La Sandía

CAPÍTULO XII. LA SANDÍA Y LAS ARMAS BIOLÓGICAS

Hacía un calor para hornearse en la guarida de las uvas, el mediodía había llegado para rugir con unos calurosos rayos de sol tras pasada la tormenta, que hasta las aves parecían inquietas por revolotear cerca de algún charco entre la tierra, pero la única ventana y puerta de la habitación habían sido cerradas sofocando las cáscaras de todos dentro. Desde el instante que ordenó cocer contra su voluntad al Plátano comediante, por considerarlo traidor, Don Uva Verde supo que la misión de la sandía estaba cortándolas en peligro ante las tácticas del Melocotón y por lo tanto, había exigido a gritos a que se aislaran por completo del sabroso mundo exterior, sin importar que muchos de los suyos quedaran varados fuera en la cocina.

Todo se había envinado amargamente en cuestión de media hora, las filas alrededor de la entrada en la guarida se estaban más que resguardando, se veían acompañadas de grandes insectos con uvas amarradas bajo sus alas con finas tiras de pabilo y además, de muchas otras amenazando con sus armas puntiagudas a cualquier intruso que se atreviera a invadirlas. Sazón por la cual, también persistía un desabrido silencio –a veces pasajero y por ratos, más largo–, que le ponía la semilla de brote a los agentes principiantes e incluso a la mismísima sandía, que permanecía inmóvil tras ser rodeada por toda clase de filos, una vez intentó acercarse al líder de la mafia para aplastarlo con una sentadilla.

O eso planeaba ella, sin embargo, solo enderezó su cuerpo verde deforme e hizo un movimiento crocante de manos, a medida que decía–: Con gusto aceptaría sus pinchazos, queridas, y estando en sus cáscaras no decidiría ni siquiera imaginarme jugosamente herida –imponente, escupiendo caldo rojo por doquier, cegando a unas cuantas uvas que se protegían la cabeza con algodón–. Tan solo me estarían haciendo un favor, ¡les doy ventaja! –con tono burlón, llevándose una palma de forma delicada a los cueros de sus labios–. Los hoyos que me hagan, jugo que se derrame por el suelo. Y después, ¡zas! –gritó, aplaudiendo y de inmediato, golpeando sus codos con su pecho. Así creía la pobre sandía que se propagaba el sonido–, me llevaré conmigo a cualquiera que crea que todavía no puedo aplastar a unas desquiciadas como ustedes.

Por un momento, el círculo que retenía a la sandía, se puso menos tenso y dominó el arte del murmuro. A pesar de tener un acento bastante elegante –una mezcla entre el de la huerta y la cocina–, la egocéntrica fruta consiguió hacerse entender entre las mal habladas uvas con gallardía, lo cual le causó un cosquilleo de semillas a sus adentros que le motivaron a seguir presumiendo las habilidades de su –en ese entonces– ovalado cuerpo. Tenía entendido que quizás no comprehenderían de lo que adobo estaba hablando, puesto que las uvas elegían comunicarse mediante la jerga del vino cuando no habían invitados, para evitar que algún infiltrado del Melocotón supiera de sus planes. Y no era fácil de pelar, la sandía lo reconocía con los labios estrujados y a raíz de su éxito, logró que retrocedieran unos pasos y más que pararan de apuntarla con sus lanzas y hojas con expresión perversa, algunas de aquellas uvas estaban saladas por conocer cómo luciría una sandía descascarada mientras que otras actuaban nerviosas ante la posible rabieta que tuviera su Don, al saber que no la machacaban suficiente del miedo.

Hubo un alivio después, así como caras más suavizadas entre el algodón, que le permitió sentarse por unos segundos para repasar y digerir sus conclusiones sobre quién la traicionó –a fin de no equivocarse de nuevo–, puesto que se había dado cuenta que su trayecto estaba marcado por pasos tostados crujiendo ante el oído del aguacate desde que fue salvada por la zanahoria en la tabla de picar. Sumándole que no quería respirar más pelusa de sus armaduras, contribuyó a que uniera una pista tras otra con la vista extraviada en sus pies y susurrándose como loca cada nombre de sus sospechosas.

Finalmente, se detuvo en uno que la conmocionó de jugo a cáscara. «Guanábana», se dijo reprimiendo tanto los puños como su lengua y para así no gritarlo con la fuerza de cada una de sus semillas hasta que fuera escuchada en la cocina. No obstante, el sentido vengativo de la sandía estaba combatiendo con su cáscara de razón común para coger coraje y pisotear de una vez por todas a las demás mafiosas sin necesidad de tirárseles encima. Necesitaba guardarse el nombre de la periodista por un tiempo, más todavía si Don Uva Verde pudiera usarlo contra ella, ya que aparte de que posiblemente la hubiera delatado solo consiguió traerle una rebanada podrida de problemas. Que fuera periodista, le ganaba las chances de ser cortada en dos por solo precaución.

¿Cómo regresaría a su despreciable hogar? Conociendo la sospechosa lealtad de la Granada y sus tropas hacia el Melocotón, no hubo duda que debía quitárselas cuanto antes sin dar por quemado su trato con las uvas de pedir ayuda con su caso. Y le llamó la atención sí misma, al esforzarse con formular lo que tendría que ofrecerle al Uva Verde a cambio de sus sabrosas exigencias. Haría quedar mal a la capitana de las tropas frente al Juez Espinaca, pensar en el inmenso ruido del resto al sorprenderse de su vínculo corrupto con el líder de la cocina al pretender arrestarla –por buscar desesperadamente una mano– le alegró el día y por poco había dado por solucionado su propuesta, suponía que picaría dos cestas de frutas de un tiro para las uvas: dividiría a las tropas y con ello, caería en sopera de ellos infiltrarse o proseguir con cualquier misión agria que tuvieran en mente –simplemente no le interesaba–; además de debilitar más al Melocotón.

Aunque debía ser cautelosa al regresar, eso involucraba también calmar al líder de la mafia para que no se dejara guiar por la locura, su imagen de buscar auxilio necesitaba estar reluciente como la vajilla y la de las uvas siguiéndole el rastro de muy cerca. Después de todo, tenía su as bajo la cáscara, por si Uva Verde se rehusaba a aceptar las sobras que le imponía.



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En el texto hay: humor, crimen, fruta

Editado: 13.07.2020

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