-. Mmmm, no se Cristina... ¿A cuanta gente piensas invitar?

-No mucha, ya sabes. Un centenar de familiares y amigos -sonríe la condesa quitándole importancia con un gesto de la mano, pero Rita sabe que un centenar es quedarse cortos para ella.

-Yo estaba pensando en algo más íntimo. Más familiar.

-Oh Rita, por eso solo invitaremos a unos cientos de familiares y amigos. –Exclama Cristina-. No te preocupes, será algo íntimo.

-En ese caso será mejor que me enseñes el salón de fiestas. Así podría compararlo y ver si tienes razón.

-Ya verás como la tengo, te va a encantar. –sonríe la condesa.

Las dos mujeres se levantan de la mesa donde reposan dos tazas de té medio llenas y se dirigen al pasillo.

El salón de baile no está lejos del pequeño saloncito de invitados de Cristina.

Por el camino se cruzan con el conde.

-A Rita le parece bien lo de celebrar aquí la ceremonia –anuncia Cristina feliz sin percatarse, en apariencia, de la mirada de furia de su invitada.

-Oh, no se arrepentirá Rita, es un sitio precioso. Quizá necesite una redecoración, no se usa muy a menudo. Pero prefiero no meterme, organizar la ceremonia es cosa de mujeres –comenta Diego sonriéndolas-. A los hombres solo nos corresponde poner el dinero.

Las dos mujeres le devuelven la sonrisa y, a continuación, se despiden para continuar su camino por el pasillo.

El salón es precioso, pero el conde tiene razón, necesita una redecoración. El color de las paredes está algo anticuado, y los muebles están pasados de moda. Más parece que, por el poco uso que recibe, lo hayan usado como almacén de muebles de otras épocas.

Mesas y sillas de diferentes colores y tamaños, candelabros, lámparas descolgadas, algún que otro armario y, hasta un perchero descolorido, invaden el espacio. La verdad es que Cristina lo tiene como museo de mobiliario antiguo para presumir con sus amigas. Pero, pese a ese detalle, es más grande que el del ayuntamiento y, además, más luminoso. Da a una terraza separada por enormes puertas de cristal y, grandes ventanales ocultos tras cortinas de colores y diseños variados.

-Tienes razón -comenta Rita sintiéndose perdedora-, este es mejor sitio para la recepción. Pero necesitará unos retoques. Aun así, hagamos un trato. La ceremonia será en el ayuntamiento.

-Muy lista Rita, así nos ahorramos los problemas de deshonrar al alcalde -sonríe Cristina satisfecha, pero ya se las arreglará para celebrar allí también la boda. Ahora tendrá que pensar que hacer con su colección privada de mobiliario antiguo. No hay tantas habitaciones donde guardarlos en el palacio. Será todo un reto no desprenderse de ninguno por falta de espacio.

                                    

Llevan todo el día siguiendo aquel grupo de galeones desde que saliesen del puerto aquella mañana. Es probable que sepan que les siguen, pero al ser un grupo de diez barcos, probablemente se sientan seguros ante un posible ataque.

Hace poco que ha anochecido. Es una noche sin luna, ideal para sorprender a unos confiados navíos cargados de oro, joyas, y otros objetos valiosos. Solo hay que escoger al objetivo correcto y, los demás barcos no podrán hacer nada para ayudarles.

El barco escogido es el último del grupo, el más cercano a ellos.

La mayoría de la tripulación duerme. Es mejor acercarse con sigilo. Las barcas llamarán menos la atención de las otras embarcaciones.

Los piratas se abalanzan sobre el barco aprovechando la oscuridad de la noche. Las barcas de remos atraviesan las negras aguas rodeando la embarcación como si de fantasmas se tratase. Nadie los ve hasta que es demasiado tarde.

Apenas hay un par de vigías en el barco y, el timonel. Confiados de que el número de navíos que forman la pequeña flota es suficiente para protegerles, no están preparados para defenderse de un ataque.

La técnica tradicional no habría sido más eficaz.

En esas situaciones, el no ser detectado es la clave del éxito.

En la oscuridad, como sigilosos depredadores caminando por la selva, los piratas suben al galeón, desmontándolo antes siquiera de que su tripulación se dé cuenta de lo que sucede.

La alarma es dada entre los barcos.

Uno de ellos está ardiendo y, en otro ha aparecido una nota tirada en la cubierta.

Todo apunta a un ataque pirata, pero, ¿quién puede ser tan valiente, o tan loco, de atacar a un barco rodeado de nueve más, en medio de la noche?

                            

Peter se encuentra en su despacho leyendo una misiva urgente firmada por el capitán de uno de sus barcos. La carta ha llegado a primera hora de la mañana. En ella se explica que uno de sus navíos ha sido atacado por piratas.

Al parecer les han sorprendido en medio de la noche. No ha habido supervivientes y, el barco ha ardido sin remedio.



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En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

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