La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 44.

— Por Dios... — Susurro sin aire, y con el rostro enrojecido.

— Ahora bien lo sabes, y por favor no lo arruines, no me falles y no lo uses en mi contra. — Manifesté del otro lado de la habitación. 
— Nunca usaría algo en tu contra.

—Eso espero.

Entonces lo hizo, se dio prisa al acercarse a mí, tomando mi cintura con las dos manos, pose las mías en su pecho y dio un gran suspiro, después de darme un caluroso y largo beso en la frente, sentí necesidad de ponerme en puntillas y alcanzarlo un poco más, subir mis brazos para rodear su cuello y darle un abrazo asfixiante, oler su esencia de su cuello muy cerca de mí. Así duramos varios segundos. Demasiado efímeros.

—Tienes que irte. — Dijo al separarse de mí.

Asentí con la cabeza, me separé de él y camine fuera del comedor, al hacerlo me encontré con Alaric, estaba sentado en la silla de mala manera con los pies elevados en la mesa. — Eso, ¡realmente! Estuvo cerca.

Sonreí al míralo. — ¿Tienes hambre? 
—No. — Dijo poniéndose de pie. — Ve a donde tienes que ir. — acomodo su gabardina y su boina, camino frente a mí y se detuvo. —Yo me serviré, ve y cuida mucho de Ruth... Y de Fela.

— Siempre lo hago.

— En la noche pasare por allá... Necesito decirles una cosa.

Rizo el ceño, pero no cuestione nada.

[...]

Terminando de ver como se metía el sol por el bosque frente al campo, camine hasta los dormitorios, antes de que alguien pudiera verme. Al entrar casi todos los catres estaban vacíos, me paralice un segundo de terror y camine hasta mi catre. — ¿Y los demás? — Pregunte a Fela que trenzada el cabello de Ruth de mala manera. 
— No están. — Contesto seca.
—Bueno, sí, eso ya lo vi. ¿Pero en dónde están?

—No escuche bien, solo lo que entendí fue que fueron a saquear la bóveda de armas.
— ¿Para qué quieren armas? — pregunte confundía. — Creí que solo íbamos a escapar y ya. — Susurre lo último.

— No sé, siento que algo nos ocultan. El que está organizando todo es un ruso, no puedes confiar en los rusos.
— Es peligroso que unos pocos no estén aquí, ¿Qué pasa si viene alguien?

— No será nuestro problema. — Dijo con impertinencia. — Si los atrapan diré que no tuve nada que ver. Que no planee escapar.

— ¿Lavarte las manos? Como quien dice...— supuse incómoda.

— Si — contesto. 
— Cobarde. — Manifesté encarándola.

Ella me miro de un modo que nunca lo había hecho, dio un empujón a Ruth y se levantó del catre. — ¿Que has dicho? — Cuestionó ofendida.

— Tú no eres Fela, ella no es así. Ella no delataría a terceras personas. ¿Dónde está ella? — Exclame con un gesto lastimoso. — ¿Dónde está esa Fela que se preocupa por los demás, la que es amable e incondicionalmente fiel a sí misma?

Fela tenía un gesto en la cara de molestia y desagrado pero a la vez pánico y miedo, sus ojos cristalinos lo decían todo. — ¿Quieres saber que paso con ella? — Dijo con un hilo de voz. Estaba devastada por dentro, podía verlo. — Wilm Goldschmidt la pateo y tiro al suelo para luego comerse las sobras de mí. — continuo gimoteando, con lágrimas en la cara.
— Pues hay que hacer que la vomite. — Declare frente a ella. — Esta Fela no me sirve para nada.

Ella sonrió sin ganas al bajar la cabeza, cuando comenzaron a llegar los presos escabulléndose con cautela y con unas cuantas cosas en las manos. Limpie mis lágrimas y me aleje de ella, camine hasta donde ellos estaban. De pronto Fela desapareció de mi vista.

— ¿Dónde habían estado?

— Planeando el escape, cada vez está más cerca. — Contesto uno de tantos.

— Pero, ¿Para qué armas? Creí que solo escaparíamos y ya. — Insiste en respecto a las armas.

— Es un escape grande, — Este suspiro. — Por lo tanto tenemos que defendernos, si deciden atacar, ¡Y lo harán! Entonces contraatacaremos.

Me quede muda, no supe que decir pues la mayoría quería hacerlo, miraba a mi alrededor y veía aproximadamente unas cien personas, amontonadas, en un mismos sitio, Ruth camino hasta a mí, me senté en mi frio catre y Ruth en mi regazo, un hombre apareció frente a mí con una revolver en la mano, estirándola frente a mí, ofreciéndomela, sin recibirle el arma, la mire y después a él. — Tómala. — Dijo con poca claridad.
— No. — Sentencie. — No se usarla.

La verdad nunca en mi vida había tan siquiera tocado un arma, tenía miedo de tan solo ponerle un dedo encima. — Ya está cargada, solo tienes que jalar el gatillo.

Trague saliva mientras Ruth seguía en mis brazos. — ¿O es que tienes miedo?

— La pregunta correcta, sería quien no. — Conteste. — Usted lo tiene también, aunque quiera hacer parecer que no, aunque queramos hacernos los rebeldes frente a los nazis y los fuertes ante nuestra familia, ambos sabemos que por dentro, usted y yo nos estamos muriendo de miedo. Lo sé, lo veo en sus ojos.




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